Tras el golpe del tsunami contra las instalaciones de Fukushima Daiichi el 11 de marzo de 2011, la pérdida de alimentación eléctrica provocó que los reactores dejaran de refrigerarse adecuadamente, lo que derritió las barras de uranio, generando una liberación de materiales radiactivos letales que impiden entrar fácilmente en estos edificios accidentados. Cuatro años después, las tareas para desmantelar los tres reactores descompuestos han avanzado mucho gracias a la robótica pero sigue sin conocerse exactamente la situación del combustible nuclear derretido, lo que dificulta la planificación detallada de las tareas.
Poco después del accidente, se comenzó a plantear la posibilidad de utilizar la tecnología de detección de partículas para hacer algo así como una radiografía de los reactores. En concreto, se sugirió el uso de muones, unas partículas elementales que se generan cuando los rayos cósmicos penetran la atmósfera terrestre y que continuan viajando atravesando todo lo que se encuentran a su paso. Conocidas desde la década de 1930, estas partículas se han usado para radiografiar estructuras gigantes como volcanes o difíciles de investigar en su interior, como hiciera en 1967 el premio Nobel Luis Álvarez al tratar de encontrar cámaras secretas en la pirámide de Guiza.
Desde la Plaza/El País/AMH