Para las generaciones venideras en Latinoamérica y el mundo, el resultado que arrojen los comicios a celebrarse este 8 de noviembre en los Estados Unidos dará mucha tela para cortar. Se trata de un proceso atípico. Por primera vez, una mujer logra la nominación por el Partido Demócrata (hay evidencias que reflejan que 1872 la activista por el sufragio femenino, Victoria Woodhull, fue la primera mujer candidata a la presidencia de Estados Unidos) y está en la puja por llegar a la Casa Blanca. Del otro lado del escenario, Donald Trump, un empresario y magnate de bienes raíces, ha despertado (a través de sus polémicas declaraciones) un espíritu nacionalista que va de la mano del recuerdo del clásico “sueño americano” y que promete llevar a los estadounidenses a volver a disfrutar las mieles de los años dorados de la economía norteamericana. Así se dio una dura campaña Trump vs. Clinton.
El próximo presidente de Estados Unidos se enfrentará a un sistema profundamente inestable, tanto a nivel externo como interno. Deberá hacer un repaso por temas cruciales para la geopolítica internacional, en una suerte de periplo que abarca desde un Oriente Medio en agitación hasta una Europa que lucha para contener un brote de ataques terroristas y a miles de refugiados que huyen despavoridos de su país de origen, colmando las costas del Mediterráneo. En Washington, no cesa la preocupación por una Rusia que está expandiendo su influencia y desafiando al mundo. ¿Qué decir de China? Que está ensayando la capacidad de sus poderes tanto en lo militar como en lo comercial con una “curiosamente amigable” política de intercambio comercial con los países más convulsionados de Latinoamérica.
Hoy, ese grupo de estadounidenses cansados de más de una década de guerra, sabe que el próximo presidente no puede permitirse ningún error de cálculo en cualquiera de estos ejes de presión, porque el más leve desliz en cualquiera de ellos podría tener consecuencias inflamables. Por tal motivo, ofreceremos acá un vistazo acerca de qué podría representar, para América Latina, la victoria de cualquiera de los dos candidatos y sus implicaciones en la política exterior norteamericana.
Trump: Un proceso cada vez más radical y hostil para los inmigrantes
La inmigración en los Estados Unidos se ha convertido, de lejos, en uno de los temas más controvertidos de la campaña de 2016. Un partido republicano que, por ahora, busca dar marcha atrás (sólo para tomar impulso) antes de promulgar una reforma bipartidista de las normas de inmigración. El trato que el gobierno estadounidense otorga en materia de inmigración, a aquellos que proceden principalmente de México y América Latina ha sido tradicionalmente un punto álgido en la política estadounidense, pese a que en los últimos meses, la aceitada maquinaria comunicacional norteamericana ha intentado desviar la atención del ciudadano común, haciendo referencia al término “inmigrante” exclusivamente para las personas que huyen de lugares como Siria y otros regímenes inestables en el Medio Oriente, no hay garantías (hasta ahora) que aseguren que los latinoamericanos puedan recibir un trato preferencial conforme a su país de procedencia.
Prueba de eso último han sido las declaraciones ofrecidas por el magnate norteamericano, el pasado 19 de Junio en New York:
“Cuando México envía su gente, no están enviando lo mejor de ellos. Están enviando personas que tienen un montón de problemas, y que van a traer esos problemas con nosotros. Están trayendo las drogas, crímenes y violadores”.
Trump ha hecho un llamamiento para la construcción de un muro de más de 1.600 kilómetros de extensión para asegurar la frontera sur de los Estados Unidos. Adicionalmente, quiere triplicar el número de agentes de inmigración y aduanas, y también ha propuesto la deportación de los aproximadamente 11 millones de inmigrantes indocumentados que se cree que viven actualmente en el país.
Han sido reiteradas las veces que el presidenciable por el partido republicano ha denunciado que es necesario poner fin a «la ciudadanía por nacimiento», que es el proceso legal para la concesión de la nacionalidad a toda persona nacida en los Estados Unidos sin importar su lugar de procedencia.
En materia de política exterior, Trump ha dicho que dejará sin efecto el Acuerdo de Libre Comercio para América del Norte, en parte porque argumenta que México lo está utilizando para construir un enorme superávit comercial contra los Estados Unidos. Así mismo, tal como señala el economista de la Universidad de California Pedro Navarro:
«Bajo una presidencia de Trump, la política exterior será firme y proactiva, similar a la de los años de Reagan […] una clásica paz a través de una fortaleza económica y militar, en lugar de la vacilante y peligrosa debilidad de la actual Casa Blanca”
Para los allegados a Trump, la política del empresario referente a Latinoamérica es clara en su discurso: “le da lo mismo intervenir o no, le es igual si está a su lado o detrás de ellos. Primero se ocupará de resolver los problemas de Estados Unidos”.
Clinton: La versión femenina de la “Doctrina Monroe” 2.0
La candidata por el partido demócrata se ha declarado una seguidora e impulsora del proyecto que deja el actual presidente, Barack Obama, para América Latina. Clinton ha hecho un llamamiento a una “revisión integral de la inmigración”, que incluye encontrar los caminos necesarios para que obtengan la ciudadanía, aquellos que se encuentran ilegalmente en el país.
Su apoyo a las acciones ejecutivas de la administración Obama se ampara en proteger a millones de personas que corren el riesgo de ser expulsados, incluidos a todos los jóvenes traídos a los Estados Unidos ilegalmente como hijos y padres de ciudadanos estadounidenses. Sin embargo, ninguno de los dos candidatos ha ofrecido garantías estables para los latinoamericanos que se encuentran viviendo en el país de forma ilegal. Clinton, ha venido usando la misma estrategia que su predecesor para capturar lo que los especialistas llaman “el voto latino”, a sabiendas de la animadversión que Trump genera en la comunidad hispana. Por esta razón, el pasado 9 de Marzo, en la ciudad de Miami, la candidata demócrata expresaba:
“Creo que es importante que nos movilicemos hacia una reforma migratoria integral, pero al mismo tiempo que detengamos las redadas, detengamos la deportación de personas que viven aquí, que han venido a hacer su vida y su trabajo. Esa es mi prioridad”
Así mismo, Clinton solía decir cosas positivas sobre los Tratados de Libre Comercio, pero recientemente ha sido más perspicaz, y dijo que este tipo de iniciativas ayudó a algunos y perjudicó a otros. En este sentido el periodista mexicano, Arsinoé Orihuela ha dicho que:
“Pese a las vociferaciones xenófobas, intolerantes y racistas de Trump, Hillary Clinton es más peligrosa para América Latina. Por la historia de criminalidad de Clinton en la región, si ella gana las elecciones, Estados Unidos tendría una carta blanca para actuar bajo el respaldo moral de los gobiernos latinoamericanos»
El panorama es no menos que confuso, Clinton pareciera estar lisonjeando a la comunidad hispana con promesas un tanto dubitativas mientras, tras bastidores, un pequeño grupo de funcionarios (muy cercanos a la política que implantó en su momento el exdirector de la CIA, David Petraeus; viejo conocido de Hillary) podría estar diseñando un plan para revirir la “no tan sepultada” Doctrina Monroe en Latinoamérica. Sin duda, un enigma inquietante.
Tomando en cuenta que ambas opciones, en la contienda Trump vs. Clinton, se mueven a través de los extremos del panorama político y que América Latina vive hoy un reflujo político tras la última década de gobiernos ¿Será capaz la región de diseñar un sistema de contrapesos ante el escenario que se plantea en materia de política exterior norteamericana?
DesdeLaPlaza.com/Emanuel Mosquera