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Alfredo Bohórquez y el bulevar que inspira caricaturas

Transcurre la mañana en el bulevar. A pocas cuadras del Metro está sentado Alfredo, de chaqueta azul, con las hojas y pigmentos a la espera de un nuevo dibujo.  Me acerco y le digo: “hazme una caricatura mientras te entrevisto”, y acepta. Me sumo a los muchos que han sido retratados por Alfredo Bohórquez en Sabana Grande, a donde llegó en 1990, lugar que considera es su “oficina principal” y que así resulta ser, pues mientras comienza el boceto le llega el periódico del día, los saludan quienes trabajan otros oficios en esta peatonal y pide un guayoyo. Toma su tabla y marcadores para comenzar el retrato, mientras procuramos que el retratado también sea él.

Cuando yo estaba muy niño vi un retratista y un caricaturista también, y me inspiré en ellos”, recuerda Alfredo a la pregunta de cómo fueron sus comienzos, aunque ya de pequeño, como material de apoyo para clase, le hacía dibujos a su maestra en la escuela Eduardo Méndez, en San Juan de Los Morros, a donde llegó al dejar su natal Calabozo, en Guárico, donde nació hace 54 años y de donde partió a los 16 para venir a Caracas.

Alfredo le hacía dibujos a su maestra en la escuela

“Ella me pedía que le hiciera los dibujos en la pizarra, me premiaba con dos puntos. Sobre todo con el tema con que íbamos a estudiar. De ahí creo que me viene la pasión por el dibujo”, dice y agrega también que su familia fue esencial para el desarrollo de su talento. “La pasión de la caricatura, del cómics, fue con mi familia, teníamos un álbum familiar donde los dibujaba a todos ellos con una anécdota, y me dijeron: ‘si tú vas a ser dibujante, vas a ser un buen caricaturista”, recuerda y un joven le interrumpe para preguntar cuánto era el precio de un dibujo. “Ocho mil”, le contestó.

La calle es inspiración

Antes de ser caricaturista urbano, Alfredo Bohórquez vendió perrocalientes y fue barman, cursó talleres en la Escuela de Artes Visuales Cristóbal Rojas y recientemente en la Asociación Nacional de Autores Cinematográficos, con Román Chalbaud, César Bolívar y Eduardo Barbarena. Su pasión por el cine la comparte con el trabajo de caricaturista en la calle, inspirado en el caricaturista estadounidense de la revista MAD, Tom Richmond.

Lo mejor que me ha pasado con caricaturista es el contacto con la gente. Creo que patear la calle al principio fue muy duro. Para la generación de esa época fui considerado un ‘callejero’ más”, dice, sin embargo, recuerda que fue en esta labor que unos griegos con nacionalidad canadiense lo vieron en el bulevar y le ofrecieron ser caricaturista en un restaurante de Ontario,  donde su trabajo, como en una onomatopeya del cómic, fue un “boom”.

“Después de eso me tocó salir en televisión, mi primera aparición fue en Cuéntame ese chiste, en A Puerta cerrada, en Ni tan tarde”, relata, “Aparte de las caricaturas en la calle, hago también caricaturas en eventos sociales, congresos. También dicto talleres de cómic y tengo dos proyectos de películas, una de esas El Recluta Mogollón”.

“Uno vuelve a donde le fue mejor”, dice, recordando que durante 10 años estuvo sin pisar los adoquines curvos del bulevar. Luego de Canadá, viajó a Estados Unidos “cerca de las Cataratas del Niágara”, anduvo en un tour por Brasil; y en Venezuela, trabajó en el parque Los Aleros y el Teleférico de Mérida, haciendo caricaturas del público, tarea que repitió en Nueva Esparta, en Parque El Agua, con el mismo disfrute que hoy le da Sabana Grande. “La calle para mí es sagrada, es mi fuente de inspiración”.

Hay días buenos…

A las personas que son buenas haciendo caricaturas les va muy bien donde se pongan, yo he estado en lugares excelentes en Venezuela, por la calidad que le doy a la gente”, comenta mientras los transeúntes continúan preguntando cuánto es una caricatura y un par de muchachas le hablan de una foto para un retrato en grupo, de los tantos que a diario le piden.

“Si el día está excelente, serían unas 20 o 30 caricaturas. En un día bueno, puedes llegar a 60 mil bolívares, cuando no llueve o hay una eventualidad. La cosa está muy álgida ahorita, el tema de las guarimbas nos perjudicó mucho, el problema de los 100 bolívares, ahorita lo del efectivo; pero gracias a Dios siempre hemos salido airosos en esta situación”, comenta con la mirada fija en el entrevistador, como para preguntarle algo, aunque realmente lo que quiere es precisar el escorzo para el retrato.

