El patrón masculino del hombre así como el femenino de la mujer nacen de una construcción social y por ende cultural. La mujer no nace se hace, no se nace hombre uno se convierte en hombre. Sin embargo, la masculinidad no ha sido concebida como la feminidad, porque desde su nacimiento la mujer siempre ha sido la excepción o la desviación en un mundo dominado por la supuesta neutralidad del hombre, incluso la construcción de la masculinidad patriarcal que ha imperado milenariamente en la mayoría de las sociedades, termina haciendo de los valores masculinos el paradigma de la “normalidad”.
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Paradójicamente, los hombres son los protagonistas de la mayoría de las situaciones de salud pública asociada a las “anormalidades” del comportamiento; violaciones, abusos, drogodependencia, devenida del arquetipo viril (restricción de emociones, abuso de poder, temeridad excesiva que lleva a la autodestrucción). Es un constructo de la psicología tradicional que está sexuada en masculino, haciendo de la salud mental, la autonomía, la madurez y la independencia, valores masculinos antagónicos al comportamiento de la mujer.
Entender la pulsión agresiva del hombre como expresión de violencia y la relación entre ésta y el poder es importante para la conceptualización de la masculinidad, pero no es una tarea exclusiva de las mujeres, es una responsabilidad también del hombre, representa una necesidad colectiva ante la crisis de un sistema social basado en la asignación de roles en función del sexo, sin pretender con esto justificar la venganza contra el hombre en su condición de opresor, entendiéndolo por el contrario como un paso que pudiera contribuir con la equifonía, para cambiar las relaciones de poder existentes entre las mujeres y los hombres y para la redefinición del ser humano mismo.
Tanto para hombres como para mujeres las identidades tradicionales basadas en el sexo han sido muy limitantes y rígidas. La masculinidad hegemónica no ha permitido que el hombre exteriorice su lado emocional, pues su identidad se sostiene en el control, la racionalidad y el poder, todo esto negado a las mujeres para las cuales el modelo de feminidad hegemónico les impone ser abnegadas, emotivas y sensibles. Lo masculino siempre se ha concebido en oposición a lo femenino y esto no ha permitido a unos y a otras desarrollarse como seres integrales. El proceso para superar esta dicotomía ya está en marcha, pero los modelos tradicionales y hegemónicos aún siguen vigentes.
La construcción de una nueva masculinidad es imprescindible para la transformación social: debe ocurrir un quiebre en la concepción del sujeto dominante del sistema patriarcal, el hombre y su construcción de virilidad deben cambiar. Es necesaria la existencia de relaciones sociales más libres e igualitarias y para ello urge derrotar la masculinidad tradicional de la cual muchos hombres somos reproductores y prisioneros.
DesdeLaPlaza.com / Yuri Quiñones – @YuriQuinones