Entre lecturas y soledades

No sólo se es lector. También se es un tipo de lector. Las categorías cambian, cada quien pone el nombre de su preferencia, las etiquetas y catalogaciones son de libre albedrío. Hay lectores que consumen un solo libro, fieles y leales hasta la última página. Otros son promiscuos, leen aquí y allá, picando de flor en flor según su estado de ánimo, según su antojo del momento. Hay otros que nunca culminan lo que empieza, son aquellos que abandonan a medias la lectura cuando ésta se vuelve más exigente de lo acostumbrado. Y hay quienes, como yo, retoman lecturas al tiempo, cuando en algún recoveco de la memoria maltratada por estos tiempos acelerados, una voz muy tímida le recuerda que en el libro tal, página tal, hay un mensaje a la espera de ser recibido.

Así que esta mañana, revisando mi biblioteca como todas las mañanas, lugar común en mi vida, la voz me dicta que busque de nuevo a Luis Britto García. Hace tiempo que leí, disfruté, comenté, reseñé El imperio contracultural. Del Rock a la Postmodernidad, publicado por Fundarte y aún coronando la lista de los libros más vendidos en nuestras ferias. Como siempre, Luis Britto logra desnudarnos de un tirón, pero con la delicadeza de los primeros amores. En un par de líneas nos interpela y nos descubre, nos deja frente al espejo sin maquillaje, con las ojeras como evidencia de lo maltratados y maltratadores que somos.

Tal vez sea cosa del cansancio por la cotidianidad huracanada, pero esa sensación melancólica de quienes nos sentimos solos ha imperado en mi rutina durante esta semana. Las grandes preguntas de la vida y sobre la vida me han dado vueltas y vueltas. No me han dejado dormir. ¿Quiénes somos y por qué somos? ¿Adónde vamos? ¿Dónde estamos?

Entonces, reaparece Luis Britto, una vez más, como tabla de salvación. Diciéndome: Epa, no estás sola en esto, todos nos preguntamos lo mismo. Llego a la página 161 y me recibe de brazos abiertos con una especie de tratado filosófico sobre la soledad. Sé que todos tenemos algo de náufragos.

Pero mejor que lo diga el propio Luis Britto, aquí se los dejo, mientras me sigo preguntando que tan humanos somos en realidad:

“Casi todos los bienes que el sistema social facilita al hombre podrían ser conseguidos individualmente, salvo uno: el de la relación íntima con el semejante. ¿Qué es lo que falta al náufrago, al tripulante en un viaje solitario, al castigado con la incomunicación? Le falta el otro. Pero el otro es lo diverso, la posibilidad de intercambiar opiniones. Al solitario le falta la contradicción: le falta un semejante que sea diferente.

Tal es la dialéctica de la soledad y la compañía. Cuando queremos la conformidad de quien nos acompaña, le concedemos a ella un valor directamente proporcional a la libertad que le atribuimos.

La conformidad de un eco, de un espejo o de un adulante no significa nada: es otra forma de soledad. La compañía se obtiene compartiendo un código a través del cual nos puede llegar un mensaje inesperado.

No es de extrañar que estos términos recuerden los de la teoría de la información. Mecanismos similares rigen la comunicación humana, la interacción entre culturas y la reproducción sexual. Si al huir de la soledad evitamos la unilateralidad del punto de vista, en la compañía buscamos la divergencia y por tanto la profundidad de la visión, utilizando un procedimiento similar al de la mente, que sobreimpone las imágenes contradictorias que le remiten ambos ojos para lograr así el efecto estereoscópico.

En la unión sexual, la naturaleza encuentra asimismo la posibilidad de coordinar informaciones divergentes que llegan formuladas en un código común. Cada nuevo ser es el resumen de las diferencias entre el gameto masculino y el femenino. En el encuentro fecundante entre disciplinas se da igual conciliación de la diversidad. Las culturas mismas sobreviven gracias a un continuo proceso de asimilación de divergencias y mueren cuando tal proceso se interrumpe. La relación entre persona y persona –así como la relación entre soma y soma, y entre cultura y cultura- requiere, por tanto, de un código común y de una señal novedosa –no redundante, sino inesperada, diferente- transmitida a través de ese código compartido. La dialéctica de la comunicación, por ello, requiere la aceptación de la diversidad dentro de la comunidad.

La ruptura de la soledad sólo se da entre iguales. Y sólo es igual nuestro aquél a quien atribuimos nuestra propia independencia. Las condiciones de este juego son rigurosas. A medida que dominamos a quien nos acompaña, éste deja de ser compañía. A medida que el otro nos domina, dejamos de ser compañía para él, porque la comunicación –la entrega de lo inesperado- desaparece”.

 

Gipsy Gastello

@GipsyGastello

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