Por: Carlos Arellán
Antes de que empiecen los Juegos Olímpicos, Río de Janeiro resuelve el desafío ingrato de un consenso general de fuerzas que pareciera se han propuesto hacer de esta edición un verdadero desastre.
La ciudad más alegre de Suramérica se cocina en una espera amarga precedida por escándalos que pintan a Brasil como un desordenado anfitrión con la casa desarreglada y una familia disfuncional.
La antesala es desalentadora. Un rosario de escándalos tiene a su Presidenta en el limbo de un Juicio Político con la Temeraria sospecha de corrupción, y la violencia de las favelas tiene en vilo la tregua de paz que exige el paréntesis olímpico.
A esta situación se añade el terror de un mosquito que atormenta tanto como la mano larga del Estado Islámico. La amenaza del Zika ha persuadido a varios atletas a declinar el sueño olímpico ante la sugestión de evitar el martirio del virus y de cuidar la salud de los hijos que puedan tener en el futuro a razón del miedo de que puedan nacerle con microcefalia.
Parece que nadie confía ahora en Brasil, ni en Río de Janeiro, la ciudad que tiene el prestigio del carnaval más famoso del mundo y la mirada vigilante de Cristo para salvar a los cariocas de sus excesos.
Es como si se hubiesen propuesto no dejar dormir a un país para que sueñe tranquilo con el compromiso de hacer unos Juegos Olímpicos, y sentir que el reto es un compromiso embarazoso que no está a la altura de sus ambiciones de rozar el primer mundo.
Pero si todo esto no ha sido suficiente, hay la sospecha de una carrera por opacar el nivel deportivo de la competencia, diezmando a la delegación de Rusia, lo que no deja de tener la duda razonable de una revancha política por “carambola” que no escatima ningún escenario contra el gigante euroasiático, lo que tiene ahora a todo su deporte librando la metáfora de un Stalingrado contra un escándalo enorme de dopaje.
¿Río sin Rusia? Sería como si se hicieran los carnavales sin la afamada e histórica escuela de Samba Mangueira: un espectáculo deslucido, algo así como un Mundial sin Messi ni Ronaldo, y por añadidura, una derrota general para Suramérica, lo que haría pensar que la región no es merecedora de llevar con los toscos apresuramientos de nuestro carácter estigmatizado por la improvisación, un evento que requiere el esmero de un relojero.
A lo mejor cada especulación expuesta en este esfuerzo de análisis parezcan los excesos de un articulista con la mente atormentada por los embelesos de la teoría de la conspiración, pero creo que Cantinflas me salvaría con una de sus geniales frases, y que muy bien viene al caso en mi defensa y en defensa de Río 2016: “No sospecho de nadie, pero desconfío de todos”.
Ojalá Río ría al final, y que el deporte sea la tregua entre tanta barbarie que se reseña como una normalidad humana.