Bohórquez: «A las personas que son buenas haciendo caricaturas les va muy bien donde se pongan»

Su labor “todavía sigue siendo un negocio redondo”, sostiene. Compra el bloc de cartulina de 18 páginas en Bs 5.000 y gasta un promedio de seis blocs semanales, es decir, unos 30 mil bolívares en papel y 10 mil en marcadores, lo que suma una inversión de 160 mil bolívares mensuales, que recupera con la venta de cada dibujo en Bs 8.000. “Sin los eventos que hago los fines de semana, para el trabajo que hago como caricaturista por mi propia cuenta, sí es rentable”.

Otros días no tanto…

Una vez yo hice una caricatura de Carlos Andrés Pérez y me metieron preso. Era otra época, eso fue en el año 1991, el estaba en la Presidencia mandando. Yo la hice aquí y vino un policía y me metió preso, solo porque le hice una nariz muy grande. El policía me dijo que la nariz ‘parecía un pene’. Me detuvieron y me dijeron que no podía tener esa caricatura ahí. Era otra época, otra mentalidad. Cosa que no hago hoy en día, yo trato de no colocar a ningún político porque puede ser muy complicado”, recuerda Alfredo, quien saluda a una vecina de El Recreo y a su perro llamado “Toro”.

Entre las experiencias buenas y no tan buenas, dice el dibujante que sus caricaturas “de la primera hasta la última, han tenido para mí un significado”, incluso la de quien “ha dicho ‘no me gusta’ y no me ha pagado. Esa tiene más valor para mí, porque me hace perfeccionar mi trabajo, me gusta la gente exigente, te ayudan a ser mejor. Los primeros días de este negocio, son así”.

Alfredo Bohórquez conoce el valor de su trabajo y el sentido político que representa

De aquellos comienzos recuerda Alfredo Bohórquez que no tenía mucha práctica, pero que la hizo “con el monstruo del público acá en Caracas, que es el más exigente” y su mejor escuela fue “haber estado en la calle mucho tiempo” convirtiéndola en una “oficina” con horario de 11:00 de la mañana a 7:00 de la noche, de lunes a viernes, diagonal a La Asunción, donde una silla plástica espera al próximo modelo de retrato y un muestrario de caricaturas sobre celebridades de Hollywood llama la atención de quienes pasan.

Se nace y se hace

Que la gente se vaya contenta con el trabajo que él hace resulta de tres inspiraciones para Alfredo: sentido del humor, estudio y facilidad para tratar al público. “Primero tienes que crear tu estilo y estudiar a otros caricaturistas, empezar por lo más básico, practicar en tu casa y cuando ya lo sientas, hacer retratos públicos”.

Caminan y se detienen a verlo mientras casi termina el dibujo cuando comenta que “los caricaturistas que estamos en la calle somos objeto de duras críticas. Alguien que quiera colocarse acá en Sabana Grande, el mismo público lo va a elogiar o a decir que su trabajo sea todo un fracaso”, resalta.

Otros se paran alrededor, luego aceleran en paso y se pierden en medio del bululú que hoy es Sabana Grande. Alfredo matiza la escena diciendo que aún hay personas que tienen prejuicios sobre su tarea “de que somos ‘buhoneros’, ‘callejeros’. Somos personas, que como en todos los países del mundo, nos han reconocido como aporte para el turismo”.

Quien ha estado en el extranjero en varias oportunidades viviendo de su talento, insiste en quedarse en Venezuela porque ama al país. “Caracas y Venezuela como tal tienen esperanza de que mejore la situación, porque la gente está molesta con lo que está pasando, pero yo tengo fe de que vamos a salir adelante”.

Alfredo Bohórquez conoce el valor de su trabajo y el sentido político que representa. “Nos quitaron el término de artista callejero y nos llaman ahora artista urbano. Yo no diría artista urbano, somos ciudadanos que estamos produciendo, estamos haciendo arte y eso también tiene un significado para el país”.

Al terminar su obra, le digo que me muestre el dibujo para hacerle una foto. Lo miro y le pregunto “¿Cuánto es?”, y me contesta: “Lo que salga de su corazón”. Luego hace del dibujo un cilindro que me llevo a la oficina, donde leo la dedicatoria: «Para ser el mejor, sólo necesitas ser original«.

DesdeLaPlaza.com/Pedro Ibáñez

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