El diputado Juan Guaidó, quien juega al simulacro de ser Presidente de un país que no le obedece, es la encarnación más estrambótica de un político sin patria, que opera para destruir a su propia nación en un juego peligroso de “todo o nada”.
El Presidente imaginario no es solo un peligro por las intenciones que oculta sino también por las que revela. Sin sentir un gramo de compromiso por las vidas ajenas que dependen de sus acciones, ha dicho sin que se le agüe el ojo, que los muertos en la misión de derrocar a Maduro son una “inversión en futuro”.
Tan grave como esta confesión que no ha corregido como el sopor de un instante de euforia épica mal administrada, es la temeraria confesión de que él ni sus seguidores le tienen miedo siquiera a la posibilidad devastadora de provocar una guerra civil.
Este Presidente sin tropa, ni ministros ni residencia, solo complace la vanidad del cargo que se asignó con el reconocimiento de un puñado de países engreídos que por sí solos se creen toda la comunidad internacional.
Guaidó camina por alfombras ajenas, viaja con aviones prestados y recibe honores de soldados extranjeros, comprobando que solo es un Presidente que gobierna fatalmente desde afuera, decidiendo sanciones contra el país, apoyando la confiscación de los activos de la nación y consumando la agenda internacional de otra potencia con la solvencia de un apátrida genuino.
Apoyado por una maquinaria tenaz de propaganda, se conduce con por los pasillos de las contradicciones sin el temor de ser cuestionado. Le describen como un demócrata, pero por las cosas que hace y dice, tiene el perfil de un tirano que detenta imaginariamente dos poderes del Estado: Presidente del País y al mismo tiempo Presidente del Parlamento.
A pesar de que una vez se puso camisa de “Yo soy Libertador”, Juan Guaidó no concibe contradicción alguna en que después de esa pretendida catadura de prócer ahora sea el ejemplar sobresaliente de un agente pitiyanqui que amedrenta al país con una invasión de marines si no deciden obedecerle.
El Diputado que se cree Presidente solo lo es por artificio y favor de Wikipedia y un twitter de Trump. Con su cara de Obama y esa capacidad para rozar la mentira con una sonrisa, engaña al mundo con el argumento de que viola la constitución para defenderla.
Sin que su rostro delate un gesto de culpa, fue capaz de concebir la trama de la noticia falsa del asedio de la policía a su vivienda mientras presentaba un opaco plan económico repleto de generalidades sospechosas.
La escena escaló a niveles absurdos por los aplausos y sonrisa espléndida de su esposa mientras Guaidó decía que su hija de dos años estaba en casa en situación de amenaza, revelando cada uno que son una raza extraña de padres.
El Diputado es un auténtico político gris, que de la nada lo han convertido en un Presidente de cartón, un hombre que antes de dar a conocer su cara, años antes reveló primero la densidad flácida de su culo en un protesta ridícula de jóvenes, esos de los que creen que la irreverencia es bajarse los pantalones.
DesdeLaPlaza.com/Carlos Arellán Solórzano