“Por aquí los periodistas”. Nos subieron por las escaleras del teatro Principal, iluminadas con los restos de un sol lluvioso, que se despedía de la Plaza Bolívar de Caracas.
“Esperen acá”, debajo de la única lámpara encendida que había, porque el lugar se había quedado sin electricidad. “Ismael los atenderá inmediato”.
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Hace unos años Ismael Serrano daba su primer concierto en Caracas. Más que entrevistarlo, quise asistir, y desgañitarme con algunas canciones. De todos modos, preparé una entrevista.
Pero ni concierto, ni entrevista. No ví luz.
Hoy, cuatro años después, las desempolvé: las ganas de gritar “No estarás sola”, y la entrevista: un poco más de veinte preguntas para -más o menos construir- los laterales del cantante madrileño.
Entonces, después de llamar y enviar un correo ¡lo logré! Tenía pautada una conversación de media hora en el nivel uno, salón Neverí del Hotel Meliá Caracas, a las diez a eme, a propósito de su presentación en el Festival Suena Caracas 2015.
Fue cuando por primera vez recorté mi conversación imaginaria con el cantautor.
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La mañana del encuentro me anunciaron que la entrevista había sido pospuesta para las cuatro pe eme, y que sólo podría hablar con él quince minutos. Me dije que si reunía algunas preguntas, obviaba otras y reconfiguraba el cuestionario, me daba tiempo de una conversa que, de tener suerte, podría interesarle al poeta.
Hice lo que hacemos las madres, pararme bien temprano, arreglar el bolso con los pañales, las mudas de ropa y el agua, preparar la comida, “viandarla”, asegurar los suéteres, las mantas, recoger los cachivaches y arrancar a la muy transitada Caracas. Dos horas de cola en la Valle-Coche después, llegamos a las tres cuarenta al lugar acordado.
“¿No te llegó el mensajito?”, me recibe la chica con la que había concretado la conversa. En el texto que nunca recibí decía que el encuentro con los medios sería en el Teatro Principal a partir de las cinco pe eme. Y que sólo concedería diez minutos.
Por tercera vez en veinticuatro horas amputaba de nuevo la entrevista de hace cuatro años.
¡Ay, la luz, se me va!
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“Tú serás la primera”, dice el organizador y me señala a mí. El foco bajo el que estábamos de pie titilaba tanto como mi párpado izquierdo.
Sugiero que nos sentemos y descubrieron enseguida mis pretensiones de extenderme.
“Sólo tienes tres minutos”.
Llega, nos estrechamos la mano. Le indico el camino, la silla, nos sentamos. Me pregunta mi nombre, de qué medio vengo y por qué traigo un portabebés vacío. Medio sonríe con mi respuesta. Pero ahí mismo continúa con su mucha seriedad. Yo, lo único que pienso es que en eso se nos van unos cinco minutos y siento sobre mis hombros el odio agremiado.
Con la primera pregunta, el organizador me hace una seña universal: con su mano derecha en posición horizontal, recta, se corta el cuello. No me concentro en la respuesta sino en pensar qué carajos está haciendo, si me dice que se me acabó el tiempo, si es que me quiere degollar, o qué coño.
De todos modos mi pregunta es como para matarse:
-En su opinión, ¿para qué y en contra de quién están hechas las guerra contra el terror?
-Bueno, yo creo que hasta ahora todas las guerras que se han hecho en nombre de la lucha contra el terrorismo lo que han hecho más bien es alimentar el odio, la diferencia. Creo que no son los cauces apropiados y los hechos lo demuestran, ¿no? El hecho de que tengamos tantos años de guerras en Irak, Afganistán, y ahora en Siria, demuestra que no son eficaces en la lucha contra el terrorismo.
El terror continúa. La guerra es el fracaso de la política y los políticos están fracasando, y están fracasando porque las guerras muy a menudo responden a intereses geopolíticos, que no creo que tengan en consideración la seguridad y el bienestar de los ciudadanos. Yo creo que la renuncia y el recorte de los derechos, como se ha visto en Francia, no ayuda, sino que supone una victoria para el terrorismo que lo que pretende es eso, que vivamos en un estado de excepción, en un estado de guerra permanente. La labor del político es encontrar otros cauces y creo que no se han abocado, en ese sentido.
