La cocina pareciera ser el arte de transformar alimentos en platos, al cocinero solo le interesa tener los productos de mejor calidad en su alacena, los más grandes, los más bonitos, brillantes, y mientras más raros mejor, ¡exóticos! como le llaman, parece que eso es lo que hace que un cocinero se destaque ante la sociedad, la ciencia le ha dado la oportunidad al cocinero que disponga de los “mejores productos”, lechugas de todos colores, tomates de distintas variedades, berenjenas multicolor y multiforme, calabacines inimaginables, y hasta algunos vegetales con el beneficio de existir sin semillas. Un ejemplo de ellos son los limones, tomates, naranjas, entre muchos otros.
Es un “beneficio” no tener que lidiar con el desecho de algunos alimentos, imagino que algún día podamos tener papas sin concha, pollos sin hueso, pescados sin espinas y todos esos avances de la ciencia que hacen del arte de cocinar un verdadero placer, porque nos traen más variedades y más facilidades, sin contar con que podremos aprovechar el producto al 100% sirviéndonos del personal mínimo y en el menor tiempo posible, que harán de nuestro negocio no solamente una sorpresa para el cliente sino que nos aportarían una rentabilidad mayor, ¡ahh la ciencia! Qué beneficios.
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Pero ¿puede el mundo sostenerse con alimentos que no traen semillas? ¿Debe el productor del campo resignarse a ser cliente obligado de las ventas de semilla? ¿Debe la sociedad permitir que los saberes ancestrales y las formas tradicionales de producir alimentos sean desplazados por “los avances de la ciencia”?
El cocinero debe dejar de ser un esnobista, manipulable e ignorante del proceso de producción de alimentos, tiene que participar del proceso de producción y darse cuenta que mientras más apruebe todo lo antes mencionado menos segura estará la humanidad, más controlada por las grandes transnacionales será, perderá su libertad, que mientras más global sea la cultura, menos libres seremos. El estándar que se desea imponer en la forma de alimentarnos no es más que una manera de controlar a la humanidad entera, aunque nos la vendan como progreso, vanguardia o innovación.
Acá tenemos la costumbre de llamar a título despectivo “criollo” toda variedad de alimento pequeño, o no tan atractivo a la vista, desde los limones, pasando por las papas, las espinacas, y pare usted de contar, y todo aquello que es grande, colorido y supuestamente más bonito le ponemos el sustantivo de chino, francés, español, italiano o qué sé yo, que más que un sustantivo pareciera ser un adjetivo, que define la calidad del mismo.
Esta manera de dominación ha sido muy bien instalada en nuestras mentes, el desprecio por lo propio y la adulación a lo foráneo es un patrón que no hemos sabido superar con eficiencia, y la producción de lo criollo o autóctono está en riesgo de extinción.
Los transgénicos, los paquetes tecnológicos que vienen con ellos, las leyes que les acompañan y sus amos pretenden apoderarse del mundo sin que nos demos cuenta, lavándonos el cerebro y colando leyes que poco a poco se apropian de nuestras culturas y prácticas, y las sustituyen por sus cadenas de producción, sus redes de supermercados, marcas y venenos que nos obligan a consumir con nuestro propio consentimiento ¿cómo podrían obligarte si es con tu propio consentimiento? Lavándote el cerebro con el poder de los medios de comunicación, convenciéndote con la palabra libertad, progreso, productividad, primer mundo y atemorizándote con las palabras subdesarrollo, tercer mundo, retraso, “criollo”.
Es por esto que debemos despertar, y tomar acciones contundentes, producir en casa, rescatar semillas criollas o autóctonas, dejar de consumir lo que se nos vende como mejor, más práctico y más productivo que lo nuestro, pero además exigir que nuestra ley de semillas esté blindada contra las transnacionales y sus intenciones de dominación, ya debemos exigir a ciertos legisladores que dejen de engañarnos y nos pongan la ley a la vista de todos, que nadie puede ser dueño de las semillas, que todos debemos participar en el proceso de legislación para la producción de alimentos y en los procesos de producción de los mismos y que las dos o tres empresas que dominan los productos para la siembra se vayan definitivamente de nuestras tierras.
La libertad está en nuestras manos, en la de los productores del campo y no en la de los que visten de traje y corbata.
DesdeLaPlaza.com/Rómulo Hidalgo