En su andar los museos se convirtieron en las maquinarias de legitimación de los fetiches burgueses. Muchas veces bajo el manto de conservadores de patrimonio, de exaltadores de los valores de las culturas locales, de centros de educación para la ciudadanía o preservadores de valores estéticos y espirituales. Los museos terminaros siendo en su gran mayoría centros de transacción donde operaba una lógica cuasi bursátil. A la misma vez el Estado destinaba una cuantiosa suma de dinero petrolero para que la república tuviese un sistema gratuito (para los visitantes) de espacios museísticos, para que existieran colecciones maravillosas de pintura, escultura, grabado, y de otras manifestaciones de lo plástico. Es decir, el Estado era el garante de que la maquinaria de creación del fetichismo burgués de las artes plásticas funcionara, o por lo menos diera esa sensación.
Nuestra Constitución bolivariana asegura el derecho a la cultura, lo que obliga al Estado a velar porque sobre el territorio nacional florezca en condiciones favorable todo lo relativo a las manifestaciones culturales y las disciplinas estéticas creadoras. Pero caminando todavía sobre la lógica rentista petrolera y el fetichismo burgués, los mecanismos administrativos de la nación se dieron por largo tiempo a la tarea de desarrollar (o intentar desarrollar) solamente el aspecto “vitrinesco” del arte, es decir el lado que se muestra a los sentidos de los espectadores. Abandonaron los otros componentes del complejo mecanismo de las artes: las industrias de insumos y tecnologías, las instituciones educativas especializadas, las legislaciones para el área, la promoción social del artista y la protección social de los hacedores del arte.
Es obvio que esta lógica “vitrinesca” apuntaba directamente a fomentar una gerencia cultural anti soberana, anti independiente, es decir colonial. Lo importante eran los objetos y no los artistas, lo valioso era el bien con valor de intercambio y no las relaciones sociales y de producción que lo creaban. El mercado privado se aprovechaba de la mínima promoción que brindaban los mecanismos públicos. Estos mecanismos eran utilizados para abultar las ganancias y las apetencias de las lógicas privadas. Una élite ilustrada operaba descaradamente los hilos del arte buscando ante todo su propia figuración y reconocimiento en los espacios nacionales e internacionales.
De estas lógicas perversas se formó nuestra institucionalidad cultural. Hemos heredado los restos de ese mecanismo que todavía humean y siguen vivos aquí y allá.
DesdeLaPlaza.com /Oscar Sotillo Meneses