El otro día iba en Metro pa’ no recuerdo dónde. Lo que sí no olvido es la conversa que escuchaba, de metiche yo, entre dos obreros.
Era viernes y estaban cuadrando el vacío pa’ la parrilla del sábado. Ambos negritos, con esa ropa característica de obrero: jeans viejos, manchados de pintura o tíner, con cicatrices de quemaduras, franela raída pero limpia, gorra y morral. Uno era más alto que el otro, y mucho más viejo también. El menor era quien sacaba las cuentas “chamo, pero, hay que comprá el vacío pa’ mañana. Puro Lai porque lo demás rasca rápido, y uno no tiene por qué caé muelto así tan feo. ¿Tú tienes pa’ completarme?”.
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Yo que los estaba viendo a través del reflejo del vidrio asomo una sonrisita, disfrutando la seriedad con que uno le contaba al otro la obvia necesidad de comprar la cerveza y de no rascarse (tan) temprano.
También recuerdo a dos muchachas jóvenes. Venían del trabajo: carné alrededor del pescuezo, lonchera, cartera y suéter. Estaban hablando de nosequé tareas domésticas y una le dice a la otra “uno se cansa, chica. ¿Me vas a decir que no? Lava esto, lava lo otro, limpia aquí, limpia pa’llá. No, chama. Ya. Me quiero ir pa’ la playa un ratico… Mira, ¿y tu mamá cómo está? ¿Sí se mejoró?”.
Yo me divertía escuchando la cotidianidad de la gente, pero tardé en dar con algo que resuena y resuena en nuestro vocabulario: el famoso “uno”. Ese recurso lingüístico que utilizamos para hacer referencia a que quien cuenta o se ve afectadx es una persona, pero siempre, en género masculino. Este chamo, el obrero, no tiene nada que estarse repensando porque él es pues un tipo y su “uno” es la representación de sí mismo y su entorno masculinizado y macho.
Pero, ya va. Pérate un momentico. ¡Esta muchacha también dice uno! Y ella no es tipo, ella sólo está acostumbrada a que eso es lo que se dice cuando se habla de unx mismx.
Entonces, ¿qué fue primero? ¿el número o el género? Unx va y dice unA casa, pero dice dos casas y tres casas. Así como nombramos un gato, nombramos también dos gatos y tres gatos. No decimos, jamás, un casa. En Venezuela, por lo menos. Los mexicanos van por la vida diciendo vainas como “tengo la primer opción” y a unx se le explota el cerebro por ese desastre barroco. Pero, OJO, sí decimos unA mujer y un hombre. Ja. Qué (in)conveniente.
El pobre uno es el único susceptible a la diferenciación de género, los demás números no sufren escisión y cambio sexual según lo que quiera decirse. Qué cómodos, ¿no? Qué vida tan dura la de estos panas. Uno es un comando clarito, impensable. Un poco Inception pero sin tanto esfuerzo táctico o estratégico porque ya está bien arraigado.
Es que mira, si hasta el Alí Gómez, y mucha más gente que escribió y la publicaron, siempre dice «uno» (refiriéndose a sí mismo) a pesar de que deconstruye y desnaturaliza el lenguaje pa’ contar su imaginario propio, para emanciparlo. Pero, claro. Qué fácil es decir «uno», y más pa’ este tipo. Se nos sale facilito a todxs porque, así como cualquier otra cosa que se haga parte natural y cotidiana del léxico nuestro, esa forma en particular que es consecuencia directa del patriarcado y la homogeneización cultural, y no la pensamos es nada, ¡nada naíta nada!.
Si una es mujer y sigue diciendo uno cuando anda echando cuento porai, ¡pol Dio!. Hasta que se nos alumbra el coco oprimido este que tenemos y nos pega la locura de agregarle la desgraciada A al numerito un.
Una, co… Por supuesto. Las mujeres no somos tipos, no somos unos, somos unas. Hablemos pues de lo que sí somos y no de lo que se supone tenemos que decir porque así es como nos malacostumbraron a decirlo. La desnaturalización de las mañas patriarcales empieza por mandar al carajo tonterías lingüísticas como esta.
Aprovechemos entonces la vulnerabilidad de género del pobrecito número uno, y pongámosle la A a lo propio, a lo que toca, a lo que sí es mujer y habla desde su saberse mujer.
DesdeLaPlaza.com / Sahili Franco