Un jueves de poesía en mi lugar favorito de Caracas, El Techo de la ballena, café-librería en pleno centro de la ciudad, conocí a José Hernández. En la barra él disfrutaba de una taza de café. Nos presentaron y al descubrirnos ambos como apasionados por la lectura, la conversación fluyó de inmediato.
Largo rato nos dedicamos a Los detectives salvajes de Roberto Bolaño y, por cosas del azar, saltamos al venezolano Adriano González León. Le confesé a José que más allá de País portátil, novela de culto ganadora del premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral en 1968 y que marca la vanguardia literaria venezolana de la época.
Entonces, muy amablemente, José, sabiendo ya que mi género predilecto es el relato breve, comenzó a hablarme de los cuentos de Adriano y, particularmente, del que se titula Uno.
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Con la chispa encendida, días después inició mi peregrinaje por las librerías caraqueñas, públicas y privadas, para buscar los cuentos de Adriano. Me tomó varios días y algunas decepciones. Sin embargo, sabemos que la victoria es de quienes perseveran.
En Chacaíto encontré, a un precio absurdamente económico, toda una rareza: Hueso de mis huesos, un poemario de Adriano ilustrado por Manuel Quintana Castillo y publicado por el Taller de Ediciones Rayuela en el año 1997.
El librero me dijo: “No sé si es lo que está buscando, pero esto es lo único que tenemos”. Cuando un lector toma la decisión de dedicarse a un autor en especial, cualquier hallazgo se convierte en tesoro. Sin pensarlo, y luego de preguntar el precio, decidí llevarlo a casa. Abro al azar y Adriano me recibe con Ciudad Buril:
“Se ejecuta el ritual de la ventana. El aire ubica su procedencia celeste o su temblor de la montaña. Vale marcar la peripecia de un trazo allá lejos. Alterna con las defensas del río. Evidente gimnasia de los ojos, a ella nos debemos. Incisivo mirar lo ya mirado. Fachada va en fachada, vidrio desentendido, confusión entre sombra y rayo inesperado. Una ciudad puede someterse a buril. Aquí está entonces nuestro disfraz de joyeros: pesca milagrosa de los rubíes, acento muy fugaz de la esmeralda, pañuelo que descubre la amatista. Así es. Entre violetas y amarillos anda el juego. Los naipes urbanos se despliegan. Viene la falacia de las apuestas. El equívoco que indispone las manos temblorosas. La duda abierta como un gran pájaro sin rama. Las palabras que vacilan como la primera tarde en la escuela. Hay reglas ciudadanas”.
Y apenas así, en el primer encuentro, sabía yo que comenzaba con Adriano González León una larga amistad, ese lugar misterioso en el que lector y escritor firman un pacto que durará para siempre. Vía correo electrónico, José, el celestino entre Adriano y yo, me dijo que aún se conseguía en librerías la edición de El Nacional de sus cuentos completos.
Retomé la búsqueda desde Chacaíto hasta Altamira. Fue en vano. En una de las tantas librerías me dijeron que El Nacional había mandado a recoger sus viejas ediciones, entre esas los cuentos completos de Adriano. Así que pensé en una librería a la que le tengo mucho cariño que queda en Vizcaya, atendida por sus propios dueños, grandes lectores por cierto, donde siempre consigo alguna rara e inesperada edición. Crucé la ciudad. Y sí, ahí estaba. El precio estaba un poco alto para mi desgastado presupuesto de final de quincena, así que apelé por el último cartucho de mi tarjeta de crédito. Misión cumplida.
En casa, con los cuentos completos de Adriano, abro una página al azar y descubro la transcripción de su discurso a propósito del Premio Nacional de Literatura en 1979. Comienza así:
“La literatura es un enfrentamiento con la nada. Nombrar rompe el silencio, disuelve las tinieblas, realiza el milagro del ser. Por la palabra el universo se hace tenue, cobra orden, disuelve sus asperezas, es habitable y reconocible”.
Sonreí y supe en ese instante que Adriano y yo hablábamos el mismo idioma. Dejé la búsqueda y me sumergí en los dos libros, sin saber que días después, por pura casualidad, en una librería de El Hatillo, me encontraría de nuevo con él. Era su libro Viejo, publicado por Monte Ávila Editores Latinoamericana en el 2005.
Por tratarse de una librería privada, vendía ese ejemplar en un precio absurdo por ser Monte Ávila. Diez veces su precio. Quizás más. Pero, vamos, era Adriano y yo ya me había enamorado de él. No pude resistirme, así que lo compré. Y no abrí al azar sino que acudí a la primera página, como siempre se debería hacer:
“Me siento viejo. Decaído. Ayer tuve la certidumbre y hoy me pongo a contarlo. Saberse viejo no es fácil. Sobre todo, porque nunca quiere saberse. Pero la verdad llega con unas lucecitas que nos acribillan los ojos. Con un aleteo. Con unas cortinas que se descuelgan en el cielo”.
Me dije en voz alta, en una habitación vacía: “Somos dos Adriano, somos dos”. Con la satisfacción del hallazgo, José me escribe a los días que me había dejado en El Techo de la Ballena un pequeño regalo. ¿Qué puede ser mejor regalo que un libro? Nada, la verdad. Resulta que me había dejado Uno y otros cuentos de Adriano, publicado por Monte Ávila Editores Latinoamericana en suAna colección Biblioteca Básica de Autores Venezolanos.
Era del 2007. Toda una joya. Recordando nuestra primera conversación, me fui directo al relato Uno, para saber por qué a José le parecía uno de los mejores textos que había leído en su vida:
“Anda uno así, como si hubiera despertado de un sueño no tenido, así, todo despabilado y con grandes ojeras porque se ha pasado la noche dando vueltas en la cama, o mejor dicho, en el bar, en los bares, por donde quiera, qué sé yo, imaginando la ciudad sobre ruedas, la ciudad que pasa entre nubes, uno corriendo por avenidas de árboles cortados, árboles que se multiplican, y doblan la cartera de uno, aceras muy altas donde jamás se trepa tu corazón, mamposterías siniestras, altos edificios fríos con terrazas de vidrio, lugares sin amo, rincones secos, toldos amenazados por el viento y esos papeles que brillan a lo lejos, esos desechos de escritura, pedazos de la carta, creo yo, que un día te escribí y no me contestaste y la rompiste, como se rompen todas las cosas que a uno le duelen…”
Adriano González León formó parte de los grupos literarios Sardio y El Techo de la Ballena. Tiene un no sé qué que me atrapa y sospecho que no pretende soltarme, tal vez su humor negro, su ironía, esa forma de decir mientras juega con nosotros, esa capacidad extrañísima de decir justo lo que necesitamos para avanzar en medio de toda esta selva que nos atormenta con las cornetas de los carros, motorizados que se cruzan en nuestro camino, el smog con que los autobuses adornan nuestros cielo nada azul en esta época de lluvia.
Es, pues, toda una aventura haberme encontrado con Adriano, descubrirlo gracias a un conocido en la barra de un café en Las Gradillas, emprender una especie de rally por las librerías caraqueñas, encontrarlo, leerlo, enamorarme perdidamente, escribir esto y esperar que quienes me lean también salgan a buscarlo. Les aseguro que es una aventura altamente contagiosa.
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Gipsy Gastello @GipsyGastello ggastello@gmail.com