Caminar por Caracas con buena compañía, con buen clima y con el ojo atento puede ser una experiencia maravillosa. Pero esta es una ciudad muy grande y no se puede caminar toda en un día. Podemos imaginar y trazar una pequeña ruta que permita redescubrir, para nuestros sentidos, los monumentos, las estatuas y las obras públicas de arte que han ido quedando por allí, a veces descuidadas, a veces escondidas, a veces secretas. Y no solo la estatuaria oficial o las obras de arte legitimadas por el tiempo y los intereses institucionales, sino también una enorme riqueza de manifestaciones aún sin clasificar, hermosas, irreverentes y vivas.
Digamos que partimos de la Plaza Bolívar a los pies del extraordinario bronce ecuestre del Libertador (Adamo Tadolini, 1874) donde José Martí puso rodilla en tierra para ofrecer su voluntad a las órdenes de Venezuela. Seguimos rumbo oeste por la esquina de La Torre y llegamos a la Plaza de San Jacinto donde está un reloj de sol ideado por Humboldt e instalado allí en 1802. Convive el reloj desde hace poco tiempo con un polémico monumento al bicentenario, un supuesto obelisco rojo y negro que no goza del afecto de los transeúntes pero que estará allí como parte de nuestra historia.
Buscamos la Avenida Urdaneta hacia el norte y luego nuevamente hacia el oeste y caemos a la Plaza Candelaria, otra estatua ecuestre en un lenguaje geometrizador, hermosos y poético de el General Rafael Urdaneta (Francisco Narváez 1952).
La Candelaria es un museo al aire libre donde los grafitis, los mensajes de amor, las tachaduras y las manchas improvisadas forman un paisaje urbano violento y colorido, de efímera vida, pero de una fuerza gráfica tremendamente contemporánea.
Seguimos el sur franco para llegar hasta el Parque Carabobo donde otra vez Narváez ha dejado una fuente (1934) sencilla y hermosa. Bajo las caobas de este parque vale la pena sentarse y escuchar el bullicio de los muchachos del liceo Andrés Bello mientras vemos el agua fluir de la fuente de Narváez.
Si seguimos la ruta hacia Bellas Artes por la Avenida México veremos de espalda la estatua de Benito Juárez del escultor mexicano Juan Fernando Olaguibel. Y como no vamos a entrar esta vez a la Galería de Arte Nacional, seguimos caminando y descubrimos dentro del mercado improvisado en la esquina de Bellas Artes el torso de Baltasar Lobo que busca elevarse al cielo.
Hasta aquí la ruta de hoy. La ciudad debe ser redescubierta todos los días. Por más que la cotidianidad pretenda inundarnos de tedio Caracas es una ciudad hermosa que merece ser caminada y amada, vivida y transformada en un espacio vital lleno de poesía. Es nuestra ciudad y ha sido construida desde nuestra historia con sus altas y bajas, es aquí donde pertenecemos y esta ciudad es el mapa de nuestros afectos y de nuestras historias.
DesdeLaPlaza.com/Oscar Sotillo Meneses