En la entrada de un edificio gubernamental de Vietnam, cerca de la frontera con China, un joven ecologista llamado Nguyen Van Thai abre una caja de madera con un machete.
Saca cuatro bolsas plásticas que deja en el piso. En cada bolsa hay una pelota pequeña, pesada y con escamas de un color negruzco.
Lentamente –y con mucho, mucho cuidado– una de estas pelotas comienza a desenrollarse dejando en evidencia dos ojos oscuros, una trompa larga, una cola aún más larga y un vientre suave y rosado.
En muchos países asiáticos su carne se considera un manjar. Es un pangolín, el único mamífero cubierto de escamas que se blinda como una pelota cuando se siente amenazado por sus depredadores.
En un año consume siete millones de hormigas y termitas con su extensísima lengua. No tiene dientes: acumula piedras en su estómago para triturar la comida.
La razón por la cual muchos de nosotros nunca oímos hablar de este animal es que rara vez sobrevive en cautiverio.
Sólo seis zoológicos en el mundo tienen uno.
Además, es el mamífero que más se comercializa de forma ilegal en el mundo: cerca de 100.000 pangolines al año son capturados y enviados a China y Vietnam.
Desde la Plaza/El País/AMH