El Mundial de Brasil 2014, es sin duda el Mundial de las grandes contradicciones, especialmente para quienes vivimos en la región suramericana.
Por un lado está el deseo de que todo salga bien porque el concepto de Patria Grande es cada vez más tangible en Latinoamérica y el Caribe, pero por el otro lado está la dificultad de encajar la barbarie que la organización de un evento de esta naturaleza implica, para todos los países donde se hace, y especialmente para sus sectores más desfavorecidos.
Brasil ha vivido un año de duros enfrentamientos por la organización de este Mundial. La gente ha salido a las calles para protestar porque sienten que les han hecho pagar con grandes sacrificios que si llegan a convertirse en beneficios, no serán nunca para ellos.
Lula, un presidente obrero y solidario con las luchas del pueblo brasileño, ha pedido a sus paisanos comprensión y calma. Sin embargo, a medida que el Mundial Brasil 2014 se acerca a su fecha, las protestas recrudecen y se generalizan. Ahora hasta los policías han disidido asumir una protesta.
El pueblo brasileño está también lleno de contradicciones, porque Brasil es también y sobre todo fútbol, ese pueblo pobre, negro, desclasado y humillado, se ha sentido reivindicado en la piernas de Garrincha, Pelé, Romario, Ronaldinho, Neymar, y tantos otros, que se parecen a los que hoy reclaman igualdad, y que no se dé prioridad al extranjero, ni a la FIFA por encima de sus derechos.
Ese pueblo que siente orgullo del Mundial Brasil 2014, que sueña con quitarse el conjuro del Maracaná, hace de las calles y las paredes de la sede del Mundial 2014, una galería maravillosa de protesta alternativa.
Saben que el Mundial Brasil 2014 llegó, saben que de cierta manera les pertenece, saben que tendrán que asumirlo, pero protestan, y allí están sus voces, en las paredes y en la “rua”, a todo color, como es Brasil.
Desde la Plaza/ Reuters/ AMH