Hace no mucho, la ciencia parecía dar la razón a quienes creían en el destino, aunque este no estuviese escrito en las estrellas sino en el interior de nuestras células.
La secuenciación de genomas completos ayudaría a predecir qué enfermedades podría padecer una persona cuando se aproximase a la vejez y qué hábitos debería evitar para sortear los riesgos escritos en sus genes. Sin embargo, aunque la herencia tiene una influencia importante en muchas enfermedades, estudios recientes muestran que la predicción de nuestro futuro va a requerir más que leer y entender el código genético.
La semana pasada, un polémico estudio publicado en la revista Science, afirmaba que la “mala suerte” explica dos tercios de todo el riesgo de cáncer en un tejido mientras que las variables genéticas y ambientales explican otro tercio. Ahora, un trabajo publicado en Cell concluye que las variaciones en el sistema inmune, el departamento de defensa del organismo que ayuda a combatir el cáncer y el resto de enfermedades, le deben mucho más a las experiencias y al entorno en que se ha vivido que a las condiciones heredadas.
Para responder con éxito ante una infección o un tumor incipiente, el mecanismo de protección del organismo debe ser flexible frente a las presiones ambientales y la experiencia vital de cada individuo lo personaliza.
Desde la Plaza/El País/AMH