Desde siempre me ha llamado mucho la atención la inscripción que tienen los tickets de estacionamiento, en letras pequeñitas, y generalmente como escondida en la parte posterior, donde informan al usuario al rompe, sin el más mínimo rubor: que los propietarios, es decir la empresa, no se hace responsable por ningún tipo de daño, desperfecto, robo, hurto, rayón, etc., que sufra o pueda sufrir su vehículo durante el tiempo que transcurra en el referido aparcadero.
Esto aplica, sin excepción, para los denominados estacionamientos estructurales (mecánicos y no mecánicos), que en teoría ofrecen un mayor resguardo para los autos, porque incluyen como su nombre lo indica una estructura, que puede ser techada o semitechada. Pero la capciosa acotación también abarca los establecimientos más rudimentarios que se engloban dentro de la categoría de no estructurales y que pueden ir desde un terreno al aire libre, hasta un pedazo de calle demarcado para tal fin.
En líneas generales, cuando alguien contrata el servicio de un estacionamiento lo hace buscando fundamentalmente la seguridad de su carro. Claro que hay casos extremos como el de Parque Central, donde todo el mundo sabe que a pesar de tener un ticket para reclamar el vehículo y cobrar por el servicio, no es nada recomendable pararse en los últimos niveles, porque en las propias paredes del recinto “estructural” hay especies de letreros como camuflados entre la mugre y la oscuridad, donde quien se fije, bien podrá leer advertencias al estilo de: el que baja lo hace a su riesgo. Aquí ya estamos frente a una advertencia expresa y sólo los más aventureros o más bien temerarios han llegado hasta el final y Dios sabe si habrán corrido con suerte.
Pero digamos que en líneas generales cada vez que uno entra a un estacionamiento lo hace para resolver una necesidad impuesta bien sea por la dinámica de su trabajo o de la misma vivienda, ya que muchos apartamentos en zonas del centro de Caracas, como por ejemplo La Candelaria, carecen de puestos para aparcar. Estamos pues frente a un servicio de la economía terciaria, que en muchos casos reviste una importancia vital.
Por eso no es un acto de ociosidad leer el ticket que le dan en un estacionamiento cuando va de pasada o quizás deba prestar más atención a la hora de atender las recomendaciones que le darán cuando tome un “puesto fijo”, porque en esas letricas pequeñas, prácticamente ilegibles o en las tediosas indicaciones, están ocultas las cláusulas de un contrato que resulta casi siempre leonino, mucho más con el intempestivo incremento que estos señores han realizado -presumimos que de forma inconsulta- a las tarifas de los estacionamientos.
“(…) Al capital le horroriza la ausencia de beneficio. Cuando siente un beneficio razonable se enorgullece. Al 20% se entusiasma. Al 50% es temerario. Al 100% arrasa todas las leyes humanas y al 300 por ciento no se detiene ante ningún crimen”
A precios ridiculitos
Pues sí en entre gallos y media noche, los dueños de los estacionamientos decidieron seguir el ejemplo que las cableras dieron y se han mandado un ajuste en la tarifa de entre 500% y 600% por cada hora de servicio y -como no podía ser de otra manera- siguen sin hacerse responsables de nada.
Aunque a simple vista pueda parecer que se está hilando muy fino, en realidad pequeños detalles como éstos sirven para retratar de cuerpo entero la lógica viciada del capitalismo. ¿Cómo es posible que alguien monte una empresa para garantizar la seguridad de los vehículos, pero a la hora de un problema no se responsabilice por nada? Pero además te cobren un precio groseramente inflado por un servicio que a la hora de la chiquita no te brinda lo esencial de lo que estás buscando.
Así pasa con los estacionamientos, pero también ocurre con un sinfín de servicios y situaciones donde se expresa la decadencia de un sistema que ha naturalizado la irresponsabilidad, el malandreo de cuello blanco, el robo tapadito o abierto, la trampa y la pillería. Que nadie se haga responsable de nada, porque es en definitiva la forma más rápida y más segura de obtener ganancias sin arriesgarse.
Ya hace más de 150 años el camarada Marx lo decía en forma clara y precisa: “(…) Al capital le horroriza la ausencia de beneficio. Cuando siente un beneficio razonable se enorgullece. Al 20% se entusiasma. Al 50% es temerario. Al 100% arrasa todas las leyes humanas y al 300 por ciento no se detiene ante ningún crimen”.
El tiempo no solo ha confirmado los razonamientos del buen Marx, sino que incluso la realidad lo ha desbordado. Los estacionamientos no se hacen responsables de los carros y los bancos tampoco se hacen responsables del dinero de los ahorristas, pero lo que es peor las clínicas no se hacen responsables de la salud de los pacientes. Es más con las crisis financiera de Wall Street hemos visto atónitos cómo se acuño la infausta expresión de “demasiado grandes para caer”, con lo cual se justificó el odioso “salvataje” que socializó las pérdidas, pero jamás las ganancias.
La falta de responsabilidad atenta contra la vida de miles de millones de niños, ancianos y mujeres echados a su suerte a las fauces del capitalismo más voraz y despiadado. Este principio justifica también la “externalización” de costos, un concepto hábilmente diseñado para justificar el ecocidio que se comete contra la madre tierra y del cual nos ocuparemos en otra entrega.
Pero lo que mejor define esta lógica nociva es el desparpajo de una clase política impresentable, que en el caso de Venezuela tiene a sus padres históricos en el bipartidismo adeco-copeyano de la IV República. Precisamente por eso el Comandante Chávez trascendió su tiempo y se ha erigido como un referente de ética, coraje y amor patrio. En aquel brevísimo discurso el líder bolivariano asumió sin ambages la plena responsabilidad por la rebelión que encabezó contra un régimen corrupto e inmoral.
Por eso Chávez fue un fenómeno político, comunicacional e histórico, que muchos todavía son incapaces de asimilar. No obstante, llegó la hora de despedirse y nosotros tampoco nos hacemos responsables si este artículo le molestó.
DesdeLaPlaza.com/Daniel Córdova