No es sólo una cuestión de ego. La semana pasada una comisión parlamentaria de diputados ugandeses visitó varias regiones del país y llegó a la conclusión de que los condones disponibles para la población eran de una talla insuficiente para el tamaño de los penes de muchos ciudadanos.
El diputado Tom Aza señaló que «se ha comprobado que algunos hombres tienen órganos sexuales mucho mayores y sería aconsejable proporcionarles preservativos más grandes«.
Aza acudió a la televisión ugandesa NTV para poner el acento en el problema: «Cuando los amantes pasan a la acción, durante el transcurso de la actividad sexual, evidentemente con la presión (los profilácticos) estallan», aseguró.
Otro parlamentario, Merard Bitekyerezo, también salió a la palestra con una advertencia similar: «Algunos jóvenes se quejan de que los condones que reciben son demasiado cortos y sus órganos sexuales no caben».
Más allá de la anécdota o la chanza con la que los titulares regaron la noticia, el desajuste de tallas supone un problema de salud de primer orden en un país que, con un 7,3% de personas contagiadas con el virus del VIH, está librando una dura batalla contra el sida.
Y Uganda estaba ganando esa lucha. Del año 1992 al 2005, el porcentaje de infectados por el VIH había caído del 18% al 6,4% de la población. Pero en la última década el número de contagios ha repuntado y ahora supera el 7,3%, alrededor de 1,4 millones de personas.
Desde La Plaza/La Vanguardia/AMH