“Un padre no puede sustituir una madre o viceversa, Carlos no es mi hijo de sangre; sin embargo, su padre siempre fue invisible y en ese rol he entrado poquito a poco”. “Mi rol de padre viene de mi madre: le echó bolas, sola; secretaria de día y estudiante de educación de noche (…) me llevaba a sus clases cuando mi abuela no me podía cuidar”. “Mi viejo, por sus miedos, era muy volátil y algunas veces me pegó. Yo lo amo, no le guardo rencor, pero creo que pegarle a los niños es lo peor”…
Estas citas son parte de los testimonios de mis amigos. Roger, Gustavo, Ricardo, Marco, muestran personalidades contrastantes; sin embargo, tienen algo en común, y es que son padres muy particulares. Unos se dedican al comercio, otros a las artes audiovisuales, la psicología. En fin, hablando de papás fuera de lo común, he decido comenzar con el mío.
“Calito”, el pequeño gigante…
Carlos es un padre excepcional. Él se encargaba de nuestros almuerzos y meriendas, a veces nos bañaba y aún sale a la calle a buscar toallas sanitarias y todos los productos que siempre hay que reponer en una casa; es decir, a sus 65 años va de cola en cola a lidiar con bachaqueros y a hacer lo que más le gusta: echar cuentos, compartir y reír.
Es un ex combatiente universitario que reclamó, piedra en mano, el pasaje estudiantil; dejó crecer su barba no por moda hippie o hípster, sino para esconder su verdadero rostro de las autoridades formadas en las Escuelas de las Américas; cumplió misiones secretas para el Partido Revolucionario de Venezuela (PRV) y es un sobreviviente de las represiones y desapariciones de los años 60 y 70. Es bajito de estatura pero gigante en amor. Le deseo mucha salud para que vea crecer a su nieta, Habana.
Roger, la paternidad y los vuelos internacionales
A este guaro de 37 años que vive desde hace 13 en Ecuador, lo conocí en un bar en 2007; a pesar de la distancia y del poco contacto, sí lo considero un amigo, él es una persona bondadosa como pocas. Sus hijos son Carlos y Stefano. Es un hombre emprendedor que logró abrir un restaurante de comida venezolana en Quito y, actualmente, su negocio se encuentra en plena etapa de crecimiento.
“Ser padre te cambia por completo la vida (…) cuando mi hijo nació, yo pase mucho tiempo en Venezuela, pero a su vez, estaba abriendo un local en Curacao, y Valencia, ciudad natal de Stefano, me quedaba en el medio de Quito y Curacao. Así pasé su primer año, en un avión, estando presente, con ellos. Cuando los bebés son pequeños, la tecnología no te ayuda mucho”, explica Roger sobre el uso de las telecomunicaciones cuando se está lejos de los hijos.
Roger asume que el rol paterno se diferencia del materno, pero que el trabajo debe ser en conjunto: “Carlos no es mi hijo de sangre; sin embargo, su padre siempre fue invisible y en ese rol he entrado poquito a poco; inicialmente, con discusiones con la mamá, pero hoy en día, a cada quien se le ha dado la razón y un rol en su educación”. Roger sentencia con la reflexión: “Padre no es el que engendra. El padre se hace en el compartir diario y las enseñanzas que vayas dejando en ese ser humano”.
Siendo engendrados y criados en tierra de machismo latinoamericano, fue imposible no abordar el tema del abandono familiar y la paternidad irresponsable: …“la plata no significa mucho si uno se pone a ver el proceso de educación de un hijo/hija; hay cosas muchos más valiosas que esas como jugar con la pelota, caminar descalzos en la grama, hacerle la comida, etc. A los padres que no tienen dinero: busquen otras formas de estar presentes como padres, pero no abandonen esa responsabilidad solamente a la madre; su presencia es vital en la formación y todo niño/niña viene con un pan debajo del brazo, pongan fe y valor, al final siempre la mejor decisión será estar presente”, son los consejos de Roger Cárdenas.
Gustavo, un padre políticamente incorrecto
Gustavo Alvarado profesor de audiovisuales en la Universidad Católica Cecilio Acosta (UNICA) en el Zulia.
