Sus víctimas son anónimas. No despiertan grandes manifestaciones de solidaridad o indignación. No convocan a millones en las calles ni motivan grandes proclamas. Son asesinos sin siglas, ideario, ni líderes mesiánicos. De hecho, a muchos ni se les ve a simple vista. Pero matan a millones, y destrozan la vida de muchos, o agreden la economía de un país haciéndolo inviable. El combate mundial contra las enfermedades es silencioso, frustrante casi siempre, lleno de fracasos, pero ineludible. Pese a los incuestionables avances científicos y médicos, solo una enfermedad ha sido borrada del mapa definitivamente, la viruela, lo que da idea de la dificultad de la empresa.
Pero a veces hay motivos de celebración, aunque no sean aptos para hipocondríacos. El pasado lunes, el Museo de Historia Natural de Nueva York disfrutó de uno de esos raros momentos. Con motivo de la inauguración de una humilde pero importante exposición, Cuenta atrás: derrotando a la enfermedad (Countdown to zero: defeating disease), el Centro Carter, que preside el ex presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter, anunció que ya solo quedan 126 casos en el mundo de la enfermedad del gusano de Guinea, o dracunculiasis, un mal milenario provocado por un parásito que se ingiere en el agua de determinados países africanos.
La larva se desarrolla durante un año en el organismo humano. Convertida en lombriz, se desplaza hasta las extremidades inferiores, donde rompe la piel para depositar sus crías. La extracción del parásito puede durar horas o días. Es muy dolorosa y provoca fiebre y vómitos. La prevención de la dracunculiasis es muy simple: se trata de que la gente tome agua no contaminada.
Desde la Plaza/El País/AMH