Probablemente para nada. Sobre todo si se asume una definición bastante generalizada, según la cual un intelectual es una especie de ser inútil cuya única aparente virtud es la de pensar.
Esa visión, derivada de sociedades que arrinconaron a los intelectuales en un Parnaso o lugar de los ungidos para que no molestaran con sus ideas a las clases dominantes que, generalmente, terminaban “comprándolos” para colocarlos al servicio de la corona, de los coronados o más tarde, de los burgueses.
El intelectual, como inútil sabihondo que no produce sino ideas, generalmente inútiles también, es llevado al paroxismo de esa definición dentro del capitalismo al considerarlo como extraña mercancía que no genera ganancia ni plusvalía. Sin embargo, ese “adorno” social que el capitalismo protege para que reproduzca ideología (en la más clara acepción de “falsa conciencia”) no tiene la misma fuerza de dominación que se le confería en el feudalismo, donde fue siempre necesario para justificar las razones divinas de una forma de relacionarse las clases. El capitalismo no necesita de los intelectuales para mantener sus relaciones de explotación. Les es suficiente con el hecho de concentrar en pocas manos los medios de producción y dominar a quien no los posee y, por tanto, debe “permitir” que su fuerza de trabajo se haga mercancía para que pueda participar de esas particulares relaciones de producción.
Entonces, para el capitalismo, en guerra permanente (la lucha de clases entre proletarios y burgueses) para asegurar su dominación, cuando ésta se hace armada y cruenta, el intelectual les resulta un verdadero estorbo: no produce, no dispara, es carne de cañón o primera víctima.
Por eso, cuando el imperio estadounidense decide ejecutar, vía Pentágono o desde el Departamento de Estado, acciones como la aplicación de la Carta Interamericana, un decreto como el del títere presidente Barack Obama, declarando a Venezuela “amenaza inusual y extraordinaria” para los EEUU, u otra de sus sutilezas amedrentadoras, quizá necesita a sus intelectuales. Pero al momento de invadir, de conformar “ejércitos especiales” para disparar y matar “por razones humanitarias”, hasta sus intelectuales se convierten en una víctima más, en una víctima absolutamente indiferenciada, si no de las primeras… por aquello de la inutilidad aceptada.
Pero el intelectual que es sorprendido en medio de la cruenta guerra seguramente no será otro tipo de intelectual, generado de manera orgánica por los intereses de clase de las trabajadoras y trabajadores, del proletariado. Y aquí queremos detenernos en un punto de especial importancia, sobre todo a propósito de la autoconvocatoria que se hizo para reunirse en Caracas, la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa d la Humanidad.
El intelectual orgánico del proletariado no admite escisión en su vida. Es alguien que labora y piensa,o piensa y fabrica o empuña armas, sin angustiarse porque se le ensucien las uñas o se lo califique como de “segunda categoría”, “artista ingenuo” “joven poeta” o “trasnochado” por ideas adolescentes detenidas en su conciencia. El intelectual orgánico del proletariado es un infantería, es un artillero, un mototanquista, el piloto de un bombardero o el que empuña su kalasnikov en guerrilla, pero sabe por qué y para qué lo hace, porque es dueño de su conciencia.
Por eso, no hay comparación. Cuando se nos vuelva a preguntar “¿Para qué sirve un intelectual en mitad de la guerra?”, sin titubeos debemos decir: para ser como el poeta y apóstol cubano José Martí. Para amar y, si es necesario, para morir combatiendo hasta en la más odiosa de las guerras. Como esa guerra que ha declarado el imperio a Venezuela, a su firme decisión de ser soberana, independiente, libre y socialista.
DesdeLaPlaza.com /Iván Padilla Bravo / Ilustración: Iván Lira