Los Angeles ya ha reducido de forma drástica su toma de agua de la cuenca de Mono. Entre 1941 y 1994, estos ríos de montaña llegaron a suministrar a Los Angeles hasta un máximo de 166 millones de metros cúbicos de agua al año, o sea, el equivalente de casi 200 piscinas olímpicas diarias. Pero en 1994, tras una década y media de litigios, la Justicia determinó que el ecosistema del Lago Mono debía ser recuperado, y estableció un sistema de aprovechamiento de aguas para que su nivel subiera siete metros, hasta los 1.948,28 sobre el nivel del mar. Los científicos estimaron que ese nivel de agua no se alcanzaría hasta el año 2020.
Ahora, con la sequía, esa fecha es inalcanzable. Los Angeles ha reducido su toma de agua de la cuenca de los 19,7 millones de metros cúbicos pactados en 1994 a apenas 5,5 millones. Es sólo el 3,3% de lo que llegó a tomar en la década de los setenta. Pero en Lee Vining -el mayor pueblo situado entre Tioga y el Lago Mono- nadie duda de que en 2016 el agua va a caer al nivel de los 1.943,71 metros y se habrán acabado los trasvases a Los Angeles.
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Pero eso tampoco servirá para salvar al Lago. «Si no hay nieve, no hay agua y, desde que yo recuerdo, cada vez nieva menos», explica Anne, una mestiza paiute que trabaja son su comunidad cerca del lago. Ni tan siquiera las lluvias torrenciales y nevadas más grandes de lo habitual que se esperan para el próximo invierno por el fenómeno meteorológico de El Niño, porque los buscadores de oro del siglo XIX talaron los pocos árboles de la zona, con lo que ahora el agua de los torrentes se dispersa en inundaciones masivas y no se distribuye de forma ordenada. A medida que el lago se seca, también va envenenando.
Lago Mono es esa parte de California que no sale en las películas ni en los periódicos. No hay actores de Hollywood ni gigantes de la tecnología. Sólo blancos pobres, algún inmigrante mexicano e indios paiutes. No hay sectas extrañas. De hecho, una enorme cruz alzada en una colina e iluminada por las noches preside Bridgeport. A sus 2.000 metros de altitud en la meseta, ése es uno de los pocos pueblos de la región del que, además, el Censo de EEUU, en su precisión burocrática, especifica que, de sus 575 habitantes, hay dos homosexuales que viven juntos.
A Bridgeport se llega o desde el Puerto de Tioga o desde el de Sonora, que es algo más bajo pero con una pendiente del 24%. El paisaje recuerda a Afganistán. No es de extrañar que la Unidad de Guerra de Montaña de los Marines se encuentre junto al Puerto de Sonora. Pero el problema de la sequía no es exclusivo de este trozo de desierto. Al otro lado de Sierra Nevada, en la ciudad de Sacramento, a dos horas en coche de San Francisco y en mitad del fértil Valle Central de California, el paisaje es como el de Castilla en agosto, y el Ayuntamiento ha prohibido a los residentes regar los jardines de sus casas más de una vez al día.
Eso es si se viaja hacia el Oeste. En dirección Este, la situación es peor. El Lago Mono forma parte de lo que se llama la Gran Cuenca -Great Basin-, un desierto tan grande como la Península Ibérica en el que todos los ríos desembocan en lagos salados. Sólo hay uno que llega al mar: el Colorado, que da nombre al famoso cañón que corta Arizona y Nevada. Pero el uso de agua para la agricultura y ciudades como Las Vegas y las cada vez más frecuentes e intensas sequías han hecho que el Colorado se seque antes de alcanzar el Océano Pacífico. Todo el oeste de EEUU podría estar en una época de sequía que podría extenderse durante décadas.
Pero el problema es más amplio. A más de 3.000 kilómetros al Este, en Texas, el río Grande está en peligro de sufrir el mismo destino: un río que termina en un desierto. El futuro será Bodie, una ciudad minera abandonada a dos horas en carro hacia el Oeste desde el lago, en dirección a Nevada. Allí siguen, desde que hace 70 años se acabó la fiebre del oro, petrificados, las casas, los almacenes y las iglesias, en el desierto que sigue avanzando.
DesdeLaPlaza.com/El Mundo.es/AMH