Las reiteradas denuncias sobre el carácter fascista de la violencia opositora suelen ser desestimadas por quienes adversan al chavismo, tanto en la arenga política como en la opinión pública, llegando a ser atribuidas a una simple retórica, sin embargo, la conducta fascista es inocultable, se expresa en sus crímenes, muy por encima de cualquier acusación.
El uso de la violencia y la muerte contra quien parece o es distinto, como ocurrió con los dos jóvenes que fueron quemados en su humanidad por brigadas violentas cerca de la Plaza Altamira, en Caracas; la amenaza de persecución a una clase política mediante el discurso revanchista de representantes de la derecha; la propaganda y agitación demagógica con usufructo del lenguaje de las luchas populares para dirigir las pasiones hacia un fratricidio; y el empleo de una simbología pseudorreligiosa en las calles para hacer culto de la muerte, son algunas de esas expresiones del fascismo hoy presentes en un sector opositor venezolano.
Una serie de lecturas puede ilustrarnos el modelo del fascismo. Sin hacer una ojeada superficial o interpretación a medias, las características que lo explican pueden ser ilustradas por la teoría, la ficción y la historia, a modo de estudiar el fenómeno y hacer la necesaria reflexión que urge para combatirlo.
Elitismo y desprecio excluyente
Para conocer su surgimiento, el texto Mussolini y el fascismo, escrito en la década de 1920 por el pensador peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930), explica brevemente la historia de los fasci di combetimento (brigadas de choque), su origen en la conducta excluyente de la clase media italiana que no le perdonó a la clase trabajadora sus conquistas sociales y promovió su persecución, la destrucción de los sindicatos y cooperativas revolucionarias, en un principio de guerra permanente y odio.
Llegando a ser más fuerte que el mismo Estado, llevó al poder a su propagandista y agitador, Benito Mussolini, sobre quien Mariátegui aclara que no fue realmente el creador de la era fascista sino que “extrajo de un estado de ánimo un movimiento político” basado en el antisocialismo y el chovinismo de la clase media, alimentados más por emociones viscerales que por propuestas políticas, expresados mediante una violencia reaccionaria que tuvo un determinante impacto geopolítico en Europa. Un mismo orden despótico que demanda hoy en Venezuela una clase media que se siente frustrada.
Odio y léxico reaccionario
La novela de ciencia ficción 1984, de George Orwell, aunque es una crítica universal contra el totalitarismo, también hace alegoría del comportamiento represor fascista. Ambientada en una Inglaterra de un futuro distópico, donde un súper Estado totalitario somete a sus ciudadanos, aparecen elementos como la desaparición y tortura de disidentes políticos, la eliminación de la memoria histórica para el control social, el uso de la “neolengua” para la “limitación del pensamiento”, que mediante consignas hace creer, por ejemplo, que la única forma de obtener la paz es a través de la guerra.
Un elemento importante destaca en la novela y es el sentimiento que cohesiona a dicho sistema político: el odio. Hay una rutina llamada “los dos minutos de odio”, estimulada mediante mensajes audiovisuales que las masas deben observar cada día, durante dos minutos, en las que se demoniza al adversario político, se le grita, se le desprecia, sin dudar de su maldad. En ese entorno, el personaje protagonista, Winston Smith, paga con sacrificio su conciencia crítica hacia una sociedad en la que está prohibido pensar.
No es casual el parecido de los dos minutos de odio con el consumo de mensajes que hacen venezolanos en redes sociales, así como la neolengua que utilizan grupos sediciosos, con frases favoritas como “lucha contra la dictadura” o “libertad”.
Castración del pensamiento
Esta anulación del pensamiento crítico que hace el fascismo es un tema también abordado por el autor de ciencia ficción, Ray Bradbury, en su novela Farenheit 451, que presenta otra sociedad distópica en la que leer es un delito, razón por la que el cuerpo de bomberos existe, no para apagar incendios, sino para provocarlos, con quemas masivas de libros; una de las prácticas comunes del nazismo y las dictaduras de Argentina y Chile, donde la purga de literatura marxista se hizo mediante piras.
En Berlín, Alemania, Adolfo Hitler ordenó la quema de 20.000 libros, entre ellos algunos de la autoría de Karl Marx, Albert Einstein y Sigmund Freud; su ministro de propaganda, Joseph Goebbels, es recordado por su prejuicio contra quienes piensan distinto con su frase «Cuando oigo la palabra cultura, saco mi pistola». En Farenheit 451, el personaje Guy Montag, bombero que comete el acto subversivo de la lectura, será víctima de la delación hecha por su esposa y le tocará sobrevivir al fuego que alguna vez él mismo ayudó a provocar.
El fuego como símbolo de destrucción también aparece en la novela corta de Julio Cortázar, Fantomas contra los vampiros multinacionales, una utopía realizable, publicada en 1975, que con el uso de la historieta y documentos divulga la sentencia del Tribunal Russell II (Bruselas, 1973) que denunció violaciones a los derechos humanos en América Latina.
En esta historia los villanos son las empresas multinacionales aliadas con las dictaduras militares que ordenan una ola de piromanía cultural; y los intelectuales latinoamericanos aliados con el superhéroe de ficción Fantomás, desenmascaran a estos enemigos de la humanidad.
Hoy en Venezuela el pensamiento crítico y la argumentación también son vistos como traición por parte de la oposición reaccionaria, cuyos dirigentes invitan a la venganza; el fuego igualmente ha sido un símbolo monstruoso de la violencia callejera.
