La escalada de precios es un suceso escandaloso que todos padecemos y comentamos. El sueldo en Venezuela vale cada vez menos y está en el ambiente la sensación de un desamparo que afortunadamente no se ha traducido en un estallido.
Las personas más sencillas del país se exponen todos los días a la incertidumbre de si podrán pagar hoy lo mismo que pudieron comprar la semana anterior, sobrellevando el abuso de la especulación con la esperanza de que el Gobierno y la Asamblea Nacional Constituyente actúen por fin.
Me tomo el abuso de creer que la inmensa mayoría de los más de ocho millones de venezolanos que votamos por la ANC el pasado 30 de julio, además de hacerlo como una expresión en contra de la violencia terrorista de los radicales de la oposición, también lo hicimos con la expectativa de que actuaran con ingenio y audacia sobre la economía, un tema que tiene el mérito opaco de superar el aturdimiento por la inseguridad.
Si bien este ataque de precios es una versión actualizada de la violencia económica en contra del país, la presidencia de Maduro y el proceso bolivariano, es inmensamente indolente despachar el asunto con este solo argumento y seguir actuando como si no pasara nada, o creyendo que todo lo que se dice en la calle es una ola de quejas exageradas con el aderezo de un llamativo “infantilismo”.
Increíblemente, el ruido de los precios que atormenta a millones de personas parecía que no llegaba al Palacio Federal Legislativo, y cuando por fin alguien le puso atención, reflexionó de manera sensata que la economía debía ser un tema insoslayable entre los plenipotenciarios, pero tal acto de cordura fue censurado con la sospecha de actuar para perjudicar al organismo.
En una entrevista de televisión, un colega del ex fiscal con asiento en la Constituyente, se mostró incómodo ante la sugestión de que la gente está inquietada por la economía y que al mismo tiempo se cuestionan: “¿y qué ha hecho la ANC, además de conquistar la paz?”. Y ojo que esto no es una cosa menor luego de más de 100 días de guarimbas.
Sin medir el daño de una antipatía que se parece a la indolencia, el plenipotenciario no encontró una mejor respuesta que sugerir que esa conseja era una estrategia de la derecha mundial para perjudicar a “la institución más efectiva y mejor valorada en el país”, a la cual se estaban prestando comunicadores, políticos y otros constituyentitas, con intención o por ingenuidad.
El dibujo de indolencia que se le pintó en la cara tomó una nitidez de alta definición cuando admitió que seguramente en diciembre el kilo de carne costaría lo mismo que el nuevo billete de 100.000 bolívares, invitándonos a sobrellevar la violencia económica con una especie de resignación que parece que todo lo resuelve con la conciencia de tener en claro que “nos enfrentamos al enemigo más poderoso del mundo”. Cosa que no descarto.
Los precios actualmente, como bien ha acuñado un medio de comunicación nacional, son una munición de guerra llamados “precios políticos”, que tienen la intención de desquiciarnos y embochinchar al país, y mientras sufrimos el fuego cruzado de esta bestial especulación, creo que es muy cómodo pedirle a la gente, a quienes la quincena solo le rinde para poco más de un kilo de carne, a que tenga más paciencia ,y que apunte con más rabia que hambre a un enemigo que actúa con una impunidad criminal.
Regañar a la gente en vez de orientarla no puede ser la opción para atacar el problema de la economía. Es brutalmente ingrato sospechar alguna intención subversiva del pueblo cuando pone el grito al cielo al enterarse que un cartón de huevos le cuesta más de 50mil bolívares, y no pasa nada.
Es humanamente incorrecto que los dirigentes se esponjen de soberbia ante el reclamo de la gente y que al mismo tiempo sigan cargándole al pueblo el esfuerzo heroico de resistir más, como si no han hecho lo suficiente hasta ahora.
No es falta de madurez política exigirle a la Constituyente a que actúe. Poner de relieve la situación económica no es debilitar a la institución sino reconocerle a esta los atributos potenciales para encarar la tempestad especulativa e inflacionaria que le ha devuelto los ceros a la moneda.
Los constituyentistas en vez de inquietarse porque el pueblo les reclama la atención del problema económico, más bien deberían estar aliviados que hasta ahora lo han hecho sin tirar una piedra o romper una vitrina, mereciendo la gente de este país un pedestal inmenso por tanto aguante, porque por menos de lo que pasa aquí, otros países han comprobado que el cambur verde mancha.
DesdeLaPlaza.com/Carlos Arellán Solórzano