Nuestro cerebro recibe estímulos a través de nuestros cinco sentidos: olfato, gusto, tacto, vista y auditivo. Gracias a esos estímulos, que son conocidos como la percepción sensorial, vamos desarrollando necesidades, experimentando estados de ánimo e influyendo en nuestra toma de decisiones. Así es como decodificamos las señales que recibimos del mundo exterior y a través de nuestras intuiciones, conocimientos previos, experiencias personales y opiniones preestablecidas podemos comprender qué ocurre a nuestro alrededor que no es otra cosa que la percepción al proceso cognoscitivo, es decir, la acción de comprender y organizar los estímulos generados por el ambiente y darle a todo eso que recibimos un sentido para actuar en consecuencia.
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El libro en su soporte físico, es decir, el libro de papel, se relaciona con los lectores a través de la vista, del tacto e incluso hasta del olfato. La textura de sus hojas, la disposición de las palabras y el tamaño de las letras, además del aroma que de él se desprende, enriquecen nuestra experiencia lectora de una forma que el soporte digital no alcanza. Así, la relación con el libro se hace más íntima porque construye un puente entre nuestra imaginación activada a través de la lectura y la dependencia física con un objeto amable, vivo, que se convierte en una especie de cómplice y compañero.
Sin embargo, en esta nueva era donde el acceso a la tecnología ya no es una excepción sino la regla, los amantes del libro como objeto deben abrirse a la posibilidad de que sus hijos o nietos prefieran leer a través de una pantalla y prescindir la experiencia sensorial e insustituible que nos aporta lo físico como soporte. Para el periodista cultural Rubén Wisotzki, a pesar de la belleza del papel y su textura, del libro y su aroma cuando se abre por primera vez, lo que importa realmente es el hábito de la lectura: “Los libros como objetos, para que nos objeten o no, son necesarios para los que crecimos con ellos, para los que somos invencibles (como son todos los lectores) gracias a ellos. Con la llegada de la tecnología a la casa ya no es tan necesario el libro de papel para las nuevas generaciones que también, por cierto, llegan a las casas. Uno quiere que su hijo lea para que conozca otros mundos, para que lo confronten en buen espíritu otros mundos, para que lo objeten en sana paz otros mundos. Que elija él a su gusto el soporte que prefiera para hacerlo. Lo importante es viajar y no el medio en el cual se realiza el viaje”.
Para el poeta Gustavo Pereira, creador de los somaris y autor del preámbulo de la Constitución Nacional, “leer un libro, hojearlo, comenzarlo por donde se desee, repasarlo, consultarlo, escudriñarlo, marcarlo o dejarlo en el anaquel, no es lo mismo que tenerlo ante una pantalla, por más nítida que sea la resolución en pixeles de ésta”.
“Pasa como con el cine: ese aire de solemnidad o placer ritual de la gran pantalla, esa tácita complicidad entre uno y otro espectador, esa especie de intimidad mágica y compartida en la oscura sala no podrá brindárnosla la gregaria y relampagueante televisión”, agrega el poeta; sin embargo, “es probable que los libros cambien de formato, que la electrónica nos permita llevar en el bolsillo la biblioteca del Congreso de Washington y podamos leer en monitor de multisincronía como en hoja de papel. Independientemente de su forma, el libro tendrá larga vida”.
Y por esa larga vida de la que habla Gustavo Pereira es que el hábito de la lectura debe tener una presencia protagónica en nuestras vidas más allá de los soportes y formatos. Leer es la palabra clave.
DesdeLaPlaza.com/Gipsy Gastello
@GipsyGastello