La filtración de un video íntimo de contenido sexual en el que aparecen tres celebridades de la farándula venezolana, el cual en horas fue tendencia en redes sociales y de cuya sinergia sacaron provecho algunos medios para “informar” a la sociedad sobre el “escándalo” permite hacer clic nuevamente sobre el debate ético, confinado históricamente a las escuelas de comunicación social, que plantea revisar el amarillismo en la prensa y su visión mercantilista de la noticia, también caracterizar la gazmoñería de una opinión pública en la que anidan la fascinación por vida privada de las personas en proporción directa con los prejuicios morales que usa para su condena.
Todo comenzó con la viralización del referido video en las redes sociales —espacio que no posee regulación alguna respecto a estos contenidos— que convirtieron el tema en tendencia por tratarse de figuras conocidas del espectáculo y fue en lo que se basó el criterio informativo de medios impresos y digitales, ofreciendo detalles sobre el video viral y haciendo seguimiento al tema por varios días, resaltando reacciones de los afectados y el público, haciendo de la vida íntima de otros su propia experiencia porno.
El periodista y profesor Héctor Mujica enuncia en el libro El imperio de la noticia los tres tipos de intrusión de la prensa en el fuero íntimo: la vida privada de personalidades conocidas, la de particulares bruscamente proyectados a la escena pública y las informaciones correspondientes a “chismes”. De esto consta el amarillismo y ha sido un comportamiento tradicional en la llamada “gran prensa industrial”, especialmente porque su “mercancía de venta es la noticia” argumentando que los lectores tienen “el derecho de conocer la vida íntima de los personajes públicos” basados en la llamada libertad de prensa, que en el amarillismo tiene su amplia expresión con la información de la vida privada de personalidades pertenecientes al mundo del espectáculo.
Lo explicó con más precisión la periodista Olga Dracnic en su artículo “La cultura mediatizada”, publicado en el número 81 de la Comunicación: “La inclusión de una información diaria sobre estos acontecimientos es tan indispensable para el lector como las noticias sobre la política o la economía. Al instalarse la televisión y los espectáculos masivos en las vidas de los hombres como referencias imprescindibles en su desenvolvimiento cotidiano, ningún medio de comunicación puede ignorarlos a riesgo de perder su clientela”.
El periodista y profesor Héctor Mujica enuncia en el libro El imperio de la noticia los tres tipos de intrusión de la prensa en el fuero íntimo: la vida privada de personalidades conocidas, la de particulares bruscamente proyectados a la escena pública y las informaciones correspondientes a “chismes”
Aunque el Código de ética del periodista venezolano rechaza el uso de técnicas amarillistas para el tratamiento informativo, el diario 2001 publicó el lunes 27 de marzo la nota informativa titulada “Erika, Kent y Yorgelis en una de ‘carne con papa’” y aunque señala que en el video “al parecer” están las personas que menciona el titular, se atribuye “el tubazo” y expresa que “la noticia no se hizo viral, sino hasta que la página web 2001.com.ve posteó la información”.
No obstante, en líneas siguientes la nota evidencia lo que según este medio fue el profesionalismo de los periodistas de la fuente de Farándula en el tratamiento periodístico, al resaltar que: “Como era de esperarse, estos profesionales, especialistas en espectáculos, difundieron la información del gran escándalo que involucra a estos tres personajes que se han dado a conocer en la farándula venezolana, de la mejor manera posible: sin hacer difusión del video, sino del hecho noticioso”.
Este «sutil» modo de hacer tratamiento informativo a un chisme evidencia que para dichos medios las habladurías, sean de difusión viral o no, son consideradas noticia, la que a su vez para los editores es una mercancía, entonces la información sobre la vida privada de las personas es mercantilizable, es decir, sometida a los intereses económicos de las empresas de comunicación aunque dañe la reputación de otros, por lo que cabría conocer la jurisprudencia mundial y nacional respecto a este uso, entre tantos, de la llamada libertad de prensa.
Los deleites de la pacatería
Desde la Polaroid con sus instantáneas, pasando por las películas en formato ocho milímetros hasta la cámara digital de video, el amateurismo fue incorporado a la intimidad sexual con la simplificación de los dispositivos técnicos que eran de uso exclusivo de los realizadores del porno chic o cine porno y el underground, que como antecedente tuvieron a los llamados stag films, películas mudas de corta duración, con contenidos sexuales explícitos, exhibidas de forma itinerante y secreta desde comienzos del siglo XX hasta la década de 1970, cuando irrumpe la pornografía en la industrial del cine estableciendo una contracultura de proprociones históricas, de cada cuatro mil filmes hollywoodenses, la industria del porno produce 10 mil nuevos títulos, reportando ingresos por 14 mil millones de dólares.
Con la aparición de la cámara RCA en los ochentas vino la moda del video casero y el consumidor pudo ser también sujeto porno. En 1994, en la ciudad italiana de Castiglion Florentino una pareja heterosexual de jóvenes tuvo sexo mientras que un amigo, oculto en un armario, los grabó para luego comercializar el videocasete del cual si hicieron centenares de copias en todo el país europeo, con consecuencias que afectaron emocionalmente a la joven quien sostuvo haber sido traicionada por su novio, quien argumentó que hizo el video para “demostrar su virilidad”. El crítico cinematográfico, Román Gubern, también señala en su libro La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas que en España la jurisprudencia dictaminó que una mujer que haya consentido ser grabada no podría reclamar luego contra una eventual difusión gratuita del video donde aparezca. El sesgo machista en Europa es evidente.
