En un mundo acelerado y lleno de presiones, muchos han olvidado el gusto de vivir tranquilamente y, al tratar de cumplir con las demandas cotidianas, a veces no saben bien dónde están las prioridades. Incluso, se olvida que la familia es la número uno.
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Esta convulsión llevó al movimiento Slow (despacio) a proponer la desaceleración en la forma de comer, de trabajar, de vivir y, ahora, hasta de criar a los hijos. El postulado es simple: saborear, vivir sin afanes y abrir espacios de calidad para el ocio, para reconectarse con la familia y los amigos. En otras palabras, ser selectivos con las actividades y así sacarle provecho a cada momento.
Esta nueva tendencia -que busca promover los padres slow- la reivindica la estadounidense Susan Sachs Lipman en su libro Fed up with Frenzy: Slowparenting in a Fast Moving World (Hartos del frenesí: la crianza slow en un mundo rápido), que fue presentado recientemente. En este, esgrime la necesidad de tener mayor calidad de tiempo con los hijos y de permitirles desarrollarse a su ritmo. Según Sachs, vivimos ocupados llevando a nuestros niños al colegio, a clases de arte, de música, a prácticas deportivas, pero olvidamos algo simple: “dejarlos jugar y disfrutar su tiempo libre, lo cual potencia su imaginación”, dice.
Menos tiempo libre
Hay que permitirles descubrir quiénes son y qué les gusta hacer, advierte la escritora. Que aprendan a su ritmo. Nuestras buenas intenciones de convertirlos en exitosos, agrega, no siempre son benéficas. Los padres, insiste, deben focalizarse en el proceso y no en qué tan rápido se produce.
Los niños de hoy, afirma Sachs, tienen la mitad del tiempo libre que tenían los niños de hace 30 años, pues ahora viven más ocupados. En este sentido, la psicóloga educativa Ana María Fonnegra asegura que “con frecuencia se malinterpreta la necesidad de estimular a los hijos y se llega al extremo de no dejarlos vivir su tiempo libre. Ellos necesitan espacios para jugar y reflexionar”.
La propuesta slow es como oprimir el botón de pausa en la vida diaria. Y esto implica reconectarse a través de actividades sencillas como cocinar juntos (Sachs volvió a preparar mermelada casera con su hija), ver una película al aire libre con los vecinos, pintar, planear la Navidad o hacer caminatas ecológicas. Es volver a disfrutar de un atardecer, visitar a un enfermo o llevar a cabo actividades solidarias, algo que se ha perdido pues casi nunca hay tiempo, afirma la psicóloga infantil Wilma Pineda.
Y en medio de esa angustia por no tener tiempo para los hijos, explica la psicóloga Fonnegra, los padres llenan las jornadas de los pequeños con actividades que les permitan aprender con rapidez a ser personas independientes y autónomas, y buscan que intelectualmente sean superiores a otros niños de su edad.
“El asunto es hacer pequeños ajustes -dice Sachs-. Uno de los mensajes de mi libro es aplicable a todo el mundo: cuando estés con tus hijos, trata de estar presente. Desconéctate del correo electrónico, de las redes sociales; busca un espacio donde no esté presente la tecnología. Disfruta con ellos el momento de acostarlos, de leer un libro, de decir buenos días, incluso del placer de algo tan sencillo como preparar la cena juntos”.
Cuando se trata de compartir con los hijos, sostiene Pineda, es importante hacerlo cuando ellos lo piden y lo necesitan, y no solo por cumplir un requisito que haga sentir a los padres menos culpables.
La crianza acelerada, según varios estudios, hace que los niños crezcan estresados y con problemas psicológicos. “Los padres, erróneamente, creen que una forma de conducirlos al éxito es que sepan de muchas cosas. Lo que debemos hacer es alimentar el ser. Necesitamos niños sanos y felices, con inteligencia emocional”, acota la psicóloga clínica María Antonieta Suárez.
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