A mí, como a casi todos, me disgusta hacer la fila para el pan, que no me rinda el sueldo, que me cueste conseguir el efectivo, y que cuando voy a comprar un café siempre falte algo, pero a pesar de todas esas razones para estar frustrado, no entiendo como hay gente impresentable, -para decirlo de algún modo decente y publicable- que la cargue contra “este país de mierda”, como si llevaran el gentilicio marciano en la cédula.
A mí, como a casi todos, me da un enorme dolor de país cuando uso el Metro y es el caos, cuando veo que los usuarios somos unos patanes, que no hay camionetas en el transporte superficial, que un litro de aceite de carro cuesta más de un millón y que cuando voy a pagar me dicen “se cayó el punto”. Pero a pesar de todo ese cúmulo de cosas y contra el reproche ácido de quien te dice: “ahí tienes tu dosis de patria”, me niego a darle la razón a Trump, cuando metió a casi todo el tercer mundo en el renglón de “países de mierda”.
Sé que casi todo apesta, ya sea de forma literal o metafórica, y que hay un millón de razones para salir huyendo, pero este país noble y aporreado por caudillos de montoneras, tiranos paternales, dictadores civilizadores, demócratas clientelares o revolucionarios bien intencionados, lo menos que merece en otra de sus horas menguadas, que nosotros los ciudadanos comunes, la carguemos contra él, como si no fuéramos parte de esa “mierda” que decimos con desprecio.
El país no tiene la culpa de nosotros, de nuestra impenitente indolencia, de nuestra sacralizada viveza criolla, de nuestra ingenuidad, de nuestra vocación paternalista, de nuestra afición innata por venerar a quien nos da el pescado y despreciar a quien nos ofrece la “caña”. El país no tiene la culpa de los impresentables que ofrecen quemar sus cuatro costados para que se vayan los que gobiernan, y de verdad, este país no se merece a los hijos de mala madre que invocan, sin que se les agüe el ojo, sanciones financieras o que la invadan.
A mí, como a usted, me indigna la indolencia de la burocracia y el conformismo ciudadano. Cada uno de nosotros, desde el chavismo o de la oposición, hemos contribuido a que el país esté desbaratado, para no decir “hecho una mierda”, para no complacer a la semántica de los impresentables.
La soberbia, el sectarismo, la corrupción y la moral relativa han descompuesto lo tangible e inasible. Desde la acera del chavismo debemos criticarnos la fórmula hegemónica del poder, los excesos cometidos en nombre del pueblo y la obligación de ejercer la lealtad absoluta con quienes no han sido leales con la gente.
Pero ese acto de contrición también es una tarea para quienes ejercen y simpatizan con la vocación de hacer oposición con ese “frenético instinto de obstrucción”, como una vez escribiera el General Eleazar López Contreras sobre los grupos políticos que actuaban luego de la muerte de Gómez. Porque no sé si lo han internalizado, pero por sus dos tentativas desatinadas de Paro en 2002 y Golpe de Estado, el chavismo sobrevivió y empezó a radicalizarse. Desde ese entonces hay un control de cambio que todo el mundo gozó y ahora es un problema. Con sus fórmulas inmediatistas institucionalizaron las formas más primitivas de “desobediencia”, al sectarismo han opuesto reacciones clasistas y han naturalizado entre alguna gente la solución sencilla y atroz de terminar el problema venezolano exterminando a la otra mitad, como si se tratara de un servicio civilizatorio.
Por todos esos errores nombrados, y los que faltan por mencionar para no hacer más larga esta descarga, estamos hecho “una mierda”. Por sugerir el aniquilamiento de otros seres humanos, es que somos “unas soberanas mierdas”. Por la soberbia, la tozudez, la necedad y esa inclinación natural hacia la autodestrucción, “somos unas mierdas”. Por decir que “este país es una mierda”, somos unas “mierdas”. Y para su desgracia espiritual y material, si aun así sigue creyendo que “este país es una mierda”, sepa que a donde vaya: ya sea París o Nueva York, llevará consigo el aroma fétido de esta tierra, porque haber nacido en Venezuela, jamás te lo podrás quitar de encima.
DesdeLaPlaza.com/Carlos Arellán Solórzano