Había una vez una niña que se llamaba Frida. Su apellido era Kahlo.
Frida siempre salía a jugar al patio, porque allí estaba su mejor amiga, la muerte (*).
La muerte tiene ojos negros y profundos, también un jardín de flores en la cabeza.
Frida conoció a la muerte en diferentes momentos:
Cuando tuvo el accidente (**), cuando Diego la engañó, cuando se le murió su bebé en la panza, cuando se murió Trostky (***) y al final cuando ella decidió irse.
Frida fue comunista y una de las pintoras mexicanas más importantes.
Enseñó al mundo cómo pintaba. Y pintó gracias a la muerte, porque fue después de que le vio la cara a la muerte por primera vez, cuando se dedicó a pintar, y a pintarse a sí misma.
En México, la muerte es el camino hacia otro mundo.
Para Pola la muerte es “un bosque lleno de huesos, con jardines de flores y ojos negros y profundos”.
Escuche el cuento, en la propia voz de Pola:
—
(*) Decidimos contar la historia de Frida Kahlo desde la muerte, para introducir a nuestras hijas en el tema del duelo por la pérdida de los seres queridos, desde la perspectiva festiva de la cultura mexicana, de la que la pintora comunista es ícono.
(**) A los 18 años sufrió un accidente de autobús, del que salió ilesa milagrosamente. Estuvo un año en cama después de romperse la columna vertebral, los hombros, las costillas, la pelvis y los pies. Padeció más de 30 operaciones y durante su convalecencia comenzó a pintar.
(***) Frida fue anfitriona y amante del revolucionario ruso León Trostky, quien fue víctima de dos atentados, el segundo mortal, mientras se encontraba en Coyoacán en agosto de 1940 como exiliado político, perseguido por Stalin.
–