Yara fue un huevo que anidó en el enjambre de parchita de la montaña caquetía.
Sus alas fueron la pulpa, sus ojos de agua ácida. Una mariposa: una flor que vuela.
Cuando cayó de la rama atravesó el macizo de Nirgua y dibujó el río que serpentea su cuerpo.
De la orilla emergió sobre una danta.
La vieron desnuda, reverdeciendo la piel de la tierra.
Nada pudo tocarla, pero todo cuanto tocó floreció.
Sus manos son dos orquídeas abiertas a la lengua.
Su cabello, una cascada de donde la noche se colorea.
Dicen que la maldición está en su mirada, verde como agua empozada, por eso algunos prefieren mirar los ojos de sus tetas.
Se alimenta de los espíritus que se entregan a sus favores.
De sus pies las raíces, la venas del sol que reverbera en el centro de la areola.
Leer también: Mujerícola 24: La avanzadora
El blanco la llamó María, antes de que entrara a sus aposentos montada en una onza, desnuda.
El conquistador quería atraparla.
Ella le pisó la cabeza.
Y Ponce de León movía la cola, lo mismo que maniataba a Yaracuy a punta de arcabuces.
La persiguieron, pero la buena Sorte la ocultó y se desbordó hasta ahogarlo, al invasor.
Ella habló con un mango y fue hoja que se tragó el río.
Y cabalgó sobre la muerte de sus enemigos hasta volver a la crisálida.
Y fue cuando la vieron, sosteniendo los huesos de su pelvis al cielo, porque de su vientre una legión de gotas se alzarán contra la espada yerma.
La penetró una cascada y parió una liana, de donde se cuelgan los guerreros.
Su hija la cueva se ha roto porque la pretende una hebra de luz.
La laguna se queda sin agua, porque la escupe contra el turista.
De vez en cuando nos sueña y se despierta y tirita.
Se descubre enyesada, en medio de una sabana de asfalto.
Y sus ojos ya no conjuran
porque en ellos el cemento la maldice a ella y a sus hijos.
Y así marchita la flor, se parte en la cintura, se cae, se descascara, se vuelve al azul inmenso.
Entonces corre hasta la serpiente que la recibe con la boca abierta,
agita el monte,
llueve en el copito,
ruge el cunaguaro,
el tronco de la ceiba da una vuelta más
se encienden todas las velas:
alguien cree en la Diosa madre.
DesdeLaPlaza.com/ Indira Carpio