La Biblia bajo el microscopio

El ensayo Ciencia y creencia, editado por Turner, mantiene que la Biblia no ofrece relatos deliberadamente poéticos sino que constituía el manual disponible en la época para comprender el mundo y, por tanto, es el antecedente directo de la ciencia.

Según Steve Jones, el Diluvio Universal pudo ser la manera de explicar la gigantesca inundación con la que concluyó la Edad de Hielo, y las plagas de Egipto guardan un parentesco cierto con las epidemias que han asolado el mundo desde siempre. El autor reconoce el poder cohesivo de la fe, que tiene una traducción demográfica y -por ende- genética indiscutible, así como la inclinación natural del hombre a creer en un ser superior. Sin embargo, opina que en las sociedades modernas la religión debe dejar en manos de la ciencia la tarea de alumbrar un sistema universal de valores compartidos.

Esperanza de vida: ante una nueva era de Matusalen

 Te reunirás en paz con tus antepasados y te enterrarán muy anciano. (Génesis 15, 15)

De todos los patriarcas, Matusalén se lleva la palma en longevidad con sus 969 años. Sin embargo, la esperanza de vida en tiempos bíblicos apenas superaba los 30. Hasta hace no mucho, la pérdida de un hijo era más común que la de un padre o un abuelo en nuestros días. Desde el siglo XIX, informa Jones, la longevidad en el mundo desarrollado se ha disparado a la pasmosa velocidad de seis horas diarias. De hecho, «la existencia en el mundo moderno, por frenética que pueda parecer, es en realidad más lenta que nunca».

Visiones: Cuando el cerebro se equivoca

Éxtasis de Santa Teresa

Entonces me espantas con sueños y me aterrorizas con pesadillas. (Job 7, 14)

Desde la famosa rueda de Ezequiel, las visiones desempeñan un papel crucial en la Biblia. Algunas pueden atribuirse a trastornos mentales, que en el caso de la epilepsia y la esquizofrenia han estado envueltas en misticismo en la Historia, pero a Jones le interesa más ahondar en la capacidad del cerebro para engañarse. Indaga sobre todo en los cambios bioquímicos en personas obligadas a meditar, es decir, recluidas a la fuerza. Drogas como las halladas en cálices filisteos podrían explicar otros éxtasis.

La Semana Santa: El dolor y la fe, fuerza de unidad

Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu (Mateo 27, 50)

Que nadie espere de Ciencia y creencia una descalificación sistemática y despectiva de los relatos más o menos poéticos de la Biblia. Antes bien, Jones admite que la fe es «una fuerza de unidad» desde el punto de vista genético, algo en lo que coincide con Nicholas Wade, sujeto de una reciente polémica, y hasta con Marx, que, junto a «la religión es el opio del pueblo», anotó: «Es es el suspiro de las criaturas oprimidas, el corazón de un mundo sin corazón y el alma de las situaciones desalmadas».

El poder de la creencia como «adhesivo social» se pone de manifiesto, escribe Jones, incluso después de la muerte. «La Iglesia no tardó en percatarse, con lo que el dolor y la recuperación están en el centro del mensaje cristiano», y la Semana Santa, con su invocación de la muerte y resurrección de Jesús, es la mejor prueba de ello. Incluso en un país laico, el dolor vincula a la gente y «asegura a los dolientes que la sociedad comparte y diluye» su pena.

Reconociéndose no creyente, Jones dice haber añorado el consuelo de un rito religioso cuando fallecieron sus padres, enterrados de acuerdo con unas ceremonias humanistas que le resultaron «insuficientes» en comparación con los «rituales familiares y elocuentes que vinculan a los que se quedan con los fallecidos y entre sí».

El genetista galés vivía en 2011 en la misma calle que la cantante Amy Winehouse. A su muerte observó asombrado las muestras de dolor de miles de personas que «intercambiaban muestras de conmiseración e incluso lágrimas con desconocidos», y todo ello por una persona a la que tampoco conocían. Entonces se percató mejor que nunca del poder del grupo.

Pero las confesiones, a medida que crecen y se diversifican, «dividen mucho más que unen», como demuestran las guerras de religión y los propios cismas internos, a menudo tan cruentos como aquéllas.

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