Al Lewis Carrol venezolano se le volaron los tapones (en su lugar, colocaron unos cartones).
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Lanzó por la madriguera a un conejillo con autismo y a su madre detrás del posible salvamento.
Todavía no vuelven.
Se dice que el té del sombrerero es más adictivo que el excremento del diablo y que han de estar enredados en el charco de lágrimas, del que no se vuelve cuerdo.
No hay foto de la Alicia, ni del hijo “¿Y de qué sirve un libro sin dibujos, ni diálogos?”.
Las paredes de la “boca de visita” no tenían vadémecum, opúsculo, tampoco frascos de mermeladas, pero el hoyo, parece sin fin.
Mientras caía, la madre imaginaba que cruzaba hacia la maravilla, tomada de la mano de su hijo. En el trayecto le apretaba, y él hablaba más y con mayor claridad, de vez en cuando sacaba de su chaleco el reloj… ya no tenían apuros en el aquí y en el ahora, seguía siendo su hijo y ella su madre.
En el trayecto le dio tiempo para preguntarle, con mucha ansiedad “dime la verdad, ¿te has comido alguna vez un murciélago?”.
César -que se llamó el niño- era el conejo enviado para devolverla.
Pronto se hizo de noche. Sara no se daba cuenta de que siempre lo fue. Y entonces recordó que el aire nocturno no le sienta nada bien a su garganta ¡Pobre cuello!
El hueco fue provisto por la reina de corazones hace tanto ya, que daba lo mismo si caía una Alicia, o una Sara.
“¿Se podrá por esto enjuiciar a un juez?”, se preguntó en el mismo instante del “cataplún”.
El golpe de Sara y César les ladeó la peluca y en la mera rabia escucharon: “Que les corten la cabeza”.
Habían sido condenados a dejar esta aburrida realidad.
Ella no despierta, tampoco lo hace su hijo.
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Una noticia, una malanoticia, mece las palmas y encapota la capital falconiana.
A la lágrima se le hace Coro.
Este lunes. Hace dos días, un niño de siete años de edad, se escapó de las manos de su madre y se paró sobre una “boca de visita”, tapada con un cartón. El material cedió y fue a parar al fondo.
Su madre -Sara- dejó en manos de su hermana a su otra hija, de cuatro años de edad, para tratar de salvar a César. Se arrojó. Durante veinte minutos se escucharon sus gritos. Pero de a poco cesaron.
Vecinos, bomberos, rescatistas, policías, guardias nacionales, alcaldes, gobernadores. Nadie. Nada. Parecía habérselos tragado la tierra, hasta la tarde de este miércoles, cuando a un kilómetro del lugar del accidente, hallaron el cuerpo de la madre, tras más de cincuenta horas de búsqueda.
Cinco años han permanecido abiertas estas alcantarillas.
Pregúntese ¿Usted, se hubiese lanzado por su hijo?
Pregúntese ¿Puede demandarse al Estado por la muerte de estas dos personas, producto de la negligencia? Aún ganando, lo habrán perdido todo.
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-Alicia, ésta boca de cemento se ha tragado a su visita ¡Cuánta malaeducación!
“Y es que aquí …
el trabalenguas, trabalenguas,
el asesino, te asesina y es mucho para tí”…
DesdeLaPlaza.com/Indira Carpio