Unos mueren de un disparo, otros por un golpe en la cabeza o una o varias puñaladas certeras. Pero el arma favorita que empleaba la escritora británica Agatha Christie para matar en sus novelas era el veneno.
De las cerca de 300 víctimas que aparecen en sus más de 70 novelas, la mayoría parte hacia el más allá por obra y arte de alguna sustancia tóxica.
Para los amantes de las novelas de la llamada «reina del crimen» esto no es ningún misterio. Pero lo que quizás no todos sepan es que a la hora de usar veneno para matar, Christie no recurría a la ficción sino a la realidad.
«Christie usaba el veneno con una precisión asombrosa», dijo a BBC Mundo Kathryn Harkup, química y autora del libro «A, de arsénico: los venenos de Agatha Christie», publicado hace 2 años con motivo de en ese momento celebrarse el 125º aniversario del nacimiento de la escritora.
Los detalles del veneno elegido eran fieles, así como los síntomas que provocaba una sobredosis, la facilidad para conseguirlos en el mercado, la dificultad para ser detectados y la eficacia de los antídotos.
Tal era su pericia, «que durante un caso de envenenamiento en Reino Unido, (el del envenenador Graham Young en los años 70) a falta de literatura científica estandarizada sobre el tema, los patólogos consultaron una de sus novelas», explica Harkup.
Voluntaria
El conocimiento de Christie en esta área comenzó a forjarse durante la I Guerra Mundial.
Christie se presentó como voluntaria para trabajar de enfermera en un hospital de Torquay, en el suroeste de Inglaterra, pero fue seleccionada para trabajar en la farmacia.
Allí aprendió los rudimentos de la química.
En esa época, los remedios que se les suministraban a los pacientes no venían empaquetados en cápsulas como ahora, sino que cada píldora, poción o tónico debía ser elaborado a mano, cuenta Harkup.
«Había que saber qué sustancias se podían mezclar y cuáles eran las dosis adecuadas».
Muchas medicinas están hechas a base de plantas, con lo cual la escritora debió aprender también a identificar las especies con usos medicinales y a extraer los compuestos para elaborar los fármacos que le solicitaban.
Christie complementó estos conocimientos prácticos con una serie de estudios teóricos y se sometió a exámenes para obtener la calificación de asistente de farmacia.
Durante la II Guerra Mundial, volvió a trabajar como voluntaria en la farmacia, esta vez en el University College Hospital en Londres, y continuó avanzando con su entrenamiento.
Lo que aprendió a lo largo de su experiencia lo fue desgranando poco a poco en la piel de sus personajes y en la trama de sus novelas, guiadas por el desarrollo de los efectos reales de las sustancias tóxicas en el cuerpo humano.
Reseñada por científicos
Aunque su dominio de la química pudo -y puede- haber pasado desapercibido para la mayoría de los lectores, no lo fue para la ciencia.
Además del hecho de que una de sus historias se convirtió en manual de consulta para los patólogos del caso policial que mencionamos antes, otra de sus novelas fue reseñada por Pharmaceutical Journal, una de las publicaciones científicas de la época.
«La crítica decía ‘esta novela tiene el raro mérito de estar correctamente escrita'», acota Harkup.
La autora también uso en sus libros venenos que no se utilizaban como medicamentos, como el cianuro y la ricina, usados en la fabricación de insecticidas, y que en ese momento se podían conseguir fácilmente sin dar muchas explicaciones.
Aunque el envenenamiento favorito de Harkup es el que ocurre en «El testigo mudo», donde el asesino utiliza fósforo, uno de los elementos de la tabla periódica con el que ella trabajaba con frecuencia en sus años de laboratorio.
«Es brillante la forma en que lo detectan, porque el fósforo tienen la cualidad de brillar en la oscuridad», cuenta emocionada.
«El vapor verde que exhala la víctima durante una sesión de espiritismo antes de caer enferma -y que en ese momento todos creen que es ectoplasma o una premonición de muerte- es lo que le da la pista al detective», le dice a BBC Mundo.
Sospechas
La exactitud de las descripciones de Christie la hicieron susceptible de acusaciones, que equiparaban sus novelas a un compendio para envenenar.
En «A, de arsénico», Harkup relata un caso ocurrido en 1977 en Francia, en el que un sujeto, Roland Roussel, mató a su tía con gotas para los ojos que contenían atropina, un compuesto altamente tóxico.
Se dice que el gendarme que investigó el departamento de Roussel declaró haber encontrado entre sus pertenencias una novela de Christie en la que aparecían subrayados los pasajes que hablaban sobre veneno y manifestó sus sospechas de que el asesino podría haberse inspirado en la «reina del crimen».
¿Pero tienen las descripciones de los venenos alguna validez en la actualidad?
Realmente no, dice Harkup. «En la época de Christie muchos de los compuestos tóxicos estaban fácilmente disponibles, muchos se usaban como veneno para ratas o insecticidas, pero hoy día esas sustancias están estrictamente reguladas».
Por otro lado, se ha avanzado mucho en disciplinas como la patología y la toxicología, con lo cual ahora es más fácil detectar estas sustancias en un cadáver.
En pocas palabras, aunque las descripciones de Christie sean realistas, como método para matar, en el único ámbito donde siguen siendo todo un éxito es en el de la ficción.
DesdeLaPlaza.com/BBC/MB