El lema de “son vuestras guerras, son nuestros muertos” es bastante acertado.
-¿Hay concilio entre la popularidad artística y la militancia?
-Es inevitable. Es ineludible la militancia.
Yo le canto a lo que me emociona. Y no puedo permanecer impasible ante un mundo desigual. Me indigna la injusticia y de ahí nacen las canciones. Miro la realidad desde mi prisma ideológico y todo ello aparece en mis composiciones.
Omitir ésa parte de la realidad me parece excesivo.
Yo entiendo que no toda canción ha de tener un contenido político. Creo también en el arte como fórmula para el escapismo, desde una actitud más lúdica. Pero, creo que se ha impuesto hegemónicamente un modelo musical y estético que ahonda en eso del escapismo, en la superficialidad, y se ha estigmatizado un poco la canción social.
Yo creo que la canción social es un género como cualquier otro, que merece el máximo respeto y también una atención y una plataforma de difusión que ahora no tiene en los medios de comunicación convencionales. En ese sentido, la canción de autor, la trova, que es lo que uno viene haciendo, siempre ha estado alineada en esa posición de entender la canción como una expresión ideológica, una expresión política…
En este punto, Ismael se da cuenta de que el organizador se degolla con las manos… para y pide que se le deje terminar la entrevista, porque “es muy difícil responder con tanta presión”.
Ni que diga, es tan difícil responder, como preguntar.
Continúa…
-Como te decía, no puedo separar mi estado sentimental de la visión social, de la visión del mundo que me toca habitar. Eso es inherente a mi forma de entender la música. Lo malo, y creo que hay un error cuando la militancia, desde lo musical, sustituye el oficio, cuando prima lo político por encima de lo artístico. Lo artístico debe primar. Y se debe hacer de la música un oficio, y no tanto de la militancia.
-No todo cantante se presenta en Venezuela ¿Por qué usted sí, cuando puede ser tan polémica una visita?
-No debiera de serlo. Tiene que ver con muchas cosas, con el uso político, con la confrontación política llevada a los extremos que convierte una expresión artística en un alineamiento dentro de unos frentes, y el estar en conflicto permanente. Yo creo que debería ser un ejercicio natural el venir a un país a cantar, desde cualquier posición ideológica, además. En ese sentido creo en el derecho a disentir y a expresarse desde cualquier lugar. Uno viene a cantar a un público diverso, un público en el que creo no todos piensan igual. En ese sentido, se polemiza en tanto y cuanto hay una confrontación política interesada que lleva a desgastar, y que tiene que ver más con una posición partidaria, que con un debate realmente ideológico, una confrontación extrema que no tiene tanto sentido. Es una oportunidad para nosotros, no es tan sencillo, pero aquí estamos…
Y no me dejaron preguntarle por qué es tan difícil venir al norte del sur de Suramérica.
Una jauría babeaba sobre mis hombros.
La luz se apaga, y se prende cada vez menos. Va y viene como una ola que remonta la luna. Y es de noche. Y llueve.
Canta Lilia Vera y aletean las estrellas en el medio óvalo, sobre el escenario. Comenta cada canción con una ternura que casi me creo, para entonar las o con la fuerza de un cuerpo al que cachetea la gravedad.
Ismael no llegaría a saltar sobre la alfombra. Problemas técnicos pospondrían su voz para el día siguiente.
Me lo prometen al despuntar el sol. Yo iría a despejar las nubes. Pero, de tres minutos -la entrevista más corta del mundo- se reduciría a una mirada compartida, triste, de adiós que me voy con los faros rotos: en Argentina gana Mauricio Macri las presidenciales. “Hay que encausar la rabia”.
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Ismael es hijo, también padre de la poesía. Cuando su madre lo parió, enmudeció el primer mes, y le regaló todas sus palabras. Aprendió a cantar antes que a caminar. Se dice que hizo equilibrio en la raya del horizonte y que desde entonces no le teme a los abismos. Lo mismo pende de las ramas, que cae, que se convierte en suelo. Su voz es una hoja de luz.
DesdeLaPlaza.com /Indira Carpio