Se espera mucho del paradigma de la Sociedad de la Información y el Cocimiento, tanto que desde Naciones Unidas, Unesco y CEPAL se han invertido grandes sumas de recursos para delinear teóricamente un modelo que –según nos aseguran- representa la llave a nuevas dimensiones del saber, lo que a su vez debería expresarse en sociedades más dinámicas, tecnologizadas, eficientes, equitativas y democráticas.
Como se ve las expectativas son enormes, parece que estuviéramos frente a una verdadera panacea contra todos los males de un modelo civilizatorio que no para de dar signos inequívocos de agotamiento, pero que gracias al exceso de optimismo de ciertos enfoques, se sigue mercadeando como la única opción posible.
Una de las columnas vertebrales de esta visión radica en las tremendas potencialidades que confieren las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, para transformar los procesos educativos. Desde hace ya varios años se habla del e-learning como un camino hacia un aprendizaje más interactivo, participativo y sin barreras geográficas, por la ubicuidad que da el mundo digital, lo que debería redundar en cada vez más personas, mejor educadas y cultas, en todo el mundo.
Pero, sin ánimos de parecer pesimista, lo poquito que vamos viendo en cuanto a tendencias y contenidos en el universo virtuales bastante desalentador, por decir lo menos, sobre todo en materia educativa-cultural. Y es que ciertamente las nuevas tecnologías están revolucionando las formas de emitir y recibir mensajes, abriendo territorios impensados para personas anónimas, que se convierten en propagadores exitosos con una capacidad de penetración masiva.
Y quizás la arista más positiva de este proceso es que ciudadanos comunes y corrientes con algo de creatividad y un dominio básico de software para edición audiovisual, logran conectar con millones de personas en diferentes países, evadiendo las aduanas de contenido que otrora ejercían con mano férrea los medios tradicionales.
Esto es, a que dudarlo, un giro copernicano en la dinámica tradicional de la comunicación de masas de hace apenas unos 20 o 30 años, donde sólo un grupo de grandes magnates alrededor del mundo decidía qué poner, a qué hora y en qué formato.
Estupidez infinita
En principio este es un hecho para celebrar. Lo que llama poderosamente la atención es el asunto de los denominados youtubers o influencers de las redes sociales, los contenidos que abordan y la forma en que lo hacen. Sin haber realizado un estudio exhaustivo, hay un hecho resaltante: a mayor estupidez, mayor número de seguidores.
Por eso surgen tantas preguntas: ¿Son los youtubers un reflejo a imagen y semejanza de una sociedad occidental idiotizada, sumergida en el pantano de la ignorancia, la mediocridad y el cretinismo? O¿Emergen como hijos legítimos de la llamada sociedad del espectáculo, para perpetuar desde nuevas prácticas comunicativas el contenido estupidizante que recibieron de padres y abuelos, a su vez amamantados con las ubres de las industrias culturales?
¿Será que el acabado método de la coerción social, desde el manejo freudiano de las fuerzas básicas que mueven al ser humano (sexo y violencia), se ha refinado en forma tal que hemos llegado a una era superior en la que el sujeto se narcotiza comunicacionalmente a sí mismo?, ¿Viene este fenómeno a confirmar con patetismo todos los viejos temores de la escuela Frankfurt?
En fin, ni Walter Benjamin, ni Horkheimer, ni Adorno habrían podido imaginar jamás que sujetos como el chileno, German Garmendia, tendrían una tribuna de más de 45 millones de personas en distintos países. Tampoco que personajes intrascendentes como Caeli Santaolalla, “Luisito Rey”, Julián Serrano, los Polinesios y –estos de cosecha venezolana- MarkoMusica y La Divaza, por mencionar sólo algunos, resultarían fenómenos comunicacionales por su creciente popularidad.
El semiólogo italiano, Humberto Eco, recriminaba a las redes sociales, porque le daban derecho de palabra a una legión de imbéciles, “(…) La televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de Internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”.
También tomo prestado el pensamiento del amigo y colega, Clodovaldo Hernández, quien plantea la necesidad de meterse dentro del sistema, escudriñar cómo funciona hasta realizar una “reingeniería inversa”. Consideramos que esa es una tarea urgente de la comunicación revolucionaria, para ofrecer alternativas edificantes y atractivas a esta oda masiva a la imbecilidad que hacen los Youtubers y las redes sociales en general.
DesdeLaPlaza.com/Daniel Córdova Zerpa