Hay espacios de aprendizajes que no se parecen a las aulas de clases y, por ello, mucha gente los desprecia. Uno de ellos es la acera. Desde allí quisiera escribir estas notas de opinión.
Paso por la acera, me detengo brevemente ante algunas vitrinas del centro de Caracas y observo en ellas, zapatos, perfumes, lámparas, muebles, carteras, papelerías, adornos, botones, ropas de todo tipo y muy parecidas todas. Corotos, corotos y más corotos. Mercancías, objetos de intercambio en los que, quienes los fabricaron no se reconocen. Marcelo me dice que trabaja en una fábrica de zapatos que está en la Yaguara y, precisamente frente a un exhibidor de esas piezas me dice que “así son los zapatos que hago”. Como me llama la atención el tema, le pregunto si me puede indicar cuál hizo él, su respuesta, casi automática, es que ninguno.
En las fábricas se trabaja en serie, un mismo producto es confeccionado por distintas manos que producen mercancías. No importa del tipo que sean. Las hacen los obreros y las obreras, con sus mercancías disponibles, la fuerza de trabajo que intercambian o venden a los pocos que son dueños de los medios de producción.
He partido para esta reflexión de un escenario común al aprendizaje: el centro de Caracas, sus paseos y aceras, sus vitrinas. Por contaste a los detalles de los primero párrafos, debo mencionar que por aquí también está una tienda grande de artesanías y unas cuantas librerías nacidas en Revolución, especialmente desde comienzos de este nuevo siglo lleno de esperanzas para quienes estamos convencidos de que puede llegar a existir una sociedad, distinta a la capitalista –por supuesto- que supere las relaciones de explotación y el trabajo alienado.
En la librería El Techo de la ballena, también en la Del Sur, ambas muy cercanas entre ellas, en Las Gradillas, los libros, de diversos autores, géneros y temas, uno hojea los ejemplares, los acaricia, se enamora de ellos y, cuando decide comprarlos, observa que sus precios no han sido establecidos con criterios de lucro fácil, de mercantilismo, sino de reconocimiento del uso, del placer, de la estética.
Igual ocurre con mi aludida tienda de artesanías, que –al igual que otras en todo el territorio nacional- exhiben y venden piezas artísticas, muchas de elaboración artesanal, todas pensadas en su valor de uso y no en el valor de cambio (conceptos éstos claramente trabajados por el camarada Carlos Marx, hace unos 200 años). En cada obra que se exhibe y vende, en la Tienda de Artesanías y otros productos culturales, sus autoras o autores se reconocen. No están extrañados o ajenos a las mismas: generaron valores de uso. Pero, además, quien las adquiere, sabe que “compra” un valor de uso y no una mercancía más. Aunque, a veces, el fenómeno común y cotidiano en capitalismo nos remita tendencialmente a una misma “esfera de circulación”, la del mercado (que en sí ni per-se es eternamente capitalista) hay una gran diferencia entre los dos ejemplos aquí mencionados.
Es sobre estos aspectos que quiero fijar mi atención y pedirles que la fijemos de conjunto, especialmente quienes luchamos por superar el capitalismo y entendemos a la Revolución Bolivariana y Chavista como la gran opción para contribuir a ello, con el imaginario de la Patria socialista.
Mi invitación es para seguir el debate y profundizar el Diálogo en la acera. ¿Son los bienes culturales una prefiguración de relaciones e intercambios o mercado de nuevo tipo?
DesdeLaPlaza.com / Iván Padilla Bravo