Las llamadas “protestas” de la MUD convocadas bajo los eufemismos de “paro”, “huelga” y “trancazo” colindan con el secuestro.
La metodología de esta forma de “protesta” consiste en el cierre forzoso con barricadas en las urbanizaciones, calles y avenidas. Se han registrado casos de edificios y accesos hacia urbanizaciones cuyos portones han sido cerrados con candados que administran grupos violentos de oposición.
Citamos a Clodovaldo Hernández en un artículo publicado en el portal La Iguana:
“Como si se tratase de una nueva versión del Experimento de la prisión de Stanford, los vecinos que encarnan el rol de carceleros se transforman en crueles esbirros de sus propios conciudadanos, a pesar de que en su mayoría son también copartidarios en el plano político.”
El experimento al que se refiere Hernández, fue una investigación patrocinada por la Oficina de investigación Naval de los Estados Unidos, en el año 1971, lo que revela su propósito militar. El objetivo consistía en “profundizar en los mecanismos psicológicos elementales que subyacen en la agresión humana”.
El doctor Philip Zimbardo, realizó una selección de estudiantes universitarios que vivieran en las cercanías de la Universidad de Stanford, campus en el que se realizó el estudio. Los introdujo voluntariamente en la simulación de un entorno carcelario. Dividió al grupo en dos partes. Asignó al azar a unos el rol de custodios y, a otros, el rol de prisioneros: cada participante recibiría una paga de 15 dólares diarios.
Eran sanos física y mentalmente. En su mayoría, eran clase media. A excepción de un oriental, todos eran caucásicos.
Se diseñó un uniforme para los carceleros, que incluía lentes de sol. En conjunto, todos eran muy parecidos. A través del uniforme, se garantizaba el anonimato. En una entrevista, el psicólogo explicó que el ocultamiento de la identidad fue un estimulante para la conducta sádica de los custodios: al ponerse una máscara, la persona no es responsable de su comportamiento, “Pero si lo haces durante suficiente tiempo, pierdes la identidad y te conviertes en la máscara”.
Para los reclusos el uniforme consistía en una bata de muselina, sin ropa interior, numerada, y una media panti en la cabeza. La idea era exponerlos a una relativa desnudez para reducir su autoestima.
Citamos el informe de la investigación:
“La evidencia más dramática del impacto de la situación sobre los participantes se vio en la reacción de cinco presos que tuvieron que ser liberados debido a la depresión emocional extrema, el llanto, la ira y la ansiedad aguda. El patrón de síntomas fue bastante similar en cuatro de los sujetos y comenzó tan pronto como el segundo día de encarcelamiento. El quinto sujeto fue liberado después de ser tratado por una erupción psicosomática que cubrió partes de su cuerpo. De los prisioneros restantes, sólo dos dijeron que no estaban dispuestos a perder el dinero que habían ganado a cambio de recibir la “libertad condicional”. Cuando el experimento terminó prematuramente después de sólo seis días (N de la R. el proyecto estaba planificado para prolongarse durante dos semanas), todos los prisioneros restantes quedaron encantados por su inesperada buena fortuna. Por el contrario, la mayoría de los guardias parecían estar angustiados por la decisión de detener el experimento y nos pareció que habían llegado a estar suficientemente involucrados en sus roles, que ahora gozaban del control y el poder extremos que ejercían y rechazaban renunciar a él.”
Zimbardo sistematizó dos patologías: la del poder y la sumisión del prisionero, pero además, demostró que la relación entre la autoridad y el subordinado se produce casi de modo instantáneo al imponerse códigos elementales y puede ser impuesta arbitrariamente, pues él designó roles al azar.
En la Prisión de Stanford, la única prohibición que se impuso a los custodios fue recurrir a la agresión física. Sin embargo, lo hicieron.
En 1961, Stanley Milgram llevó a cabo una serie de estudios que demostraron que cuando el sujeto obedece los dictados de una autoridad, su conciencia se limita y hay una abdicación de la responsabilidad. También demostró que una autoridad arbitraria, impuesta por azar, que simule ciertos méritos a través de códigos como la vestimenta, es capaz de lograr la vulneración de los principios en desconocidos.
Volviendo a la poderosa metáfora de Clodovaldo Hernández, analicemos los focos de este tipo de violencia en las zonas secuestradas por grupos armados de oposición: ellos han sido elegidos también de modo arbitrario y al azar.
La coerción es la acción mediante la cual se impone un castigo o pena (legal o ilegal) con el objetivo de condicionar el comportamiento de las personas. En estos focos, el poder para ejecutar tales acciones ha sido fabricado a través de mecanismos variados y puntuales.
Para la adjudicación de poder, en tanto capacidad de actuación, fueron claves las palabras de la (ex) Fiscal General de la República al medio de comunicación Wall Street Journal:
“No podemos exigir comportamiento pacífico y legal de los ciudadanos si el Estado toma decisiones que no van acorde con la ley”.
Esta sola frase habilitó la actuación de grupo de civiles armados, arbitrarios y violentos que, con la autoridad conferida por la administradora de la acción punitiva del Estado venezolano, se han sentido en el derecho de cometer homicidio, quemar vivas a personas en reprimenda por su pensamiento político, ocasionar lesiones graves a personas, destrucción de la propiedad pública y privada, además de administrar los derechos humanos, civiles y políticos de un sector de la población de modo arbitrario y con impunidad garantizada.
Según las confesiones de jóvenes rescatados de la Guarimba y el terrorismo, la organización, el financiamiento, el equipamiento y el atuendo de los miembros de estos grupos violentos corre por cuenta de la MUD.
Paulatinamente, la dirigencia política de la oposición fue reconociendo como “heroica” y reivindicando la acción violenta de estos grupos.
Los medios de comunicación han sido claves para la diseminación de los códigos que identifican a estos grupos violentos y les otorgan, desde el discurso, el poder de ejercer el monopolio de la violencia. Una lacrimógena que suele estar en manos de funcionarios públicos (considerada en el mundo como un arma no letal) es presentada como un arma de alarmante peligrosidad. Al tiempo que una bazuca artesanal, una molotov y hasta una AR15 son mostrados como instrumentos inofensivos y hasta “lúdicos”.