El 15 de enero de 2018 fue el día en que dieron de baja a Óscar Pérez, ese funcionario del CICPC con un inmenso currículo de Rambo y que se hizo célebre por sobrevolar y disparar al TSJ en franca rebeldía hacia el gobierno venezolano. La maniobra subversiva fue una operación osada que tomó desprevenido al Estado, que apenas actuó turbado ante la burla. Increíblemente, aquel sujeto, que también protagonizó una película, escapó de manera increíble, como si la vida real se tratara de otra película.
Pérez fue reseñado con los signos contradictorios de nuestros días. Por una parte, fue señalado de terrorista y asesino potencial, que atacó sin escrúpulo el máximo tribunal del país, donde también funciona un colegio infantil. Mientras, otros, apañando el hecho, y olvidando que detestaban la violencia, hicieron una enorme apología de su valentía, rosando la banalidad. Destacaron sus ojos verdes y su perfil de súper policía con hobby de actor, que cometió la travesura de desplegar una pancarta apelando al artículo 350 de la Constitución, además de echar algo de plomo y un par de granadas sobre el TSJ, como quien juega con papelillo en carnaval.
Como si se tratara de una rebelión de bajo presupuesto, “el piloto de ojos claros” acompañó su acción con un video de pronunciamiento que abultó con otros hombres que eran maniquíes armados, lo que delató su maniobra para hacer ver que los rebeldes eran más de los pocos que cabían ese día en el helicóptero.
Óscar Pérez, muy al contrario de la raza de subversivos que han operado históricamente en Venezuela, fue de una pose exageradamente producida, con una calidad interpretativa mediocre que encarnaba una especie de SEAL americano con discurso fundamentalista cristiano y con un muy limitado discurso político que solo sabía decir “Libertad” y que se vaya Maduro.
Pero la virtud que se puede endosar el policía científico con muy mala escuela de actuación, es que sus acciones más simples fueron más contundentes que sus operaciones de combate. El día que apareció en la Plaza Altamira, declarando a medios internacionales poco antes de la Constituyente, fue la comprobación de que tenía en sus manos el hilo de una debilidad vergonzosa de los cuerpos de inteligencia, que parecían impotentes ante su pasmosa libertad de movimiento.
Mucho tiempo después, Óscar Pérez y su grupo volvió a la palestra con la toma de un puesto de la Guardia Nacional Bolivariana en el estado Miranda, la cual ejecutó con un sigilo y efectividad increíble. El operativo, que se encargó de difundirlo por las redes, resultó de un daño moral mayor que una toma violenta. Ató a los soldados y oficiales, obligándolos a pronunciarse “por el lado correcto de la historia”. Los cuestionó por no estar del lado del pueblo y por no rebelarse en contra del gobierno.
Por acciones como estas, es innegable que el “Rambo venezolano” se granjeó la admiración de muchos, quienes tenían, o tienen en él, ese consuelo de que había alguien, con un puñado de hombres, haciendo lo que se debía hacer para enfrentar al gobierno, pero sin apoyarle con algo más útil que celebrarlo por Twitter.
Todos los cuerpos de seguridad de Venezuela lo estaban buscando y la única pista que tenían de él era su rastro tangible en las redes sociales, hasta que le encontraron en una vivienda de El Junquito. Óscar Pérez se encargó de reseñar el operativo de su captura con videos que fueron virales de inmediato dando cuenta de que había enfrentamientos y que estaba negociando su entrega.
En uno de esos videos que él mismo se grabó, reivindicó su lucha y recordó a sus tres hijos, por los que aseguró también peleaba.
Él y el grupo que le acompañaban, estaban fuertemente armados. Contaban con una importante fuerza de fuego y una pericia profesional que pudo dar de baja a varios funcionarios de la policía. No se trataba de un grupo violento improvisado pero sí bastante pequeño, que por más llamados que hicieron para que el pueblo se revelara, no consiguieron apoyo efectivo.
El 15 de enero todo el país estaba enterado de que lo habían conseguido y que no sobraron balas y granadas para capturarle, pero la incógnita de si estaba muerto o detenido no se resolvió sino hasta el día siguiente con la confirmación oficial de que había sido abatido con otras seis personas más, y gracias a la colaboración de dirigentes políticos de oposición presentes en la Mesa de Diálogo, que aportaron información de su paradero.
El Ministro de Interior, General Néstor Reverol, lo mencionó entre los terroristas que fueron dados de baja, y si bien Óscar Pérez era el líder del grupo más perseguido desde hace varios meses, las autoridades, burladas tantas veces por él, se conformaron con degradarle al final con el gesto sutil de no mencionarlo primero, sino como el cuarto de una lista de muertos que se nombra como si se hubiera tratado de uno más.
DesdeLaPlaza.com/Carlos Arellán Solórzano