Un escalofrío podría definirse como el embiste de dos temperaturas en la llanura de la piel.
Para cualquiera es una sensación inesperada. Sino, no es un escalofrío. Pero para una madre, no termina de serlo.
El primero de hoy me halla en los fogones. Es el toque secreto de mi pastel de calabacín.
Sacudo la pierna derecha y resbala.
El malogrado rayo del Catatumbo hace cumbre en mi Lago… de sudores.
Cuántos litros en catorce horas.
Los escurro en el tendedero, junto a la ropa de color, para no teñir la blanca.
Gotea el piso de la cocina, oxida las faldas de la nevera.
Me hace la alfombra.
La atmósfera la corto como al pastel. La sirvo con una hojita de yerbabuena. Pero ningún adorno la hace comestible. Mis hijas la devuelven indigestas.
No es trabajo. No es noticia.
Antes de licuar un par de metáforas juego un poco con mi hija mayor a la cocinita. La parchita sabe mejor si ella sonríe.
El licuado me hace jugo la cabeza.
El segundo escalofrío es corto. Apenas me dibuja dos o tres poros de la piel de gallina.
Suena el horno y con él explota mi termostato. Hiervo en la fiebre.
Aun debo bañarlas, masajearlas, darle las gotitas, peinarlas, inspeccionar las uñas, las orejas, sacarle los moquitos, vestirlas, darles de comer, sacar los gases, contarles un cuento, dormirlas, y no, para poder escribir, corregir, publicar, difundir, recorregir. A la más pequeña la acostumbré a los brazos. Me duelen las bisagras que sostienen esta hamaca a mi pared. Y entre respiro y suspiro, pajita sobre pajita para redondear el nido: Obrera de la paja.
Las madres por puritica definición histórica podemos enfermar, y como si no ¿Quién se da cuenta de que las mujeres soportamos un lado oculto de la economía y que esa mano invisible sostiene el capitalismo? ¿Cómo le arranco a mis hijas, que en un par de décadas engrosaran el ejército de la burocracia propietaria? ¿Las crío para perpetuar la enfermedad?
En éste trabajo no producimos bienes, sino seres humanos. «Es una extraña mercancía porque no es una cosa. La capacidad de trabajar reside sólo en el ser humano cuya vida se consume en el proceso de producción”, dice Marx. Y en esta espiral no hay poesía.
El delantal no es una extensión de la vagina. Y en el orden de las cosas no se trata de socializar la esclavitud, sino de librar los grilletes. No quiero salir de casa a trabajarle al patrón, pero tampoco hacerlo desde el hogar. No quiero pago, aunque el salario “desnaturalizaría” el sinónimo según el cual ser mujer es igual a ser “ama de casa”, y rechazo esa igualdad en la que hombre y mujer podemos ser equivalentemente usados. Una propuesta en contra de la individualidad, podría ser y es la crianza en tribu. No lo propongo yo, hace rato habló la historia.
Algunas mujeres en el mundo cobran por lo que millones y millones hacen de gratis: La economía del cuidado, le llaman algunos teóricos. Pero son tan pocas y están tan dispersas que sus condiciones son más una mesada, que un reconocimiento a una parte del eslabón en la larga cadena que rodea el cuello de este mundo.
¿Cuántas en Venezuela? ¿Qué pasó con aquella propuesta, de la época Chávez?
No llegó a ser escalofrío.
Indira Carpio / Desde La Plaza