“La acción pacífica de unos manifestantes encapuchados para sobrellevar el sol, se acercaron con flores hasta el canal Venezolana de Televisión y fueron reprimidos por la terrible Guardia Nacional”, así mas o menos reza la narrativa de una versión torcida en las redes sociales, y otros medios convencionales, que se han endosado el patrimonio exclusivo del periodismo decente en el país, reinterpretando la realidad de este episodio con una convicción tan pasmosa que por un segundo consigue que dudemos de nuestros propios sentidos los que estuvimos ese día en el canal.
Quienes fuimos a trabajar al canal, atestiguamos el acercamiento hostil de los grupos violentos opositores, que desde temprano administraban la efectividad del paro cívico desde las barricadas que trancaban las calles, y que no conformes con amedrentar a los carros osados que se atrevían a circular el jueves 20 de julio, también amenazaban a los peatones por medios sugestivos y también tangibles.
Los que llegaron en la madrugada al canal, no pudieron salir a su hora y los que debían llegar para el turno de la tarde, llegaron como pudieron y más tarde. Todo esto, porque los promotores de un tiempo nuevo y los apóstoles de una era de cambio, se han propuesto a forzar la historia, cometiendo la arbitrariedad de desquiciar la paz con un ensayo constante de violencia, que comprueba que no se han entrenado para la contienda civilizada de los argumentos.
Los encapuchados llegaron con máscaras antigás y escudos de madera o de hierro. Se formaban en coraza y lanzaban botellas, piedras y cócteles molotov en contra de la Guardia Nacional Bolivariana. No conformes, también lo hicieron en contra del canal, cuyos trabajadores contemplaban desde adentro el espectáculo de una batalla campal que solamente se veía habitualmente en el Distribuidor Altamira.
Estos ataques con piedras y botellas golpearon las ventanas y el parque del colegio maternal que funciona en el canal. Los niños que estaban ahí fueron evacuados a tiempo hasta otras áreas seguras, para impedir que fueran afectados por el miedo infundido por aquel intento de asalto y también por el gas de las lacrimógenas que se volvían hacia el canal, ya que el viento estaba soplando en contra.
Aunque cometa la infidencia de revelar una debilidad de seguridad, la cantidad de efectivos de la Guardia el día 20 de julio, se observaba que era muchísimo menor al de jornadas anteriores y con un apresto operacional incipiente para resguardar la planta televisiva en tiempos en que cada instalación pública es un objetivo militar de los grupos violentos denominados guarimberos.
Los efectivos dispersaban los avances de los violentos con gases, pero lo hacían muchos de ellos con la complicación de no llevar máscaras. Después dispararon con perdigones, luego que un cóctel molotov por poco incendia a un guardia que se protegía detrás de la reja que rodea al canal.
Los guarimberos consiguieron replegar a los soldados, quienes administraban sus pertrechos de orden público con la exigencia de usarlos cuando los violentos se volvían a colocar a una distancia amenazante, pero aún así no impidieron que llegaran hasta el acceso principal del canal, desde donde centenares de trabajadores contemplaban con miedo, y a la vez con bastante impotencia, la posibilidad de verse asaltados por aquella turba, que también estaba armada con resorteras de balines de plomo y canicas.
Interpelados por una reacción natural de conservación, animados por un sentido intangible de pertenencia y mordidos por el instinto primitivo de resguardar a sus hijos, los trabajadores no tuvieron otra alternativa que enfrentar la amenaza violenta sin más recurso que piedras y mangos.
Las mujeres se movieron entre los jardines del canal e hicieron de los ladrillos de las caminerías, un montón de escombros para resistir y repeler a los guarimberos. Llenaron varios baldes y los llevaron hasta el frente, actuando con los hilos de un sentido común más efectivo que un entrenamiento para la defensa que nunca habían ensayado.
Otros, desde la azotea, también respondieron con piedras, al mismo tiempo que grababan la escena de una batalla campal. Pero las redes sociales y la concertación de medios privados, reinterpretaron este episodio como una emboscada provechosa de los empleados del canal en contra de una manifestación cívica que democráticamente se defendía con bombas incendiarias.
En la calle eran poco más de cien trabajadores, que sin más dirección que un sentido general movido por la preservación, se echaban en carrera para tomar impulso y lanzar luego decenas de piedras como si fueran catapultas humanas, replegando a los guarimberos hasta las residencias desde donde operaban con la impunidad cómplice de varios vecinos.
Los trabajadores y Guardias Nacionales recuperaron el control de la calle mientras esperaban la llegada de un refuerzo mayor de soldados. Durante este tiempo, consiguieron capturar a un par de encapuchados, que según los testigos, estaban en un estado parecido al de un arrebato de drogas. Estos fueron resguardados en una garita del canal, siendo atendidos con una consideración distinta a aquellos, que pareciendo chavistas, han sido escarmentados con el martirio de morir prendidos en fuego por la acción homicida de quienes también se han dado a llamar como “La Resistencia”.
También se cuenta en esta jornada, la captura de un colega periodista que trabaja para la Mesa de la Unidad Democrática y que según su propia versión, estaba haciendo cobertura a la jornada de Paro Cívico y que no era parte de la acciones violentas en torno al canal.
Según los testigos, el reportero de la MUD fue puesto a la orden de la GNB y éste denunció que en ese transcurso fue golpeado por los empleados del canal 8 y los efectivos de orden público.
Luego que el control, o la contención en la zona de conflicto fue tomada por la policía y los guardias, en las redes sociales y medios de comunicación privados, se libraba una batalla mayor y sin capucha. Con la potencia incendiaria de 140 caracteres y miles de twitts y retwitts, se tendió en torno al canal y sus trabajadores un asedio moral que invirtió el signo de aquella acción violenta: los encapuchados fueron absueltos como manifestantes pacíficos y los trabajadores y guardias fueron apuntados como siniestros esbirros que emboscaron a quienes protestaban.
Con una inercia sospechosa y nada inocente, los empleados de VTV fueron etiquetados con el mote de “colectivos”, que en estos días, es una razón suficiente para deshumanizar al chavismo y relativizar su escarmiento. No en vano, este ha sido el argumento para suavizar la atrocidad de varios venezolanos asesinados y quemados durante algunas jornadas de protestas opositoras.
El tenor de la violencia amainó en la noche, pero el ámbito de una batalla campal dejó colgado en el aire la sensación de una amenaza aún latente, por lo que varios empleados prefirieron dormir en el canal y salir al día siguiente. De regreso a casa, se podía contemplar un reguero de escombros y un carro quemado, con el asombro de no poder masticar aún aquel desastre chiquito, en comparación a las guerras que podemos ver desde lejos y en la televisión.
Pero además de lamentar los daños materiales dejados por las protestas del día de Paro y el asedio al canal, en aquellos escombros se podía observar una verdad más desoladora y permanente en nuestros días, y es la de que muchos muchos venezolanos han levantado ante sí una barricada mayor que la que tranca calles por seis, ocho, doce o 24 horas, y es una barricada mental que concibe al otro como a un enemigo con el que no se dialoga y que Dios sabe cuándo se desmontará para que vuelvan a circular el respeto, la tolerancia y la humanización del otro.
DesdeLaPlaza.com/Carlos Arellán Solórzano