Por: Pedro Ibáñez
Aquel eufemismo escolar que celebró por muchos años el llamado “Descubrimiento de América”, fue una expresión colonizadora, resultado de condiciones históricas, que Venezuela combate desde hace 15 años con la conmemoración del Día de la Resistencia Indígena, que manifiesta la autoafirmación de la diversidad cultural en contra del pensamiento único eurocentrista, que por más de 500 años ha justificado el dominio extranjero, tanto del conquistador de a sangre y fuego como del neoliberalismo transnacional del mercado, ambos muestras de un mismo objetivo político y económico.
Con esta conmemoración decretada en el año 2001 por el presidente Hugo Chávez, se abrió paso a una reinterpretación de la historia cuyo primer objetivo es el examen del pensamiento colonizador, especialmente aquel que justificó ese desprecio eurocentrista por el otro, en su connotación de “salvaje”, visto bajo la lupa de la modernidad del hombre europeo del siglo XV, cuyo prisma era la antigüedad clásica y la creencia en la Biblia, dejando fuera de sí a lo distinto, calificado de imperfecto.
La imaginería del eurocentrismo
En el prólogo de Historia real y fantástica del nuevo mundo (Biblioteca Ayacucho, 1992), escrito por Horacio Jorge Becco, refiere que la cartografía de las primeras expediciones señalaba en sus mapas a ese mundo nuevo lleno de “animales deformes, de enormes ballenatos, de sirenas, de gruesas serpientes marinas”, lo que simbolizaba el imaginario del mundo antiguo (Grecia y Roma) adaptado a la geografía de un continente nuevo, opuesto a la idea de civilización, entendida como una “forma de vida que no tenía el carácter histórico ni cambiante, sino que era lo ‘natural’ y ‘racional’, organizados a partir de los reyes, las leyes y las ciudades”, explica el sociólogo y antropólogo boliviano Esteban Ticona Alejo en Modernidad y pensamiento descolonizador (2006).
Este orden social se establecía mediante la ley, que a su vez participaba de la fe católica y llegaba al hombre a través del Dios representado en la Tierra, poseedor político, territorial, como lo estableció la bula papal de 1493, que asignó a los reyes católicos las tierras “que por lo demás desbordan en oro, especias y numerosos tesoros” que encontrara Cristóbal Colón un año antes, conferidas por el título de “Vicario de Jesucristo que el Sumo pontífice ejerce sobre la tierra”.
Según la creencia del hombre europeo en la “cadena del ser”, el indígena estaba por encima de las plantas, pero a mitad entre animales y hombres, quienes a su vez estaban por debajo de los espíritus y Dios. Esta carencia se corregiría mediante la idealista conversión a la fe católica como fuente de verdad, lo que justificó en principio la dominación y luego la explotación.
Por ejemplo, antes de cada ocupación militar, cuenta Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina (1970), los conquistadores exhortaban a los indios a convertirse al catolicismo, bajo la amenaza de que al no hacerlo “con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes”.
Sobre su explotación como esclavos se tiene que “La vida de los indios que se traen para pescar perlas no es vida sino muerte infernal”, dice el testimonio de Bartolomé de las Casas en su Historia de las indias (1516), donde relata los maltratos que daban a los indios durante la búsqueda de perlas, en las que morían ahogados, bajo el agua o en la superficie del mar, resollando su propia sangre.
El símbolo de la resistencia indígena
La negación del otro como sujeto incluyó anular su cultura y conocimiento. Al erigirse el eurocentrismo como pensamiento único, por definición desestimó el conocimiento de la naturaleza, economía, religión y política que poseían los pueblos originarios, expresado a través del liderazgo religioso o jerárquico, la propiedad colectiva y producción social, el conocimiento y simbiosis con la naturaleza, junto a la expresión cultural mediante la literatura oral, pintura, escultura y danza, que ayudaron a la supervivencia de los mitos como muestra de resistencia cultural.
Hubo también un conocimiento militar y estratégico que se enfrentó a la tecnología bélica, caballerías y jaurías con las que contaba el conquistador español, enfrentado desde muy temprano (1496) con la rebelión del cacique del pueblo Caribe llamado Canoabo, en la isla La Española (hoy Haití y República Dominicana); la de 1553 con el Negro Miguel y los indios en Nueva Segovia (hoy Barquisimeto, estado Lara) y Guaicaipuro en la provincia de Venezuela (1557) junto a los líderes indígenas Baruta, Chacao, Naiguatá, Catia, Manaure, Mara, Paramaconi y Pariata.
Esta confederación tuvo al cacique como gran caudillo, “surgiría con Guaycaypuro el concepto de patria, no en los tiempos de Gual y España como citan algunos”, dice Fidel Betancourt en Historia militar de Venezuela (2009), donde destaca el genio militar y estratégico del líder indígena, quien incluso arrebató una espada en duelo al teniente general español Juan Rodríguez Suárez (1561) y con dicha arma “entraba a dar la sensación en los combates de un gran jefe a la cabeza de sus legiones”.
El espíritu de Guaicapuro como símbolo de la resistencia fue referencia constante del presidente Chávez en sus discursos antihegemónicos y desde 2015 la estatua de este cacique ocupa el lugar que un tiempo tuvo una efigie de Cristóbal Colón, que en 2004 fue derribada en el anteriormente llamado “Paseo Colón”, en Plaza Venezuela, Caracas, rebautizado como Paseo de la Resistencia Indígena.
Muchas críticas hizo Chávez a las ideas educativas que prevalecieron antes de la Revolución Bolivariana, que justificaban la “historia oficial” del “descubrimiento” con eufemismos como “Día de la raza” o “encuentro de dos mundos” y el cuento pueril de las tres carabelas, concepciones que le rendían tributo a Cristóbal Colón y los conquistadores españoles, con la pretensión de suprimir 12.000 años de historia ancestral y un genocidio que en toda América alcanzó a nueve millones de indígenas.
La Constitución Bolivariana de 1999, impulsada por el líder socialista, contempló por primera vez en la historia el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios; en 2005 la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas estableció la norma que legitima sus derechos, mientras que en la región latinoamericana, un ejemplo vivo de resistencia indígena es el líder del pueblo aimara y presidente de Bolivia, Evo Morales, quien ejerce su cargo desde 2006 representando la lucha indigenista contra el imperialismo.
Destaca Renán Vega Cantor en Neoliberalismo mito o realidad (1999) los saberes ancestrales que poseen los pueblos indígenas, demostrados en campos como la medicina y agricultura, sistematizados mediante tradición oral, los cuales junto a la historia y memoria pueden hoy allanar un nuevo espacio para el conocimiento, como reinterpretación de aquella resistencia indígena, sobre todo ante la cultura occidental que aún adolece del mismo eurocentrismo.