El intelectual que hemos recibido, en bandeja de plata y cuna de oro, de manos del capitalismo es un burgués de modales y pinta pero que, de vez en cuando, produce algo, desde sus sentidos, que resulta irreverente y cuestionador del establishment.
No es culpa, exactamente, del intelectual, No se trata de acto voluntario por el cual él (o ella) opta. Es más, ni siquiera es culpa del capitalista, de un capitalista en particular, ni de un puñado de ellos. Es, en todo caso, responsabilidad del capitalismo, de su funcionamiento, de las relaciones entre los individuos que viven en este sistema y a quienes no les queda otra opción que la de ser dueño de los medios de producción (es decir, formar parte de esa banda delictiva a la que se conoce como burgueses o, simplemente, explotadores) o, por la carencia de ellos, no tener otra opción sino la de vender su sudor, su fuerza de trabajo, como mercancía (es decir, formar parte del proletariado, de las y los productores directos o, simplemente, de los explotados).
En la sociedad de relaciones de explotación capitalista, ser intelectual es formar parte de una casta de privilegiados a quienes, desde la calle, desde la plaza o en la acera, se les considera “flojos creativos”. “ociosos” y hasta “inteligentes” que se ganan la plata sin mojar sus ropas de sudor, sin maltratar sus manos ni tener que hacer mayor esfuerzo del que alguna divinidad le debe haber dotado, al punto de convertirlo en un “trabajador” atípico que no genera plusvalía sino plusprivilegios y consideraciones que el mismo capitalismo alienta, en su afán de diferenciar entre una inmensa mayoría de brutos y una pequeña secta de creativos.
La verdad verdadera es que los intelectuales y artistas en el capitalismo –y al servicio de éste- son una especie de lujoso papel moneda que contribuye a hacer menos dramática y sórdida la esfera de intercambio de mercancías, colocándolos como diosecillos, “inteligentes”, “pensadores” y “creativos” con características de superioridad frente a las masas de embrutecidos, carentes de imaginación, inventiva y pensamiento.
Por eso cuando revoluciones, como la Bolivariana y Chavista, que se plantean superar al capitalismo y a sus relaciones cosificadas entre los individuos, mercantilizadas, y abrirse paso hacia una sociedad de las y los iguales, que al Comandante Hugo Chávez se le ocurrió –poéticamente- denominar Patria socialista, la iniciativa de reconocer el carácter de intelectuales y de artistas, que es inherente a todos los seres humanos, es objeto de rechazo, de condena de ataques, de descalificación y, cuando menos, de acto de locura.
El capitalismo quiere y procura un pensamiento único. Es el pensamiento signado por las diferencias de clases y la lucha histórica que se libra entre ellas. Por eso cuando las revoluciones sociales que favorecen la justicia y la igualdad, teniendo por verdadero centro al ser humano, pugnan por acabar con el capitalismo y generar pensamiento crítico y arte crítico, esa sociedad les enfrenta, avasalla, ridiculiza, refrena y destruye.
En esta Venezuela asediada por el gran capital para detener el valor simbólico de la esperanza y la confianza de los pueblos libertarios de esta Patria, de Nuestramérica y del mundo, a partir de este jueves 7 de abril, se congregan en la ciudad de Caracas, centenares de intelectuales y artistas, algunos de ellos provenientes de ocho diferentes países de los cinco continentes, para defender a la Revolución Bolivariana y Chavista, de los ataques imperiales, de las transnacionales de la producción el mercado y el consumo capitalista, que quieren convertir a toda y todo creador, a toda y todo artista, a toda y todo intelectual en papel de moneda.
En la Patria de Bolívar y de Chávez se estará librando este debate, mientras se fortalece la confianza de vencer. Desde esta acera, la propuesta del diálogo que nos ayude a superar el capitalismo y a seguir construyendo la sociedad socialista.
DesdeLaPlaza.com / Iván Padilla Bravo – @ivanpadillab / Ilustración: Iván Lira