_¿Cómo haces para estar presente en la crianza de tu hija?
_Con Sofi paso menos de 48 horas a la semana durante periodo de escuela. Ella sabe usar el teléfono y me llama cada vez que quiere conversar. Cuando estamos juntos trato de que coja sol, se moje, juegue con arena, vuele petaca, coma cepillao’ de colita y cotufas con las manos sucias. Que salga del encierro y del aire acondicionado, que vea al mundo con sus propios ojos fuera de cualquier burbuja, incluso la mía, que explore y, de ser necesario, que se caiga de una mata de almendrones en la Vereda del Lago. Creo que mi mayor responsabilidad como padre es amar y levantar a una niña valiente que sepa desenvolverse en un mundo cada vez más peligroso y paranoico.
_¿Influyó en tu paternidad la ausencia de tu padre biológico?, ¿qué le dirías a él en esta oportunidad?
_Yo no tengo nada que decirle a nadie. Mi «rol de padre» viene de mi madre: le echó bolas, sola, secretaria de día y estudiante de educación de noche. Aún recuerdo el mural de Saturno (el planeta, no el dios romano) en el Bloque P de la Facultad de Humanidades. Mi madre me llevaba a sus clases cuando mi abuela no me podía cuidar. Aprendí a tomar café a escondidas a los tres años cuando me llevaba a la oficina donde trabajaba.
Era guerrear, asumir que tenía un hijo y que no había excusa válida para no echarle bolas a la vida. Por mi madre, que asumió el rol de dos, ella solita, y con el odioso estigma de un embarazo sin anillo ni compromiso, es que trato de hacer las cosas lo mejor posible. No sólo darle un segundo apellido a mi niña para que no me la llamen bastarda en la escuela o la iglesia, como lo hicieron conmigo y con mi madre, sino que tenga plena certeza de que hay un señor que está ahí para amarla, acompañarla y apoyarla, siempre, así sea por una línea telefónica cuando los catorce kilómetros que separan nuestras casas impiden darle el abrazo que se merece a diario.
_Hoy es tu hija y mañana será madre también, ¿qué deseas que aprenda para el futuro?
_Que aprenda todo lo que pueda, especialmente a valorar.
Mi madre me dio con modestia lo que podía con su salario de secretaria y luego de docente, pero si algo nunca me faltó de ella fueron abrazos y besos. A mis 34 es imposible no reconocer el valor inmediato y permanente del afecto que contigo tienen los que te trajeron al mundo. Espero que mi niña lo entienda igual o mejor aún que yo.
_Venezuela es un país de familias matriarcales, las madres terminan haciéndose cargo casi de forma exclusiva (material y espiritualmente) de los hij@s. ¿Cómo empezar hacer pequeños cambios progresivos que reviertan esta realidad?
_Siempre se dibuja al delincuente criollo como uno de los tantos hijos de una mujer abandonada. Supongo que es cierto, abrumadora y cruelmente cierto. Pero también es cierto que las mujeres, dejaditas de un lado con barriga y deudas, se embraguetan y sacan a sus crías adelante.
Mi abuela levantó a seis, sólo cuatro de ellos, los menores, tuvieron un padre oscilante que les veía una vez a la cuaresma para sobarles las cabezas y que, al morir, sólo les dejó una propensión a la diabetes (porque ni el apellido).
Ocurre, entonces, que los mejores padres que conozco hoy, los más amorosos y dedicados con sus hijos, fueron los que tuvieron figuras paternas ausentes, pero madres excepcionales. ¿Mi reflexión? Que pareciera que las madres dedicadas también son capaces de levantar padres sobresalientes, incluso mejores que aquellos que tuvieron patriarca de quien coger ejemplo.
Padre en siglo XXI
A sus 34 años, este profesor universitario, fotógrafo y documentalista explica con claridad y sin un ápice de rencor, cómo define la vida de un niño el contraluz de la ausencia/presencia paterna, pero sobretodo la capacidad de ser padres afectuosos: “La paternidad en estos tiempos (sí, lo reconozco) es mucho más complicada (…) Me gusta que ahora los niños son más rápidos en su razonamiento lógico de lo que fuimos nosotros, que éramos bastante crédulos y pendejos en los 80, pero eso trae riesgos; el exceso de información al que nuestros cachorros se someten es abrumador y se ven forzados a contrastar información desde muy pequeños”.
