A la vuelta de la esquina
Una de mis preocupaciones cuando emprendí este viaje era precisamente eso, el viaje. Los aviones me generan un estrés increíble porque no soy yo quien maneja y mira que confiar en un tipo precioso con un uniforme impecable que además pasa rodeado de puras mujeres perfectamente peinadas y maquilladas no me genera mucha confianza que digamos. Eso, aunado a que el despegue de esta tierra querida sin nada que me garantizara que volvería, me daba así como cosita. Serían 10 horas hasta Frankfurt, Alemania, luego esperar allí unas 6 horas hasta abordar de nuevo para pasar 10 horas más hasta Beijing. Para el momento que avistaba tierras orientales la raya de mi gran culo había desaparecido junto con el miedito que me daba aterrizar.
Comí poco en las primeras horas, vi varias películas, fui al baño sólo 2 veces y mi compañero de puesto no era muy conversador que digamos, de hecho se dedicó a roncar todo el trayecto. Pero no es muy bueno dormir en los vuelos largos porque las lindas y risueñas aeromozas ¡no te despiertan para comer! Y yo no me iba a pelar mi papa por andar rindiéndome a Morfeo.
Intentaba ver por la ventana y buscar alguna forma en las nubes pero que va, estaba muy oscuro ya y eso de ver el ala del avión todo el tiempo me daba como más miedo aún, bloqueaba todos los recuerdos de historias de aviones siniestrados o de series de naufragios para poder continuar. La sed me estaba matando. Se me secaba la nariz por dentro. Y ya la azafata me odiaba por llamarla a cada rato para pedirle «cul yu plis get mi mor güater mis» me sentía absolutamente seca por dentro por el malvado aire acondicionado.
Viaje ligero
Cargaba mi maletica de mano hasta para el baño, porque viajar solo, es la prueba indiscutible de que llevas una parte de tu vida a cuestas hasta para eso. Hacía frío y veía en una que otra esquina a los que les tocó hacer escalas largas allí y armaron su guarida para dormir, pensaba que a mí me tocaría construir mi mejor ranchito a la venezolana. Y así lo hice de regreso, con la paranoia intrínseca de que se llevarían mi maleta, me la amarré a la cintura y puse una alarma para despertarme cada hora y chequear que todo estaba en su lugar pero que va, a esa gente no le interesaba nada de mí, de hecho estuve sola la última noche en el aeropuerto de Frankfurt donde fue mi escala. No había naaaaaadie ni en los pasillos, sólo escuchaba una voz y no era la de mi conciencia precisamente, era la de la pajúa que anunciaba la salida de un vuelo cada 15 min., y que no me dejó dormir en las 17 horas que estuve allí antes de venirme a Caracas. Ah y sin contar que en uno de los breves instantes en los que agarré un sueñito, al único trabajador nocturno de esa vaina, se le antojó pasar la pulidora JUSTO en frente de donde yo dormía. Lo odié y le menté la madre en alemán, venezolano y hasta en chino.
A pedal y bomba
En los vuelos internos que hice en China (Beijing-Xian-Shanghai-Beijing) fue hasta divertido dejarse llevar como ganado hasta la puerta correspondiente sin entender ni papa que decían los carteles ni los anuncios de la vocecita. Parecíamos plan vacacional. Todos los aeropuertos allá son monumentales, obras arquitectónicas con diseños innovadores y abrumadores. Siempre full de gente, ellos hacen muchísimo turismo interno, además que la mayoría de las personas son de provincias que quedan muy alejadas pero trabajan en las grandes ciudades, así que viajan que jode.
Todo sale a la hora exacta y sin retrasos. Los chinos no entienden el concepto de decir «como a las 5» y tampoco cuánto puede llegar a durar «un momentico» simplemente no pueden entender cómo se puede vivir con una falta de consideración y respeto por el tiempo ajeno. Calculan hasta cuantos minutos puede tardarse uno en una cola o la gravedad de un tráfico trancao. Llegan justo a la hora siempre y que vinieran estos latinoamericanos a alterarles sus horarios era causarles una crisis severa.
Caminan largas distancias y no se quejan, hay muchos taxis a gasolina y a tracción de sangre porque hay unos que son como una cestica techada conectada a una bicicleta que te lleva por 20 yuanes (4$) unas 10 cuadras de distancia.
Muuuuuuchas motos tipo vespa y naaaaaadie usa casco. Las medidas de seguridad en ese particular son nulas.
El tráfico es anárquico, para cruzar una esquina a pie era toda una proeza ya que pocos respetan los semáforos y en cualquier lado pueden dar vuelta en «U», ¡hasta en las autopistas! Es verdaderamente desesperante como se cambian de canal sin poner luces ni nada. Viven tocando corneta como unos enfermos. Es bastante perturbador porque te pueden atropellar en cualquier sitio.
Modelos de carros de todo tipo, casi todos del año, Mercedes Benz, Audi, Mazda pa’ tirar pa’l techo. Allá vi por primera vez en mi vida un Lamborgini Diablo color blanco, espectacular pero el dueño no dejaba que le sacaran fotos.
El metro en Beijing ¡es una locura! Eran las 11:30 de la noche y estaba tan full como suele estar la transferencia de Capitolio-El Silencio, a las 6:00 pm de un viernes, quincena, en Navidad, con las utilidades y cestatickets depositados. Es que cónchale, como ustedes comprenderán, son muchos chinos juntos.
DesdeLaPlaza.com/Victoria Torres