Había una vez una niña a la que llamaron Manuelita, Manuelita Sáenz. En la barriga de su madre, ya Manuelita exigía libertad. “Ella quería salir de la barriga, daba patadas, se revolcaba” (*), hasta que brotó de su madre (Maria Joaquina Aizpuru). “Cuando salió de la barriga, su mamá se murió y quedó sola con su padre” (Simón Sáenz Vergara).
Éste la mandó a un convento de monjas conceptas (de la Concepción) y allí creció. Las esclavas a su lado fueron “sus amigas, Jonatás y Nathan”. Sus compinches negras “la acompañaron hasta que murieron”.
En el convento, Manuelita era tremenda. Le gustaba chupar mamón, y a las monjas eso le parecía que no era de Dios, “no les gustaba”. Ella “chupaba, chupaba y chupaba mamón. Y cuando llegó Sor Aventura (que era la monja que regentaba el convento), Manuelita le puso las pepas de mamón en la silla. Sor Buenaventura gritó: ‘Manueliiiiiiiiiita’ y la haló por el pelo. Ella le dijo: ‘Yo no fui, yo no hice nada’. Entonces Sor Buenaventura la puso arrodillada sobre las pepas de mamón. Manuelita lloraba con los brazos abiertos, y dijo ‘extraño a mi mamá’”.
Por primera vez se “prometió que no iba a ser esclava de nada, de mujer u hombre, de nada… y cuando fue grande lo cumplió.
Ella se enamoró de un señor que se llamaba Simón Bolívar. Lo salvó un día que lo iban a matar y Manuelita lo advirtió. Y le concedieron el grado de Libertadora de todos los libertadores que luchan” (**).
Escuche el cuento, en la propia voz de Pola:
—
(*) Las comillas identifican en el cuento las intervenciones directas de Pola. Lo que está afuera son mis anotaciones para una mayor comprensión del relato.
(**) El grado que se le concedió fue el de Libertadora del Libertador, lo de todos los libertadores es un invento de Pola. Para ese momento, los enemigos políticos del entonces presidente de La Gran Colombia, Simón Bolívar, querían asesinarlo. En la madrugada del 25 de septiembre de 1828, bajo las órdenes del General Francisco de Paula Santander, un grupo de adversarios llegan al Palacio de Gobierno en Bogotá. Intentan entrar en la habitación del Libertador, donde se encontraba enfermo. Manuela Sáenz lo había cuidado hasta el sueño. Al escuchar el alboroto, lo vistió y lo ayudó a escapar por la ventana y hace frente, espada en mano, a los traidores. La golpearon e hicieron a un lado, para acudir a la dirección falsa que esta había dado.
La conspiración fracasa y Santander es desterrado, luego de que Bolívar le perdonara la vida.
–