Sus ojos amarillos no podían desprenderse del detalle de sus labios
¡Párame gafo!- Le dice ella con una coquetería que más bien pareciera gritar:“¡bésame!”
Lo intento- responde él, visitando sus pestañas largas y cautivándolas con una sonrisa de galán.
El juego parace abierto hasta que el metrobús, ya retrasado, finalmente llegue. Pero a ellxs no les importa eso. El tiempo es ganancia cuando son las miradas las que hablan mientras la luz tenue en Las Tres Gracias sirve para la postal.
Él levanta suavemente el dedo medio y lleva un rulo de ella hasta detrás de la oreja. Silencio de palabras y escándalo de cuerpos. El dedo baja, y con la parte externa acaricia la mejilla. La mano responsable continúa el recorrido y se detiene en el hombro. Ella despierta del breve masaje. Lo mira fijo. Sonríe, consciente de la magia que ahí habita, y conduciendo la punta de su nariz sobre la de él realiza el hechizo. Él, de ojos cerrados, dibuja en su rostro una expresión que nada debe envidiarle a la del momento en que se zambulle en su pecera.
Yo, embelesado, pongo pause un segundo y busco alrededor alguna complicidad, sobre todo en las chicas que suelen estar más atentas a escenas como ésta que tantas millones de veces nos han vendido las comedias románticas gringas y alguna que otra novela bien hecha. Pero no. Nadie mira. Solo detecto algunas caras de cansancio interrumpidas por la conversa que tiene el cafecero con todxs a la vez. Así que me reconecto con el deleite mutuo de estos seres que ahora se susurran al oído.
Me pregunto cuándo fue la última vez que protagonicé algo similar y creo han pasado varios años desde entonces. Y claro, fue con una chama. La verdad es que con panas nunca me ha pasado, así en alguna cola. Me pregunto si en efecto sería factible, a sabiendas de que, mientras esta pareja de tórtolos pasa desapercibida, una de dos hombres seguramente sería mucho más entretenida que la conversa del cafecero. No seríamos tórtolos, ¡seríamos patos! Hay gente que dice que es cuestión de uno, pero es como decir que es lo mismo hablar ante una cámara que por un teléfono. Quizá no pase nada, más allá de algunas miradas, pero al final, como toda alerta, el miedo ante un posible ataque, en ese u otro momento, te limita de vivir con entrega un instante como ese.
Uy, cómo extraño ese beso a ojos cerrados en cualquier lugar. O mejor dicho; en todos los lugares.
-Esto y más nos roba la homofobia todos los días- me digo mientras suspiro.
Llegó el metrobús.
DesdeLaPlaza.com/ Víctor FHA
Militante y periodista
victorfha@gmail.com