Los perros llevan siglos sufriendo los efectos perniciosos de la selección de razas y pedigríes, una política de cruces que busca la acentuación de ciertos rasgos estéticos que el ser humano considera bellos.
Pero lo que nos resulta atractivo no tiene por qué ser positivo para nuestras mascotas, quienes sufrirán molestias y enfermedades desde el día de su nacimiento.
Los problemas de columna de los perros salchicha, las dificultades respiratorias de los pugs o los dolores de rodillas de los bulldog, son algunas de las “maravillosas” características que el negocio del pedigrí ha impuesto sobre nuestros perros.
Es por eso que hemos descubierto con sorpresa y estupor que estas políticas endogámicas están comenzando a utilizarse con mayor frecuencia en otras especies de animales de compañía, como en los gatos.
A través de los cruces, los criadores han obtenido una raza llamada Boggle, un ejemplar que a priori tiene todo lo que un humano puede desear, pero no todo lo que un gato querría tener.
Ojos grandes, cara linda, pequeño tamaño y unas patas tan cortas que hacen que el elegante y grácil paso de los gatos, se convierta en un cómico contoneo.
El resultado puede ser de nuevo adorable al ojo humano, pero supone desnaturalizar a un animal cuyas características más representativas son la agilidad, la rapidez, su capacidad de salto y gracilidad.
El peso del Boogle es superior al que sus cortas patitas pueden soportar, además su tren inferior no se encuentra correctamente alineado con su cabeza por lo que también pueden sufrir problemas de espalda.
Cuando la naturaleza y la suerte, te regalan un animal así es normal estar contento pues la variedad genética ha querido crear un gato adorable, pero crear uno de forma artificial, no es bueno para ellos.
Si quieres a los animales, y de verdad deseas que tengan una vida sana y sin enfermedades hereditarias, rechaza el pedigrí, aunque sea adorable.
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