“Era estupendo quemar”, se titula el primer capítulo de Fahrenheit 451, novela de ciencia ficción de Ray Bradbury donde la quema de libros expresaba el pensamiento totalitario y su miedo ante quien piense distinto; en su primer párrafo denota la piromanía del personaje principal, Guy Montag, cuyas manos “eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia”.
La ficción de un hecho no escandaliza tanto como la realidad, sobre todo la que hoy toca a Venezuela respecto a una conducta que tiene sus abrevaderos fascistas y raciales, pero que el mismo fanatismo aprovecha en ocultar tras una narrativa de heroísmo, sobre todo la que imponen los medios de comunicación social privados tras su aparente equilibrio.
El fuego posee un sincretismo de diversas simbologías, desde la vida y salud con que aparece en los jeroglíficos egipcios, pasando por los ciclos de creación y desaparición, hasta el uso de antorchas y hogueras como sinónimo de la destrucción de las fuerzas del mal o la vitalidad del sol contra las tinieblas, como lo asumió la Santa Inquisición (en las edades Media y Moderna), también como aparece en las Puranas indias y en el capítulo ocho del Apocalipsis según San Juan, es decir, realiza tanto el bien como el mal, este último en lo que concierne a darle fin a algo, sea en el tiempo o en el espacio.
Su significado en la actualidad es el de la destrucción. El fascismo históricamente ha confiscado los símbolos ancestrales para uso propio, dándole expresiones de carácter racista, fundamentalista, xenofóbico y discriminatorio con un tinte de populismo trascendental, de culto a la muerte. Con ese fuego Benito Mussolini hizo su “Marcha de las antorchas” en 1922 para derrocar al régimen parlamentario italiano; y Adolfo Hitler lo empleó en 1933 para ceremonias marciales con efectos cuasi religiosos sobre su figura y las masas que apoyaban al Tercer Reich.
El asalto y quema es el leit motiv de Fahrenheit 451, porque de esta forma el pensamiento único anulaba al pensamiento crítico, caracterizado en la posesión de libros y su lectura. Dos décadas antes de su publicación, Hitler ordenó la quema de 20.000 libros, entre ellos obras de Karl Marx, Albert Einstein y Sigmund Freud; de igual modo, con la técnica propagandística de la falsa bandera, aquel año fue incendiado el edificio del Reichstag (parlamento alemán), pretexto para la persecución de comunistas y el establecimiento del nazismo.
En Venezuela han sido las fuerzas de choque de la derecha, alentadas por el discurso agitador de oposición, las que han empleado el elemento fuego como expresión, con versiones propias como la “Marcha de las antorchas” (diciembre de 2002) y la “Marcha de las luces” (junio de 2017), la quema de edificios públicos y centros de salud, unidades de transporte y actos criminales como la quema de personas “infiltradas” bajo prejuicios raciales y políticos, a lo que se agregan los accidentes que por impericia afectan a los mismos atacantes, quienes también han terminado quemados.
Los ataques de asalto y quema que llevó adelante el Klu Klux Klan tomaron elementos litúrgicos y religiosos para justificar sus acciones, como “La Cruz ardiente de las colinas de la antigua Escocia” inspirada en la obra del escritor escocés Sir Walter Scott (1810) y que retomó otro escritor, Thomas Dixon, para su novela The Clansman (1905), adaptada al cine por D.W. Griffith con el nombre El nacimiento de una nación (1915), donde por primera vez las masas observan en las salas de cine la escena de un “héroe” a caballo con cruces en el pecho y blandiendo otra en llamas para llamar a la lucha contra los negros y los yanquis del norte de Estados Unidos, mientras de fondo sonaba la Cabalgata de las Valquirias, de Richard Wagner, cuyo efecto fueron persecuciones y linchamientos a miembros de comunidades afroamericanas.
El Klan, como también se le conoce, fue fundado en su segunda etapa (1915) por William J. Simmons, quien adoptando el símbolo de la cruz en llamas le otorgó un sentido místico a las acciones terroristas y xenofóbicas basadas en la superioridad racial para llevar adelante la “purificación” de la sociedad como si se tratase de algo sagrado, de una lucha del bien contra el mal, naturalizando la masacre para que parezca agua corriente. “Amo el olor del napalm por la mañana”, decía el coronel Bill Kilgore (Robert Duvall) de la película Apocalypse Now (1979) de Francis Ford Coppola, quien remata este diálogo con la frase “huele a victoria”. Esa es la banalidad de la muerte en boca del opresor, el mismo que ponía a sonar a todo volumen la Cabalgata de las Valquirias mientras bombardeaba un poblado vietnamita.
El opresor reviste sus acciones de heroísmo mientras emplea símbolos y propaganda para enaltecerlos. El símbolo del Klan era la cruz, el símbolo Nazi también fue la cruz y los escuderos que usan las fuerzas de choque en las protestas violentas de la oposición también presentan una cruz u otra variante, como el movimiento Rumbo Libertad, que emplea al Ave Fénix como símbolo de su lucha contra el chavismo en una lógica de guerra permanente, con consignas y retórica reaccionaria.
En su leyenda el Ave Fénix, al momento de morir, yacía en un lecho de madera para arder bajo el sol, consumirse y luego surgir de las cenizas, de tal modo que simboliza la destrucción y renacimiento ―fuego y culto de la muerte mediantes― como parte de una existencia trascendente, como lo expresa el mensaje-ultimátum que Rumbo Libertad dirigió a la opinión pública el 18 de julio, disponible en Youtube, sobre su lucha contra la “dictadura” y el “comunismo” llamando a la “calle sin retorno” donde los escuadrones de resistencia y la “gente decente” estan convocados a impedir la Asamblea Nacional Constituyente “cueste lo que cueste”.
Como en El nacimiento de una nación, donde los miembros del Klu Klux Klan son los héroes, la narrativa del heroísmo de grupos sediciosos es sustentada por los medios de comunicación. Días atrás el presidente Nicolás Maduro denunció al Noticiero Venevisión por darle tratamiento de héroes a quienes queman a otros venezolanos; las redes sociales y medios adversos al gobierno desde el extranjero hablan de protestas pacíficas mientras grupos fascistas queman vivos a quienes “parezcan” chavistas y continúan los incendios provocados en sedes de instituciones públicas, comercios, medios comunitarios y vehículos, además de las amenazas contra algunos candidatos a la Constituyente.
Mientras, el horror es retratado por los medios con un sesgo de banalidad y reality show, y el público le aplaude a un símbolo que en mucho se asemeja al de una trilogía cinematográfica de gladiadores jóvenes que cada día se aventuran a su inmolación.
DesdeLaPlaza.com/Pedro Ibáñez