En 2002 se difundió en Venezuela mediante dos desaparecidos formatos, VHS, VCD y el correo electrónico, el video del encuentro íntimo de una pareja heterosexual de actores de televisión teniendo sexo. El registro que hasta lo vendían los buhoneros de la autopista Francisco Fajardo y en algunos clubes de video del centro de Caracas fue señalado por la «moralidad” de quienes lo vieron ―como si hubiesen sido obligados a hacerlo― e hicieron recaer sobre sus protagonistas “la masa completa de complejos eróticos de una sociedad judeocristiana que lleva bastante más de dos mil años saboteando todo placer”, criticó entonces Roberto Hernández Montoya en su artículo “Un hombre y una mujer”, publicado por la revista Question, en octubre de aquel año.
La historia de la imagen en movimiento tiene episodios de puritanismo y doble moral. Al margen de los stag filmes, entre 1922 y 1934, un ex clérigo estadounidense y presidente de la asociación de productores cinematográficos de Hollywood, quien se jactaba de su formación moral, llamado William Hays, junto con el sacerdote jesuita Daniel Lord y el editor Martin Quigley crearon el llamado Código Hays, una base doctrinaria que censuraba las películas, llegando a limitar la duración de los besos a pocos segundos para que no generaran “sentimientos bajos y bestiales”; a reducir las escenas apasionadas dentro de un correspondiente plano general; e incluso prohibir que se vieran los ombligos de las actrices en pantalla. Sin embargo, luego de su muerte, en 1954, se conoció que Hays guardaba una vasta colección de fotos de ombligos femeninos, que evidentemente para él tenían un significado sexual importante, eran su fetiche.
Venezuela no escapó a ese puritanismo que mientras limitaba los besos en los filmes de Hollywood y prohibía besarse en salas de cine italianas, hacía lo propio en los espacios públicos caraqueños, fieles a la tradición española del sereno. “Como muchas otras cosas excelentes y deplorables, entre las últimas, para nuestra desgracia, la pacatería, la doble moral y la noción de pecado-culpa referida a la sexualidad, los latinoamericanos heredamos de España la institución del sereno”, dice Rubén Monasterios en su libro El Beso, refiriéndose a los vigilantes diurnos y nocturnos que existieron en Caracas y hacían presos a quienes osaran besarse en las plazas. Hasta que en la década de 1970 el entonces gobernador de la capital, Diego Arria, mediante una ordenanza municipal “que por insólita fue reseñada por la prensa mundial”, decretó que las parejas podían besarse en calles y parques. “Desde entonces la gente se demuestra afecto en público sin amenazas policiales”, señala Hernández Montoya en el mencionado artículo.
En medio del prejuicio
Sobre estos prejuicios sexuales que ha compartido la sociedad venezolana habla también el investigador falconiano Misael Salazar Léidenz, quien dijo que para la década de 1970 en el país “se suponía que el amor libre era asunto de comunistas y descarriados, enemigos del orden y la decencia”, recuerda en su libro Ociosidades y vagabunderías sexuales del venezolano, a propósito del escandaloso estreno en el país de la película Garganta profunda (1972), con Linda Lovelace, la que allanó el camino para la industria pornográfica mundial.
Era la época de la escalada o revolución sexual. “Cuanto hagan es parte de la sexualidad humana”, decía el doctor Albert Kinsey para escandalizar a la sociedad estadounidense con sus investigaciones sobre el comportamiento sexual del hombre y la mujer; poco después los doctores William Masters y Virginia Johnson, continuaron los estudios serios sobre la conducta sexual de los que surgió el libro Respuesta sexual humana (1965), donde señalan que no hay un sistema de valores, ni un código sexual único que pueda tomarse como correcto en el comportamiento humano.
En el ensayo La ceremonia del porno, ganador del XXXV Premio Anagrama, escrito por Andrés Barba y Javier Montes se habla del “placer narcisista de su propia contemplación” como parte de la conducta de quienes deciden registrar en video sus actividades sexuales para uso íntimo, en un “devenido circuito cerrado”, pero también agregan que “La cámara tiene la virtud, la impertinencia, de ser implacable, de reproducir no sólo lo que se ve, sino también lo que no se ve, la de crear una imagen, algo susceptible de ser detenido, analizado, expuesto”, atributos de los que se valieron tanto quienes ofrecieron sus expresiones puritanas y ofensivas en las redes sociales, como quienes de mala fe han usado la intimidad ajena para hacer daño moral.
No cesarán quienes rechacen estas prácticas, como tampoco quienes las continúen haciendo, sea desde la industria del cine o el amateurismo doméstico. Tampoco cesarán los criterios de la prensa farandulera siempre a la caza de algún supuesto escándalo. La información “de contexto” que continúan ofreciendo, de forma reiterada y casi onanista, sobre el tema ―algunos diarios, astutamente en su versión digital, más no en la impresa― es el historial de videos íntimos de celebridades filtrados en internet durante las últimas dos décadas, recreando de forma constante el morbo y censurando a la vez información valiosa sobre el trabajo de artistas y cultores, reseñas de obras teatrales, musicales, culturas populares, en la que saldrían ganando la cultura y la comunicación, sin perjudicar a nadie. Mientras, en las redes sociales quienes puedan ser indignos en su pensamiento y vida pueden no serlo con sus tuits, cumpliendo el supremo absurdo del juzgar, así sea con chistes, burlas y memes, pero siempre en su sano prejuicio.
DesdeLaPlaza.com/Pedro Ibáñez