Rechazo a la diversidad
Hay un poema que no lleva título pero que como dice Alberto J. Franzoia en el artículo Sobre la increíble historia de un poema que Bertolt Brecht nunca escribió, lo presentan con el nombre Ellos vinieron y fue atribuido al dramaturgo alemán mencionado, sin embargo, su verdadero autor fue su coterráneo Friedrich Gustav Emil Martin Niemöller (1892-1984), quien luego de apoyar al Reich alemán terminó en prisión por oponerse al sincretismo religioso impuesto por el nazismo y terminó su vida convertido en un militante de la paz.
«Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista”, dice el primer verso del poema que luego menciona a los judíos, sindicalistas y católicos, expresando brevemente el comportamiento de las masas reaccionarias y de cómo van aniquilando a la otredad para obtener su supremacía; cómo puede emplearse el fratricidio, de modo progresivo, contra quien sea distinto por su ideología política o religiosa. La persecución de chavistas, su asesinato en turbas y el llamado a su persecución también ha sido un signo de la conducta opositora en 2017.
Culto a la violencia y muerte
En el libro Operación Cóndor, pacto criminal, de la periodista argentina Stella Calloni, se explica en detalle cómo se planificó este plan de persecución o “internacional del terror” fundamentado en el anticomunismo y que echó mano del crimen para producir un genocidio de alcance continental que comenzó con la conformación de escuadrones de la muerte y paramilitarismo.
Calloni explica cómo la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), abrevó de la Internacional Fascista, en la España franquista, de la francesa Organización del Ejército Secreto, que con torturas defendió el colonialismo en Vietnam y Argelia; igualmente la «Mano Blanca» creada por la CIA estadounidense en Guatemala y la Alfa 66 conformada por exiliados cubanos en Estados Unidos, con el fin de exterminar a la izquierda en el cono sur, mediante la captación de elementos lumpen y redes criminales para acciones terroristas y asesinatos selectivos.
En Venezuela, los grupos de choque, de estructura paramilitar, pagados como mercenarios con dinero y drogas, han sido entrenados para la confrontación a las fuerzas de seguridad, el uso y fabricación de armas de fuego y explosivos artesanales, que en la violencia callejera han producido muertos y heridos, incluyendo el degüello de uno de sus integrantes en la Plaza Altamira.
El terror contra la disidencia
En su Carta abierta a la Junta Militar, el periodista argentino Rodolfo Walsh, denuncia las atrocidades de la dictadura argentina surgida en el Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. La misiva hace inventario de las desapariciones forzadas (15.000), las muertes (4.000), presos políticos (10.000), centros de tortura y concentración de la disidencia de izquierda, líderes sindicales, intelectuales, el genocidio evidenciado con el hallazgo de cadáveres y la asimilación de las prácticas de la Triple A por parte de las fuerzas militares basadas en la Doctrina de la Seguridad Nacional impuesta por Estados Unidos.
En la carta, difundida el 24 de marzo de 1977, el periodista habla también de la opresión económica en manos de las transnacionales, de la reducción del salario de los trabajadores, la elevación de la jornada laboral, el desempleo y sometimiento del pueblo bajo los dictados del Fondo Monetario Internacional, en beneficio de la banca extranjera. Walsh escribió su misiva “sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido” y al día siguiente de hacer pública la carta, el 25 de marzo, fue desaparecido por la dictadura.
Del Falangismo español a Gene Sharp
¿Existe el fascismo en Venezuela? ¿Surgió en la actualidad o ha convivido con nosotros por mucho más tiempo? El artículo de Eduardo Moronta publicado en 2003 por la web Aporrea, titulado La presencia del fascismo en Venezuela, explica cómo el Falangismo español influyó en los orígenes del Partido Social Cristiano Copei, de donde se desprende un racimo de partidos y tendencias que hoy hacen de la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) una colmena de organizaciones en las que se mimetizan la modalidad nacionalsocialista y falangista del fascismo, con partidos como Voluntad Popular y Primero Justicia.
Como tales hubo partidos políticos de tendencia perezjimenista ―personaje recientemente muy recordado por cierta derecha― como el Movimiento de Acción Nacional (MAN), Frente Unido Nacionalista (FUN) y Cruzada Cívica Nacionalista (CCN), con claros tintes fascistas, pasando por organizaciones conservadoras de la “Sociedad Civil” como el Opus Dei y Tradición, Familia y Propiedad, hasta el movimiento estudiantil Manos Blancas, que copió al movimiento de resistencia civil serbio Otpor y el manual del golpe suave de Gene Sharp, hoy reciclado por las brigadas de choque opositoras.
Algunos opositores piensan que las acusaciones reiteradas sobre estos grupos y partidos hacen que simplemente sean los sospechosos habituales de una ideología que sólo existió con Mussolini, pero sus acciones y emociones evidencian la expresión de aquel mismo fascismo en un sector de la sociedad venezolana, sobre todo en quienes, ingenuamente o no, apoyan esta retórica y sus acciones sin pensar en las consecuencias reales que traería una era fascista con esos grupos en el poder.
Dice una máxima popular que no es lo mismo invocar al diablo que verlo llegar; para los que aún dudan sobre el fascismo, se recomienda esta lectura y también otra frase, la de un personaje de la película cuyo nombre es, precisamente, Sospechosos habituales: “El mejor truco que el diablo ha hecho, es hacer creer que no existe”.
DesdeLaPlaza.com/Pedro Ibáñez