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Te presentamos el santuario de las emociones donde se aloja el placer

En el fondo del placer se encuentra la dihidroxifenilalanina, una sustancia química producida por las células nerviosas en el cerebro para darle señales a las demás.

Nuestro circuito de placer puede ser desencadenado por algunas cosas obvias y otras no tan obvias: «Hay algunas de las cosas que nos gustan porque estamos programados para que nos gusten, como consumir alimentos, tomar agua y tener relaciones sexuales», explica David Linden, profesor de Neurociencia en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore y autor de un libro llamado El compás del placer.

«Hay otras cosas que aprendemos a disfrutar. Por ejemplo, mientras que estamos programados para que nos guste el dulce, las preferencias personales están determinadas más que todo por la experiencia individual, el aprendizaje, la familia, la cultura: todas las cosas que nos hacen individuos«, dice Linden.

Cosas bonitas, sonidos bellos

Samir Zeki enseña neuroestética en el Colegio Universitario de Londres e investiga la manera en la que la belleza nos da placer. «Me especializo en el cerebro visual y las respuestas efectivas como deseo, amor, belleza que desencadenan estímulos visuales«, explica.

Cuando uno experimenta la belleza en un paisaje, en una pieza musical, en las matemáticas, en un rostro, en un cuerpo, no importa en qué forma, se activa la misma parte del cerebro emocional. «Es el centro del placer en el cerebro y es asociado con satisfacción. Y es que si lo consideras, la belleza es placer, es gratificante, así que forma parte del mismo estado afectivo, del placer, de satisfacción».

El placer que nos dan las drogas, el sexo o la comida, ¿todos le hacen lo mismo al cerebro? «Una de las cosas que descubrimos es que, cuando se trata de placer, parece haber un santuario interno de regiones del cerebro que son unitarias», responde Morten Kringelbach, un neurocientífico que trabaja con las universidades de Aarhus, en Dinamarca, y Oxford, en Reino Unido.

«Para mí, eso es potencialmente muy interesante y sorprendente». Opina e ilustra: «Si uno piensa en el placer que nos da la comida, se siente muy distinto al placer de la música. Las señales eléctricas en regiones específicas del cerebro son las mismas«. Así que aquellos -y aquellas- que dicen que el chocolate es mejor que el sexo, quizás están comiendo muy buen chocolate.

¡Uno, dos y tres!

En el fondo de todo esto hay algo con un nombre muy largo: 3,4-dihidroxifenilalanina o, si lo quieres más corto, dopamina.

«Sabemos que la dopamina es crucial, que si aumentas la cantidad, aumenta el placer, y si la retiras, bloqueas la capacidad de sentir placer. Y sabemos que actúa en lugares particulares del cerebro donde si los destruyes dejas de sentir placer», aclara Linden.

Cualquiera que sea la razón, el placer llega en tres fases, según indica Kringelbach. Primero viene el deseo: anticipación, anhelo, ansias. Después hay un período de gusto: el disfrute de la comida, el vino, el sexo, la película o la metanfetamina. Finalmente, la saciedad: el período de la satisfacción.

El placer y el dolor

Algunos placeres son obvios y muy compartidos: el chocolate, una cerveza o un atardecer, pero otros parecen extraños: un sadista goza inflingiendo dolor; un masoquista, sintiéndolo.

«No hay nada que explique biológicamente porqué hay algunos que desarrollan un gusto por ciertas prácticas sexuales y otros no, pero sí hay algo que decir sobre el placer y el dolor», señala Linden.

«Eso es lo que tienen en común el placer y el dolor, así que es posible que cuando se mezclan, ya sea en alguna práctica sexual u otra, hay gente que las puede disfrutar porque son supersignificativas y eso es, por sí sólo, de alguna manera gratificante», dice el neurocientífico.

Material tomado de BBC.

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