“Nunca celebré el Día del Padre y no voy a empezar ahora”…
Finalmente, sobre la paternidad, Gustavo deja dos cosas claras a su padre y a su hija: “A mi padre lo conozco ahora, por Facebook. Le tengo cariño, me dejó dos hermosísimos hermanos que vine a conocer a mis 30 y que atesoro con muchísimo afecto. Sin embargo, nunca celebré el Día del Padre y no voy a empezar ahora. A mi Sofi, mi musa y mi inspiración, se lo digo todo con besos, abrazos y con algún que otro regaño para que no se me descarrile.
Marco, el padre con los trabajos de 24×7
Marco Guerra (39) es un tipo con cara de pocos amigos y entregado al trabajo. Él no laboraba en Venezolana de Televisión (VTV), él habitaba el canal; era normal verlo de madrugada, durante el día y hasta muy tarde en la noche. Su gesto mal encarado iba adornado por par de ojos tristones, una chiva larga a lo death metal melódico y una bufanda para cuidar al sistema respiratorio de los aires acondicionados implacables. Es padre de dos: una niña morena de 10 años y un niño muy rubio de siete, como fruto de su relación con Bellatoda, como cariñosamente le dice a su esposa, una criolla de ascendencia italiana.
“Uno se vuelve workaholic, pero hay que saber equilibrar las cosas. En mi caso, mi trabajo era de hasta 17 horas seguidas todos los días; es decir, TELEVISIÓN. Trataba siempre de cambiar la cara al llegar a casa y darle lo mejor de mí en ese pequeño tiempo. Hubo una época cuando tuve dos trabajos, y mi esposa y yo decidimos que ella criaría a la niña hasta los tres o cuatro años; fue muy duro, y de repente, llegó el niño… Aquí debo darle mucho mérito a mi esposa que me los subía para que los viera aunque sea media hora. Todo esto valió la pena”, cuenta Marco sobre sus primeros años como padre.
Hay que ingeniárselas: noches de campamentos con Luna y Matti
“En la casa desarrollamos lo que llamamos CAMPAMENTOS, que consiste en dormir juntos los cuatro viendo películas. Ya van cuatro años de esto con una variación: los viernes son de campamento con la mamá y los sábados, conmigo. No salgo ni hago nada porque hay campamento. Mis amigos cuando me invitan inmediatamente me dicen, “no, es sábado , tienes campamento”, comenta con satisfacción.
La correa está en desuso
“Por sus miedos, mi padre era muy volátil, y algunas veces me pegó. Yo lo amo, no le guardo rencor, creo que pegarle a los niños es lo peor, el golpe le duele más a uno que a ellos, esto lo sé por experiencia”.
El divorcio: “yo estoy pasando por esta situación actualmente”…
Marco quiere que sus hijos entiendan que se van a equivocar, que no serán padres perfectos y que así suele ser; que en el futuro deben darle mucho amor a sus hijos, “porque para malcriarlos estaré yo”, dice sonriente. Sobre su divorcio, Marco reflexiona que los padres que no atienden a sus hijos después de la separación, toman la salida fácil, porque “los niños no tienen la culpa de los errores y problemas de los adultos”; y continúa diciendo con aire de sosiego: “soy fiel creyente de que los hijos deben entender que su papá y mamá son amigos, que tienen el vínculo eterno más grande entre dos personas: ellos, y que se merecen ser felices cada uno por separado. Ahora, habrán dos casas, dos vacaciones, doble regalos, doble campamento y ¡doble AMORRRRRR!».
Que sean diferentes al padre convencional o tengan que partirse en dos por causas del trabajo, como hijos nos toca amar a nuestros viejos igual o más de lo que fuimos amados por ellos para construir familias más coherentes y felices, es un deber de hombres y mujeres que entendemos y asumimos el amor como una forma de vida.
DesdeLaPlaza.com/Kaybeliz López