Por: Pedro Ibáñez
Recordar al escritor venezolano Julio Garmendia y relacionarlo con Matrix puede ser arbitrario pero no extraño, y aunque suene parecido a un mashup literario como Sensatez y sentimientos y zombies o Androide Karenina, la vinculación es menos rebuscada puesto que este autor, precursor del realismo mágico, anticipó en su relato “La realidad circundante” (1927) uno de los temas más caros de la ciencia ficción en la era postindustrial: la realidad virtual.
Garmendia, quien falleció el 9 de julio de 1977, publicó este relato en su libro de cuentos La tienda de muñecos, desprendiéndose de las tendencias narrativas del criollismo y realismo, en adopción de elementos de un surrealismo en boga que no le fue ajeno durante su estancia en París en la década de 1920, para abrir una brecha a la narración fantástica en Latinoamérica por la que también transitarían Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar.
En el relato un vendedor callejero reúne a un grupo de personas para ofrecerle un pequeño aparato adaptador, fabricado por él mismo, llamado “Capacidad artificial especial para adaptarse in continenti a las condiciones de existencia, al medio ambiente y a la realidad circundante”, con el cual las personas mal adaptadas podrían ajustarse a “las vicisitudes de la vida, las inconstancias de la suerte, las inclemencias del cielo, los cambios de fortuna, las vueltas del mundo”.
Con la frase “adaptación científica a la vida real”, el vendedor afirma haber aplicado su invención consigo mismo de manera exitosa y categoriza a sus congéneres neo adaptados con las etiquetas “adaptado a priori”, “adaptado a posteriori” y los incurables “inadaptados radicales” junto a las clases pudientes, que curiosamente tienen un capacidad natural de “superadaptación”.
Interrumpido por el narrador, quien se confiesa inadaptado incurable, el vendedor insiste en vender el producto “antes, sobre todo, de que comenzase a ser fabricado por millares, en vasta serie industrializada y estar puestos al alcance de legiones y masa de reacios a la verdadera comprensión de lo real”, para cerrar el relato con recursos de alegoría y parodia, ficción de lo real, juego o evasión, muy característicos de la obra de vanguardia que presentó Garmendia.
El aparato adaptador
La virtualidad ha sido obsesión en la literatura fantástica, desde lo más elemental, como el símbolo del espejo ―muy presente en la obra de Borges― superficie que devuelve la imagen invertida de los objetos; igualmente, en escenarios más elaborados como en La invención de Morel (1940), novela corta Bioy Casares, en la que un náufrago llega a una isla desierta donde eventualmente aparecen personas y creyéndose intruso las espía hasta descubrir que son “nuevos tipos de fotografías” generadas por una máquina holográfica.
Otro argumento de una adaptación consensual artificial fue abordado por la ciencia ficción estadounidense, en la literatura ciberpunk, tributaria de los videojuegos, con la novela Neuromante (1984) de William Gibson, donde existe “la matriz” o alucinación colectiva del ciberespacio en la que usuarios participan de la alucinación de una “verdadera naturaleza” del mundo, a través de implantes, aparatos y conexiones simbióticas con computadoras, metáfora de la extensión de los sentidos postulada por el filósofo Marshall McLuhan.
La promesa de conocer la verdadera naturaleza del mundo es la que hace despertar al personaje Neo en Matrix (1999), quien sale de su propio mito de la caverna y comprende que su realidad, o lo que creía que era, consistía realmente en una simulación inducida por el dominio de las máquinas hacia el hombre, argumento central de esta película, coctel de acción, psicología y filosofía, heredera del texto fundamental de William Gibson.
En un plano más verosímil, menos postapocalíptico y más especulativo cabe la pregunta si podría ser la realidad virtual de nuestros tiempos el culto a los medios electrónicos. El aparato adaptador que vende el propagandista de “La realidad circundante” sería fácilmente un radio, un televisor de bolsillo o un teléfono inteligente con acceso a internet y la realidad de la que habla podría ser la sobrevaloración de la inmediatez.
Sin embargo, de la narración fantástica a la ficción especulativa (Isaac Asimov dixit), la realidad virtual como argumento en la literatura tuvo un exponente criollo, nacido en El Tocuyo en 1898, autor de otra gran obra, La tuna de oro (1951), representante de otra virtualidad, la que presta la subjetividad del autor al lector y lo integra junto con los personajes en escenarios de ficción de lo real o realidad ficticia, zona inconclusa y revisitada cada vez que nos “conectamos” con una repetida lectura de Julio Garmendia.