Jamás imaginé que disfrutaría tanto un paseo dentro de un barrio de Caracas. Esta ha sido una de las experiencias más gratificantes y enriquecedoras que he vivido dentro de mi desquiciada ciudad. Conocer y reconocerse en el otro es un ejercicio que pocos están acostumbrados a hacer, ellos se fueron a la montaña a hacer sus propias leyes y a escapar de imposiciones absurdas y esclavizantes, se pusieron de acuerdo en que querían ser feliz y sin nada que los atara. Conocí un poquito a San Agustín, un cumbe de paz y libertad.
La idea de «hacer un tour» por un barrio, era un concepto muy complicado de digerir, porque al principio pensé que me sentiría demasiado sifrina haciendo un paseo por el cerro, pues sería la única forma en la que podría entrar a este sector, acompañada y protegida, como en una «cápsula antimaladro«. Además pensé que, las personas que viven allí, dirían algo así como: «aquí vienen estos sifrinitos pajúos a vernos el rostro otra vez«. Pero no. Nada más alejado de eso.
Cumbe.
- m. Ven. Población formada por esclavos negros fugitivos, en la que vivían como hombres libres.
San Agustín Cumbe Tours, es una excursión pedagógica, cargada de sabor y música, que acompaña a cualquiera que desee conocer, barrio adentro, los colores de una comunidad que ha crecido en cultura y corazón y que se hincha de orgullo por su gente y sus logros.
El contraste de su ingeniosa arquitectura con los grandes edificios que se divisan a lo lejos, fortalece la creatividad y sudor necesario para construir la vida en el cerro. Con bases sólidas y poco a poco, así va tomando forma el hogar que abraza a casi 50 mil habitantes, que despiertan con un frío sabroso cada mañana y son dueños de una envidiable vista panorámica en 360º de la ciudad capital.
Lejos de ser una exposición de carencias, delincuencias, drogas, hambre y pobreza, flagelos sociales, que pueden y de hecho existen en cualquier barriada caraqueña, en este recorrido aprendí de geografía y me sirvió para ubicarme en tiempo y espacio dentro de mi misma ciudad. Rompiendo esa burbuja en la que a veces nos toca vivir te das cuenta que somos muy chiquiticos en una ciudad tan grande y rica.
Conocí, de la boca de sus sobrevivientes y cronistas, lo que ha sido luchar contra el empeño urbanístico ancestral de desaparecer el barrio y su gente. Me conmoví con sus anécdotas e historias, sobre cómo han conseguido a puro pulmón, con deporte y sabor musical, deslastrar ese estigma que tristemente los había definido por décadas, el hampa, la pobreza, la basura, la desidia. Pero que va a San Agustín, lo define su gente. Porque son gente y eso, en estos tiempos, es difícil de encontrar.
Se trabaja a sol y sombra, se suben escaleras, se saltan charcos y se alcanzan sueños. Se baila pegao y se habla gritao, se suda, se ama, se ríe, se llora, se vive. Se lleva todo lo afro de nuestros ancestros con mucho orgullo y se jactan de las habilidades que poseen (casi todos) para bailar y cantar. Aprendes de béisbol, de sus glorias de su historia y “del hijo de María que comenzó jugando chapita en la vereda”.
Las abuelas continúan jugando bolas criollas como lo han hecho durante décadas, de generación en generación y celebran sus torneos con una salsa vieja de fondo que ameniza la partida, mientra los esposos y arrejuntes, golpean las piezas de dominó en una mesa, allá en «Las lavadoras«.
La tía de alguien prepara las empanadas para los que están en el recorrido, hay una gigante que se llama “La Cartelúa” que tiene más de 7 sabores y de la cual pueden, fácilmente, comer varias personas. La guarapita de guanábana, es un elixir de los dioses y la de parchita también se deja colar.
La gastronomía nos deleita con dulces de Barlovento, la Cafunga que preparan los papás de Reinaldo, es deliciosa, sabe a tradición, a África y Caribe, a melaza, a ese calor que da el fogón de los amores. La conserva de coco también es sabrosísima.
San Agustín defiende su esencia, su sangre, su vistosidad, ondea en lo más alto esa humildad de quienes te abren las puertas de su casa y las de su corazón, para que entres y te sientes un ratico a hablar de la vida, filosofar, soñar y crear.
Los residentes de esta zona, han sabido exprimir hasta el tuétano sus fortalezas, siguen rebotando en las esquinas frases como: “si te gusta pintar, no hagas una mamarrachada, regálale a tu comunidad un mural serio y enseña a los más pelaos cómo es esa técnica para que el graffiti se vea cartelúo”. “¿Te gusta tocar tambores? Vamos para que aprendas música como se debe y te instruyas en la percusión afrocaribeña y si quieres podemos grabarlo allá abajo en el estudio”. “Anda a acostarte temprano, que mañana tienes práctica de bateo”.
Cada sábado o cuando se arma un buen grupo, estos panas le cambian la vida a los que asisten, te zarandea si lo necesitas, te purga de prejuicios, te impregna de su aroma a libertad.
Ya sea que vayan a tomar fotos, a turistear, farandulear o simplemente a conocer. Abrir los ojos dentro de una ciudad que te cae a coñazos por su ritmo violento, por su ajetreado andar, es gratificante que aún existan buenas personas, seres humanos de bien, que decidieron sacar el pecho por su comunidad y se juntaron para darse a conocer.
Quienes forman parte de este Cumbe, están claros que el rollo es de clases, que es cultural, que hay que trabajar juntos y se reduce a la toma de conciencia, de saber de dónde venimos y qué es lo que queremos en realidad. No por caprichos, individualidades, o para satisfacer egos efímeros. Tampoco esperar a que caiga la ayuda del cielo (o del gobierno), hay que mantener la acción desde la raíz, apoyándose en los que deciden colaborar con sinceridad y sin intereses.
El camino se hace al andar, dicen por ahí. Yo anduve por San Agustín y me gustó. Me quedo con el saborcito a cambúr titiaro en el paladar y absolutamente enamorada de esas sonrisas, tantas sonrisas tostadas con las que me tropecé esa tarde en el barrio.
DesdeLaPlaza.com/Victoria Torres Brito