El sistema de vídeo para asistir a los árbitros en jugadas polémicas no es un invento tan reciente, pero su uso se ha validado hasta ahora en dos torneos importantes de la FIFA: el Mundial Sub20 de Corea del Sur, y ahora la Copa Confederaciones en Rusia.
Como otras innovaciones, ahora comunes en el fútbol, y que nos hacen imaginar imposible el juego sin ellos, esta se insinúa igual de escandalosa a pesar del guiño de erradicar las equivocaciones, con un recurso que creíamos solamente el privilegio de los aficionados sentados frente al televisor: las repeticiones.
Los propagandistas del progreso apuntaban hasta hace poco el rezago del fútbol respecto a otros deportes, al confiar el juego a la virtud de un ser humano, que por muy aplomado de carácter que fuera, podía cometer errores de apreciación que ya son menos justificables con la disponibilidad de los recursos de la televisión.
Casi todas las sospechas sobre este sistema que pudieron tejer los tradicionalistas, se vienen dando y faltan aún otras potenciales que el mismo fútbol se encargará de generar, desatando hasta ahora los primeros centímetros de un debate kilométrico.
Cuando vi por primera vez la aplicación del sistema, me pareció un avance de la técnica sobre la injusticia de la apreciación de los árbitros, pero luego de tantas veces usado, se me hicieron lógicas las objeciones de quienes advierten en la tecnificación el veneno del fútbol.
El novelista y también articulista mexicano, Juan Villoro, en su libro “Balón Dividido” (2014), dedica una parte de su obra sobre este apartado de “la justicia electrónica” que ya venía latiendo entre los reformistas del balompié, y que afortunadamente en su tiempo remarqué, a pesar de mi severidad para conservar los libros tan perfectos como desde el primer día.
Las veces que vi una celebración de gol pospuesta por el VAR, recordé la aclamación de Villoro: revisar la jugada interrumpiría un deporte que corre parejo con la vida.
Eduardo Galeano, ya fallecido, creo que tampoco se hubiera dejado seducir por el embeleso de la tecnología. Para defender al fútbol, me atrevería a decir que hubiera afilado su sarcasmo para oponerse, aunque con ello rozara la justificación de los árbitros, esos sujetos cuyo odio común entre los aficionados del mundo es la sola unanimidad que existe en el balompié.
En su libro “El Fútbol a sol y sombra”, el escritor uruguayo describió el odio natural y folclórico sobre los árbitros, que son el mal necesario que alimentan luego la polémica en los bares, una rutina tan innata al fútbol que pudiera terminar en el museo si se institucionaliza este afán técnico de suprimir las equivocaciones y la picardía de intentar algún esfuerzo actoral para engañar
A esto último, añadiría Villoro: el fútbol sería menos divertido y menos ético si no se equivocara. En pocas palabras, con el VAR están matando el fútbol que conocemos, “en cámara lenta”.
Acudiendo al autor mexicano, las cámaras no son la solución, porque estas también se pueden equivocar. La disposición de estos aparatos dependiendo del ángulo desde el que se observe, también afecta la percepción, por lo que no son cien por ciento confiables.
El propósito de salvar el juego de los errores que se pueden corregir con la tecnología parece altruista, pero hasta qué punto esto afecta al deporte en general y la pertinencia de los árbitros, que ahora pudiéndose salvar del escarnio con un vistazo al televisor, quedarán como moderadores de un espectáculo que gobernarán las máquinas, y que les dejará para pitar al principio y al final, además de marcar con spray la línea de los tiros libre.
Sin releer a Villoro, tampoco habría advertido un daño más destructivo que lo antes mencionado y que es pertinente apuntar. La incorporación de la justicia electrónica instala una diferenciación odiosa en la naturaleza del fútbol, que hasta antes de esta novedad, parecía el deporte más democrático del mundo.
En una cancha de Petare como en Wembley, basta con que las porterías tengan mayas para que se juegue el mismo juego, ahora, en aquellas con sistema VAR, seguramente se estará practicando otro deporte donde los goles serán objeto de sospecha y las celebraciones un espectáculo deslucido y a destiempo.
DesdeLaPlaza.com/Carlos Arellán Solórzano